“Did did did you see the fraighten ones? Did did did you heir the falling bombs?...”
En el ultimo piso de del edificio, en el departamento del viejo, escuchando el picado del disco, nada que hacer. Las botellas esparcidas por el suelo y él, aun en pie. Lo que al principio era Vodka-Tonic, ahora es el agrio licor solo, puritano, pasando como agua por la destrozada garganta. Por la ventana se ve toda la ciudad, a lo lejos la cordillera nevada, un poco más abajo, la nube gris que hace desaparecer cerros y edificios. Una selva de cemento donde antes se veían árboles de metros y metros de altura, donde jugaba cuando niño. El espectáculo era sobrecogedor, deprimente, “welcome to the jungle, we got fun and games, we got everything you want…”. Bienvenidos a la mierda consumista santiaguina, pensó. Y ahogó un grito, no sabía si era un grito de pena, de nostalgia, de ira, de euforia; no estaba claro, peor lo ahogó de todos modos.
La botella se acabó, pero aún quedaba ese Ron Dorado con RedBull que había dejado su padre. Se sirvió un vaso, tres hielos, mitad de alcohol, mitad de la bebida energética, luego se paró en el balcón, mirando hacia abajo. Eran más de las diez de la mañana y el sol golpeaba fuerte, intenso, en lo alto del cielo, sin nubes alrededor amenazando su entrega cálida.
-Puta la huevada!, cuando uno quiere lluvia nunca la tiene.- Subió a la baranda y se sentó, con los pies colgando al vacío.
Mientras tanto, Roger Waters y el resto de la banda seguían en el equipo. Guitarras distorsionadas, voces psicodélicas y un delicioso cocktail de sonidos hacían que los efectos del ácido se intensificaran. Las hojas de los árboles se veían más verdes, brillantes. Alucinando al máximo.
Ahora suena “Run Like Hell”, última canción del disco. Y él sigue ahí. Se tomó lo que quedaba del vaso al seco, y lo dejó caer, catorce pisos abajo se reventó contra un auto. La alarma empezó a sonar y él, como si nada, se movió, volvió a meterse al balcón mirando a través del ventanal. Ella estaba desnuda, sólo la sábana celeste la cubría, y un colaless ultra hot. Pelo negro, piel blanca, pálida incluso, de baja estatura, pero con unas piernas increíbles y un culo que con cualquier pantalón se veía apretado. Arriba era perfecta.
La miraba como distante. Horas atrás habían estado revolcándose por toda la pieza, el baño y la cocina. El éxtasis había surtido un efecto único, irrepetible, como si fueran desenfrenados o estuvieran en medio de una película porno. Luego de unas horas, ella se cansó, se sintió mal y se acostó. Han pasado cuatro horas casi y aún no se mueve, está más pálida incluso.
La mira desde la ventana, entra y pasa a la cocina, como sin notar nada sirve otro vaso de Bacardi, sacó otra RedBull y mezcló. Ya no había música y el silencio lo atormentaba. Traía a su cabeza recuerdos para nada gratos: las horas, e incluso días que pasaba en ese cuartucho viejo con la humedad impregnada a las paredes. El silencio de estar ahí, sin moverse por el miedo a ser tocado o mordido por algo aunque no hubiera nada. El mismo silencio que se sintió después de la última pelea de sus viejos, donde la mamá cerró la puerta y nunca más volvió, cuando él solo tenia ocho años. Eso lo cagó, no habló por semanas. El silencio estuvo en él mucho más tiempo. Se no es por su hermana chica, se habría quedado así. Pero tenía que ser fuerte, ella tenía tres y no entendía mucho, en realidad no entendía nada. Para ella los golpes que su padre propinaba era un juego. El papá jugaba con la mamá. Y la mamá jugaba a que se ponía a llorar, y que tenía moretones y que se la violaba cada vez que llegaba borracho del bar donde pasaba después de la oficina.
Pero no fue un juego cuando se levantó a la mañana siguiente y su madre se había marchado. Las palizas ahora eran para él, su hermano, y ahora él tenía que jugar, tenia que fingir, tenia que jugar a que no era real. Ahí aprendió a separar los sentimientos, las emociones, ser frío. Así se fue criando, creciendo, enfriando cada día más. Cada noche, cada golpe, era más lejano, más inerte. Llego a olvidar cómo se lloraba. Así fue naciendo el hombre que es ahora.
Prendió la radio, no soportó más el silencio. Buscó alguna canción en las emisoras y se quedo con Aerosmith, “I don’t want to miss a thing”: no quiero perderme una cosa.
“I don’t wanna miss your smile; I don’t want to miss one kiss…”
Se acabó el licor dorado, queda media RedBull y son las 12 del medio día.
Su cuerpo estaba agotado, fue al baño, abrió el agua, puso el tapón y comenzó a llenar la tina. Intento despertar a la mina que yacía en la cama matrimonial, a esa belleza adolescente que había conocido por las casualidades de la vida y que había sido una amiga y compañera, un amor y una amante, pero fue inútil. Estaba fría, tiesa, no respondía. Él estaba tan drogado que no se dio cuenta, pero intuía que algo andaba mal. Entró al baño, con el resto del Jack Daniel’s y una Viceroy corriente, con 16 cigarros. Llevó el equipo al baño, lo enchufó y puso un viejo cassette de Nirvana, aunque puteaba al rubiecito de Kurt y odiaba el Grunge por ser el último movimiento del rock, que termino por vender el estilo. Lo odiaba, los odiaba, pero aun así lo puso en la cassetera. Las canciones nostálgicas lo llamaban.
Se metió con ropa y todo. Esa vieja chaqueta de cuero, sus pantalones gastados polera Polo y zapatos Panama Jack La mezcla entre el adolescente rebelde que era antes, tirando escupos a las viejas y agarrándose a combos en las calles, y el futuro profesional, estudiante universitario de derecho en el que se había convertido. Era deprimente.
Saca el cigarro, abre el viejo Jack, y pone play al “Nevermind”, el disco con la guagua en el agua de portada. La bebida va bajando, los cigarrillos se consumen y dentro del baño el olor era nauseabundo, pero no le importaba no le importaba ni la mina muerta de sobredosis en la pieza, no le importaba que fuera el depa de su viejo, no le importaba que el viejo acababa de morir ayer. Él estaba festejando, celebrando que era libre. Por fin podía tomar sus decisiones, por fin tenía el control de su vida.
Lástima que se dio cuenta demasiado tarde, cuando el cigarro se había apagado en el agua, y solo llegaban débiles sonidos de un “come as you are…” mientras se hundía en el fondo de la tina, demasiado adolorido para dormir, demasiado cansado para despertar. El agua era tibia, casi no sentía nada. Antes de cerrar los ojos, vio la botella de Whisky flotando junto a él, vacía, llenándose de agua poco a poco y hundiéndose en el fondo a su lado.
Era libre, por fin era libre. |