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LA DESPEDIDA DE UN CRACK
ROSA FONTANA

El repiqueteo de los tapones en el suelo del túnel retumbó en sus oídos. Una sonrisa extraña, casi una mueca, escapó de sus labios. Era la última vez que recorría uno. A lo largo de su dilatada carrera futbolística siempre le habían llamado la atención. Podía reconocer la grandeza de un club por el estado y el diseño de estos pasillos que conducen al campo de juego. Había visitado con su equipo de toda la vida casi todos los campos del país, e incluso, los estadios más importantes del mundo con la selección nacional. Había túneles muy diferentes: estaban los muy largos; los estrechos, donde el “Gordo” Prada casi no cabía; los de techo bajo, ahí la “Garza” Mainardi tenía que agacharse para pasar; los que estaban verdes por la humedad; los que tenían tablas de madera en el suelo, para no meter los pies en los charcos de agua; los que tenían más curvas que un autódromo. Nada tenían que ver con los que se encontraba cuando viajaba fuera del país. Esos eran enormes. Dentro podían estar al mismo tiempo los dos equipos, los árbitros, las fuerzas de seguridad, los periodistas, las cámaras de televisión, los chicos con la bandera del fair play, hasta la banda de música, estaba, que eran como 50. Si venían a su club con esa orquesta, cuando salía el último de los músicos, los primeros ya habían terminado de tocar, y ni que decir para hacer entrar al trombón , o al del bombo, en esa cueva que medía poco más de un metro de ancho y algo más de dos de altura. Si afuera tenían hasta un señor que les decía cuando era la hora de salir, como un apuntador en el teatro. Todo era muy prolijo.
En la cancha de su club, el Sportivo, la salida era como un ritual. Él iba siempre primero, porque era el capitán. Cuando llegaba a las escaleras para salir y justo antes de dar su grito de guerra, un ¡vamos carajo¡ que le explotaba en la garganta; se giraba y sólo podía ver a los tres o cuatro primeros. Entonces preguntaba si estaban todos para salir, ahí la duda se propagaba hasta el final de la fila y volvía con la respuesta 30 segundos después. Esta situación le hacía mucha gracia, porque recordaba que le pasaba lo mismo que cuando llamaba desde otro país. Cuando le hacía una pregunta a su mujer, escuchaba el eco de sus palabras primero, y luego la contestación que tardaba en llegar. Siempre pensaba que la comunicación se había cortado y volvía a decir hola antes de que ella respondiera. Alguien al que le comentó esto, le explicó que eso se llamaba deley o dilay o algo así, que era una palabra inglesa. Los gringos siempre inventaban esas cosas raras.
Ahora en el túnel se movía inquieto, estaba nervioso, hasta asustado parecía. Era su despedida, el adiós definitivo, la última vez en el túnel. Las imágenes se le aparecían intermitentes, superpuestas, caprichosas saltaban sin orden ni sentido. Así podía verse con 5 años pateando una pelota con su viejo en el potrero frente a su casa, o el día que hizo el gol decisivo para que su equipo ganara el campeonato de 1994, o se veía junto a sus compañeros de selección escuchando el himno con la mano derecha sobre el corazón, o el nacimiento de su primer hijo. Las cosas importantes, las trascendentales se mezclaban con las más comunes anécdotas. Su mente recuperaba los recuerdos de forma aleatoria y absurda.
Todos iban a estar allí esta tarde. El club se había encargado de hacer todos los preparativos, y avisar a todas las personas que tuvieron relación con su carrera deportiva. Por su parte, su mujer y su padre se aseguraron que nadie de la familia y los amigos faltase a esa cita tan especial. La presencia de la hinchada estaba garantizada, no sólo de los más fervorosos. Sergio era “Dios” para ellos. En el Spor estaba desde los 11 años, y toda su carrera profesional la había dedicado al club. Lo había vivido todo en esta casa; tres campeonatos, el descenso y la vuelta a primera, la convocatoria a la Selección. Lo mejor y lo peor le había pasado aquí. Era uno de los pocos que no se dejó tentar por los millones que ofrecían desde Europa y el resto del mundo. A él no podían comprarlo con dinero. Amaba su club y a su gente, y ellos, claro, no imaginaban a su héroe con otra camiseta. La 8 roja lo acompañaría siempre, incluso después de irse. El club pensaba retirarla para que ningún otro pudiese mancillarla.
Pero su sangre seguiría ligada con el club. Su hijo mayor jugaba en las inferiores, era delantero. Si bien carecía del carisma y la garra de su padre, era un goleador
nato, habilidoso e inteligente para moverse por el área. Tenía un futuro de primera asegurado.
Un dolor agudo lo volvió a la realidad. Una punzada motivada por los nervios y la ansiedad, las ganas de salir del túnel; y por otra parte el deseo enorme de no hacerlo sabiendo lo que ello conlleva. Se terminaban los hormigueos en el vientre antes de salir a jugar, el penetrante aroma del aceite verde, el sonido de los tapones en la losa del vestuario, el aplauso de su público, el abucheo de los hinchas rivales. Iba a extrañar todo eso. Pero también los amigos que el fútbol le había dado. Pensaba en Magallanes. En realidad su nombre es Marcelo Ramos. Muchos creen que su apodo se debe a su gran parecido con el excelente delantero izquierdo de la década del 60, pero en realidad le decían Magallanes por su afición a los pingüinos, de tinto, preferentemente. Con él compartieron inferiores; la pensión, cuando eran sólo dos niños recién llegados del interior; y la primera. También se acordaba del “Flaco” Cataldo, el “Roquefort” Carrizo (su alias tenía relación con su nombre, Roque y el olor que despedían sus zapatos), el Tano José y tantos otros.
Caminaba indeciso hacia la salida. Ahora por la boca del túnel se asomaba una luz más intensa, el sol debía brillar arriba como en una tarde de verano. Los rayos le dieron al pasadizo un aspecto diferente, el túnel le parecía más amplio o era él más pequeño? De pronto se dio cuenta que estaba sólo. Sus compañeros habrían salido, pensó, y ahora estarían formando un pasillo por donde él pasaría, mientras todos lo aplaudirían y le agradecerían todos los años brindados a este club. Cuando llegó al final levantó la vista y debió cubrirse los ojos porque el sol lo enceguecía, notó el silencio que había afuera y lo embargó la emoción. Todos esperaban sin moverse que él asomara la cabeza por el túnel para estallar en un solo grito. Comenzó a subir poco a poco. Al principio le costaba un enorme esfuerzo, pero a medida que ascendía le parecía sentirse más liviano, ingrávido. Dejó de oír el sonido de sus pasos. Entonces fue que lo comprendió. Una lágrima comenzó a rodar por su mejilla. Inmediatamente notó que una fuerza extraña lo obligaba a subir más rápidamente. Se secó la cara con el dorso de la mano y se dejó llevar. Apretó los dientes, cerró con furia los puños y de su garganta se desprendió mudo el ¡vamos carajo!, justo cuando sus pies se despegaban del suelo y se elevaba resignado hacia el centro de la refulgente luz.

Texto agregado el 12-09-2008, y leído por 415 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
04-03-2009 No soy futbolera pero me gustó. Tu nombre me sugiere un de... o una inversión del orden de los vocablos sin espacio intermedio. Muy bueno marea-rioplatense
12-09-2008 Bien. Bien llevado. Me gustó. martincho02ar
12-09-2008 Es un cuento casi patético, con reminiscencias del rosagarasino que inspira tu nick. Bien llevada la narración; la tropa de recuerdos amontonados, sin orden, atestando el pensamiento, preanuncian que, a modo de síntesis, se acaba ya el tiempo suplementario. Pienso (¿porqué no?) que más o menos así deberán ser esos últimos tramos del partido. Por eso, los goles hay que hacerlos en su momento...Salú. leobrizuela
12-09-2008 bien, bien. muy bueno. divertido y con un buen final. Aristidemo
 
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