Desencuentro
Llegué con el corazón palpitante y pronto para el encuentro.
Mi ánimo estaba acorde con esa cita, que venía repitiéndose durante efímeros treinta y cinco años.
La emoción se mantenía inalterable, la piel, mi piel, estaba erizada de antemano, mientras el espejo, siempre engañoso, me devolvía un rostro familiar y desconocido a la vez, joven e impregnado de pasión.
Mis entrañas lo sabían, se estaba yendo, el milagro de la resurrección ya no estaba dando resultado.
Yo lo conectaba con la vida, bien inapreciable, que se le escurría entre los dedos.
Allí estábamos, uno frente al otro, desnudándonos con los ojos, adelantándonos a las caricias, a la ternura, a la entrega.
Íntegro y seductor supo que en el calor nos fundiríamos El silencio hablaba por sí mismo en este buceo sin retorno. Y en una danza incontrolable, acompasando nuestros ritmos, amalgamando nuestras pieles, ebrios de locura, nos abandonamos al estallido y llegó por fin la carcajada.
Nos despedimos con los ojos cargados de esperanza, aunque ambos sabíamos, que ese fugaz y tierno beso era el cerrojo definitivo de la historia.
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