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Con ánimos de morder
“No, no. No te guardo rencor, pero ¿puedes decirme qué te he hecho para que me trates con esta absoluta falta de respeto?”, acusa el indignado ganster ítaloamericano Don vito Corleone ante Amerigo Bonasera en el inicio de El padrino, parte I. El dialogo, más aún el sentimiento (una especie de sátira y verdad de los capos de los años cuarentas a setentas), se insertaría como una neuralgia en mi cabeza y saldría a colación dentro de estas líneas, por lo análogo, al escuchar la conversación sostenida por el Sr. Rosa (Steve Buscemi) y Joe Cabot (Lawrence Tierney) en la opera prima de Quentin Tarantino: Perros de reserva, 1992. La indignación del Sr, Rosa, decía, me recuerda al padrino cuando aquél acusa: ¿Porqué chingados tengo que ser yo el señor Rosa?, y acoge de parte de Joe: “Hay dos maneras de hacer las cosas, la mía o la puta calle”. Luego el Sr. Rosa (a diferencia de Corleone) agacharía la cabeza, arrugándola entre los hombros, y guardaría silencio. Con lo antepuesto corto en comparaciones que podrían suscitarse entre ambas filmografías y me enfoco en la segunda mencionada para receptáculo de esta crítica. Y es que en realidad ambos filmes sólo se parecen en la esencia de la cita: los códigos de honor en cuanto al delinquir se refiere. Por lo demás no existe mayor comparación, no porque la una sea mejor que la otra ni la otra que la una (eso queda en gustos) sino porque simplemente son diferentes.
En tres líneas “Perros de reserva” se resume de la siguiente manera: un grupo de ladrones (que no se conocen entre sí) son reunidos para realizar un atraco a una joyería, éste sale mal y los asaltantes se ven en la necesidad de descubrir al traidor. Así de fácil.
Sin embargo, la estructura de la película no es tan simple como tres líneas, aunque sí puede presentarse determinable en dos formas que desprenden a su vez otras tantas. Lo primero: en “Perros de reserva” el objeto del deseo es robar las joyas, sin embargo el clímax se presenta no en ello sino en el preparativo del robo y aún más en el tratar de descubrir qué falló ¿quién rompió el código del índice sobre los labios? Lo segundo: al contrario de lo usual, Tarantino incluye diversos elementos dentro del filme, dándole un nuevo enfoque a las producciones sobre asuntos criminales, tales elementos se convierten en, por ejemplo, una separación de trama y argumento para presentarlos no de forma cronológica, como comúnmente se realizaba, sino en discrepancias de espacio/tiempo que son absorbidas por el receptor poco a poco: secuencias presentadas en forma de flash back dentro de una acontecimiento principal; diálogos coloquiales (platicas comunes, en lugares igualmente comunes) para dar el efecto de confianza con los personajes: la primera discusión sobre el significado de “Like a Virgin" de Maddona es un buen ejemplo; delincuentes, aunque violentos, con un sentido del humor bastante sarcástico: baste observar la escena del Sr, Rubio (Michael Madsen) y Eddie Cabot (Chris Penn) donde juegan a golpearse como unos niños al tiempo que planean la incursión de Rubio en el atraco a la joyería o la ya mitológica escena de la rebanada de oreja, al más puro estilo de Jorge Arizmendi (el mocha orejas), donde el mismo Sr. Rubio realiza un bailecito bastante campechanón donde prácticamente, como espectadores, no nos queda otra cosa que brindarle nuestra aprobación con una risita de confabulación, aceptando que al oficial se le cercene una oreja y porqué no uno que otro dedo.
Pero no nos desviemos, decíamos que dentro de la película se insertan una serie de flash back, cortando su linealidad y, en efecto: estas reminiscencias se presentan a lo largo de la acción principal y ésta es representada, a su vez, dentro de un almacén semejante a un espacio teatral. Ahondemos: en la cinta la llegada al cobertizo funge como el inicio de una obra al más puro estilo de las tragedias griegas o las tragicomedias de la Televisa de los noventas. Lo segundo es plagio al humor sardónico de Tarantino, sin embargo, la comparación del teatro no es discordante: dentro del almacén se desemboca un intercambio de personajes que entran y salen recordando las puestas en escena, además el escenario cuenta con espacios reducidos, al igual que el teatro, y éstos suelen ser utilizados hasta su totalidad: las escaleras donde yace desangrado el Sr. Naranja, la radio, las sillas, etc., los diálogos son fuertes (de tono elevado) y las expresiones gestuales son igualmente a la manera de los actores teatrales. Un gran manejo de cámara influye, de igual manera, en crear este efecto: se manipula como si fuera un visitante más, siguiendo las acciones de un sola toma, sin cortes, para similar un ojo que, aunque no es capaz de observarlo todo, al igual que el espectador de teatro sigue al personaje nunca al objeto, escucha, pierde, recobra o inventa detalles de vacíos tan importantes como lo mostrado. Por si fuera poco, toda la película es presentada de un tirón, da la similitud de no tener espacio para errores, no hay corte y se repite (igual que…), da la impresión de que al subir el telón, al encenderse la cámara, no hay lugar para equivocaciones dejando el trabajo del actor a prueba sin error.
Sin embargo, estos perros no son para todos: se necesita de un humor bastante acido para digerir lo agrio que puede ser el mundo de Tarantino. El sentarse hora y media para ver explotar en la pantalla escenas de violencia bastante explicita, diálogos soeces y personajes sacados de cualquier barrio de cualquier ciudad, no es para todos. En contraste, podríamos decir que el sin embargo es minúsculo si comparamos que los manejos en forma y fondo, lograron convertir a Tarantino en un director de culto, mesías de los adoradores de los borbotones de sangre chispeando la pantalla de cine o televisión: siempre y cuando esa violencia se presente de forma inteligente, justificable y creíble dentro del mundo fílmico. Me incluyo en los anteriores y quiero creer que la intencionalidad de Tarantino es impermeable en este respecto, y “Perros de reserva” no sólo se presentó como un garbanzo de a libra que sirvió, por casualidad, de estilo para posteriores producciones. De igual manera, hasta el último momento cuando me pregunto ¿que habrá sido del Sr, Rosa al salir huyendo del almacén? sigo pensando que lo suyo fue (me refiero a la magia de Tarantino y no a la suerte de Sr. Rosa) una forma experimental que pudo hacer peligrar sus ahora ya cuantiosos beneficios recaudados en papeles verdes. Experimental sí, empero, Tarantino apostó por ello mientras consiente o inconsciente forjaba el engranaje de una nueva forma de fanatismo criminal.























Texto agregado el 12-09-2008, y leído por 459 visitantes. (1 voto)


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