La mirada de color azul que el cielo le devolvía valía toda la pena. Era limpia, como un recuerdo remoto de la inocencia que hacía tanto había perdido y se empeñaba en buscar fervientemente. El aire le devolvía una pureza existencial, liberada de motas de polvo, de manchas de sonidos. Respiraba silencio, respiraba la luz. Una extraña sensación de paz le empezaba a recorrer entonces las venas, como si ese mismo aire que había procesado su cuerpo extendiera la luz, y el silencio, por todos los rincones de su fisiología.
Otra vez la lluvia había purificado y sembrado el mundo. Le devolvía la fertilidad latente, la sencillez de lo que esta fuera de los espacios viciados.
Era sólamente un día más, un atardecer más, después de uno de esos días de llover mucho.
Al principio, la lluvia desagradaba.. que cosas, no podías salir a la calle sin mojarte, no había sol, la gente cogía mucho los coches, parecía que el ambiente todo tomaba un cariz pseudodepresivo, esos colores grises desde tan temprano, por la mañana.... ahora, unas horas más tarde, entendía que había vuelto a asistir a uno de tantos ciclos de renovación de los que el equilibrio necesita.
Y con estas sensaciones fue que le vino una idea a la cabeza...
A veces -pensaba-, tenemos muy poca memoria. No nos acordamos de lo más bonito que nos ha ocurrido, sino de lo más inquietante. Fijamos nuestra atención en las esquinas y rincones negativos de nuestro pasado, creyendo que pueden devenir de igual forma en el futuro. Vivimos en el presente sin ser capaces de comprenderlo ni tan sólo.. hay tantas cosas que se nos escapan..!
A veces, no nos damos cuenta, por no tener suficiente memoria, o por no enfocarla hacia una dirección positiva, de que no hay momentos eternos de pureza, como tampoco los hay de corrupción. De que muchas veces tiene que llover para que seamos capaces de reencontrar la limpidez en los sentidos, en las percepciones, en los sentimientos..... esa inocencia, entrando y a la vez saliendo, como si de una profunda respiración se tratase, de nuestros órganos y nuestro alma.
Esa era la imagen que a su entendimiento acariciaba mientras disfrutaba, en una terraza cualquiera, de un atardecer después de un día.. lluvioso.
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