Como todas las mañanas, aquella mañana el jardinero se levantó temprano. Como siempre, semidormido, miró su jardín, fuente de sus placeres. Y lo vio brillante de sol, las hojas mas verdes que nunca, porque había llovido por la noche. Pero al llegar al rincón de la flor roja, no la encontró. Una espantosa sensación de vacío llenó su corazón y su cuerpo, y de pronto recordó lo sucedido ayer. Recordó con que dolor la arrancó, y con que amor la envolvió. Y luego, guardándola en una bolsita de terciopelo, que colgó junto a su corazón. Se tomó entonces el pecho, encontró la bolsita y la llevó a su boca. La besó suave y amorosamente y cerró los ojos, para recordar la flor roja. Y le pareció que su vida no tenía sentido sin la flor roja. Pero mirando su jardín, hermoso y lleno de flores y de vida, se sintió contento otra vez.
Mas tarde, salió, como cada mañana, a cuidar de sus flores, sus amores. Removió la tierra, blanda de la lluvia, sembró semillas nuevas, eliminó los hongos, insectos y las malditas hormigas, que aprovechaban para cortar las hojas tiernas. Recorrió el jardín cuidando de cada flor, como gustaba. Era jardinero, y los jardineros aman cuidar las flores. Aman las flores, y las aman cuidándolas.
Pero cuando llegó al rincón donde existiera la flor roja, nuevamente se sintió triste. Se sentía mal, incómodo, vacío. Es que deseaba tener la flor roja allí, para cuidarla, para regarla, para nutrirla. Hubiera querido tenerla esa mañana y siempre, para mostrarla orgulloso a otros jardineros. Hubiera querido que la gente, al pasar frente a su jardín dijera: “Mira que hermosa flor tiene este jardinero”.
La tenía allí, junto a su pecho. Sentía que con cada latido acariciaba la flor marchita, y sentía su perfume, seco ahora, pero fino… Amaba a esa flor, pero no podía cuidarla, regarla, nutrirla. Y aún mas, siendo que su amor era secreto, ni siquiera podía mostrarla, orgulloso de amarla. Y por eso se sentía mal. No quería llevarla junto a su corazón, aún amándola. Quería nutrirla, cuidarla. Quería estudiar y leer todo sobre esa flor, conocerla mas y mas, para ayudarla a florecer hermosa, mas hermosa que ninguna.
Pero sabía que era tarde. Tal vez si esa flor hubiera estado cuando el jardín era un proyecto del jardinero…Tal vez entonces todo el jardín sería rojo ahora. Pero no fue así, y ahora no tenía lugar para ella en su jardín.
Entonces, mirando el rincón vacío, decidió llenarlo de flores. Sembró violetas y rosas, claveles y azaleas.
Pasó el tiempo y un día, al levantarse, vio el rincón, lleno de flores. Pleno de alegría, se acercó al rincón. Lo miró. Estaba lleno de flores hermosas, pero vacío de la flor roja. Supo entonces que no era un problema de flores. Era un problema de una flor roja. No era de llenarlo. Era de vacío. Jamás podría llenarlo, ni con todas las más lindas flores del mundo.
Triste pero resignado, decidió seguir ocupándose de sus flores que tanto amaba. Cuidó su hermoso jardín, y lo hizo cada día mas lindo. Lo mostró, orgulloso, a sus vecinos. Pero de noche, en secreto, besaba la flor roja, marchita, y soñaba alegres jardines rojos.
Cada día, mirando el rincón lleno de flores pero vacío de una flor, recordaba la flor roja, suave y dulce y se estremecía de doloroso placer. Y luego, volteando hacia su jardín lo cuidaba, amoroso, para convertirlo en mas lindo cada día.
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