Fornido, de piel cobriza, con el pelo largo y negro, sin duda su aspecto era la de un gran guerrero; sin embargo, lo que realmente llamaba la atención de su apariencia eran esos ojos color turquesa, fríos, hostiles, malévolos.
Desde el cielo, desde donde solo las aves y los dioses pueden observar a la tierra, era un puntito más entre los demás puntitos movedizos, todos los hombres y animales no son más que eso para los dioses. Caminaba tranquilamente, no estaba agotado, a pesar de haber viajado mucho. Cuando de pronto, escuchó a los lejos un grito de dolor, al instante supo exactamente donde se encontraba la persona a la que le pertenecía esa angustiosa exclamación. Decidió dirigirse a ese lugar, por un ataque de curiosidad repentina. La escena con la que se encontró lo sorprendió, eran cuatro hombres, dos de ellos tenían aprisionado contra el suelo a un joven hombre gravemente herido; los otros tenían maniatada a una mozuela de unos dieciocho años, la cual se encontraba aferrada con ambas manos a un chiquitín, una pequeña criatura bañada en su propio llanto que seguramente era su hijo, uno de los hombres apartó al niño de su madre dándole un puntapié.
Observó a los malvados hombres, ellos a su vez lo observaron agresivos; pensarían, definitivamente, que era un forastero, o un hombre enfermo, jamás en su vida habían visto un hombre con ese color de ojos, soltaron a sus victimas y se abalanzaron hacia él, sintió en ese instante como algo parecido a un líquido caliente bullía en su interior y toda su furia se descargó contra ellos.
Huesos triturados, órganos despedazados y sangre coagulada, formaban la pasta horrorosa desde donde el tipo de los fríos ojos turquesa, miraba ahora, al hombre abrazado fuertemente a la mujer y al niño, los tres se encontraban aterrorizados y temblorosos por la escena que acababan de contemplar.
La furia proveniente de sus entrañas se había calmado; a pesar de ello, pensó por un instante continuar con la masacre, no lo hizo, sonrió con una mueca macabra, estiró los brazos, alzó la cabeza hacia el cielo y convertido en un águila voló perdiéndose entre los cerros. Así de sorpresivo era siempre el extraordinario Amaru.
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