Era un viernes triste y nublado. Muy nublado. Niebla; espesa y negra niebla en su interior. Necesitaba una gran racha de viento para poder llegar a vislumbrar algo dentro de su ser. Pero... ¿había algo en su interior? Necesitaba encontrar lo que fuera; más vacío no por favor. Tantos días con este sentimiento la hacían sentir sola hasta con ella misma.
Sonó el teléfono:
- ¡Venga! Anímate a salir, que te irá bien respirar....
- Te esperamos entonces para cenar.
Le pareció que una suave y tenue brisa le apartaba los cabellos de la cara, pero la verdad es que no estaba nada convencida.
El sol a las doce en punto. Mediodía. Le quedaban todavía demasiadas horas de apatía incontrolable, de impotencia, llanto seco e indiferencia. Pero también estaba harta de eso. No le quedaban ganas para nada, ni tan solo para pensar que no sabía qué hacer. Encendió el ordenador, y cómo un autómata se conectó, sin pensar nada, sólo actuando, dejándose llevar.
Ahí estaba él.
- ¡Hola! ¿Cómo estás?
- Tirando, hago lo que puedo... I will survive.
- ¿Por qué no sales? Te iría bien...
- Ya me han invitado para cenar. ¿por qué no te vienes tú también?
(....)
- Te paso a buscar a las 9.
La delicada brisa empezó a coger un estilo de viento arremolinado que despejó el cielo, dejando tan sólo nubes aisladas, esas preciosas nubes algodonadas que invitan a tumbarse relajadamente en algún prado y sólo mirar e imaginar.
En algún rincón encontró tirados cuatro pequeños ánimos, que debían de ser los que perdió hacía ya mucho tiempo. Los cogió. Estaban bastante lastimados y machucados, pero a lo mejor pasándole un poco la plancha lograba poderlos reutilizar.
Funcionó.
Logró ducharse, vestirse, un poco de música... y hasta consiguió intuir una tímida y casi imperceptible sonrisa frente al espejo.
Cogió las llaves, dinero, pañuelos (siempre tan previsora... ) y una última mirada al espejo antes de salir: perfecto, tenía los ojos secos.
Le recogió a la hora en punto, y se fueron a buscar al resto del grupo para cenar.
Todos hicieron perfectamente su trabajo: consiguió desconectar por completo y pudo reír sincera con ella misma.
Se acabó la cena. El grupo se disponía a acabar de ahuyentar sus fantasmas en una discoteca.
– Demasiado para un solo día, me parece que me retiro.
- Nooooo... venga, un ratito, a bailar, y luego te vas, pero ven un ratito....
- No, no, en serio, gracias.
Él dijo que también se marchaba. El grupo se fragmentó. Se quedaron solos frente al bar.
- ¿Una última cerveza?
- Perfecto, a esta invito yo.
Fue pasando el tiempo. Rápido, demasiado rápido, las agujas del reloj corrían velozmente con aquel tic-tac siempre tan burlón.
Hasta que les echaron del bar.
Las cervezas habían hecho su papel. Empezaron a andar, sin rumbo fijo, hasta que la marea por la que se estaban dejando guiar les transportó hasta el mismo mar.
Se sentían raros. No incómodos, no como extraños... simplemente diferentes.
Se tumbaron en la arena, charlando, riendo... y cada vez sus temblantes cuerpos más cerca estaban, hasta que ella pudo sentir su dulce aliento en su nuca. Mil escalofríos se pasearon por su piel. Hacía mucho, mucho, mucho tiempo que no sentía tanta paz. Estaba realmente bien, por fin. Cómo describir aquella sensación... talmente como cuando uno ve que se le está cumpliendo un sueño que nunca habría podio imaginar que se llegaría a cumplir: paz y felicidad.
Le acarició el rostro. Le besó en la mejilla. ¡Oh, cómo le gustaba! Pero tenía miedo... ¿sería sólo la cerveza o él también estaba sintiendo algo distinto?
Le miró a los ojos, esperando una respuesta: él le devolvió el beso en la mejilla, y le devolvió la caricia.
Siguieron hablando, cerca, muy cerca. ¡Oh Dios, que cerca estaban sus labios! (Bésame por favor...)
Ella buscó su peca favorita, la tenía muy localizada: al lado de su oreja derecha. Se la besó dulce y tiernamente, intentando transmitir todo el significado que un beso puede comportar. Otra caricia, otro beso, otro susurro...
Estuvieron mucho rato así, como si un turbio velo les mantuviera cerca pero no unidos. Velo tejido por pensar demasiado, por saber quienes eran, por saber qué estaban haciendo... pero se sentía muy a gusto, muy cómoda, tranquila, contenta... ¡feliz! Así que decidió mandar el cerebro a paseo, los interrogantes de acompañantes, y se dejó llevar simplemente por el corazón, por lo que sentía: por lo que quería... lentamente fue estirando el hilito, hasta que vio el velo reducido a una frágil telaraña. Se rompió.
Salió el sol. Se besaron.
No quedaba rastro de la cerveza ¿sería esa la respuesta a su pregunta?
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