El hombre quieto rememora historias, por su mente pasan recuerdos, algunos le fueron impuestos, otros son propios, el recuerda que ella:
Había nacido un día en donde el viento y la arena ensayan bailes incansablemente
Que creció más arriba, al norte, y descubrió enamorarse siendo adolescente-grande, que curtió y peco, hizo el amor y amo.
Recordó como distraída de alcobas, ella buscaba jardines y creo creyendo, y fue así que su mano verde desarrollo poderes
No pensó nunca que de tanto desearlo crearía su edén
Entonces él compartió sus sueños y armo proyectos, amo a su pareja nutriendo con encanto escenarios de rosas y hierbas, donde coloridos arbustos sorteaban el tiempo construyendo muros, también empezaron a darse las enredaderas, que ávidas colgaban sus guías.
Y paso el tiempo, cada uno echo raíces más hondas, el horizonte era una irregular y desordenada línea verde.
Así fue que con la mano del tiempo vinieron las hijuelas y los brotes, llegaron los críos y mascotas, que juntos gastaron los verdes tapices, dejando yerma la tierra.
Pasaron muchas estaciones y cada día más y más incontenible, la marea verde crecía sin pausa. El hombre quieto miraba crecer las enredaderas, estas crónicas invasoras se adueñaban de paredes y troncos, de macetas, latas y platos; ocupando cada una en su lugar, un sitio.
El recordaba como un día sintió que le faltaba el aire, tanto verde se le había metido en los pulmones y en el alma. Tal vez había sido ese día cuando sintió que su pie izquierdo quedaba atrapado en la tierra húmeda del jardín, el distraído se preguntaba que estaría pasando, no estaba preocupado, una sensación de frescura lo invadía
Mucho después, una tarde, él sintió como una mano solicita le llevaba el otro pie hasta un primoroso cantero preparado especialmente, que parecía estar esperándolo pacientemente
Su cuerpo quedo así en una especie de Y invertida, por más que intento no podía moverse, ni sacar los pies.
Un atardecer soleado, cuando el hombre quieto estaba apoyado en la pared, sintió un fuerte ardor en sus manos, vio como de las palmas y dedos brotaban pequeñas uñas que inmediatamente se agarraban con fuerza a la rugosidad del revoque
El tiempo paso y paso, así fue como el hombre comenzó a esperar cada día la llegada de la tijera, que manejada por virtuosas manos verdes, cuidaban su aspecto.
El hombre quieto no veía más allá de la pared del quincho. Todos los días lo acompañaban ágiles colibríes que libaban en cada flor, junto a las laboriosas abejas que sobrevolándolo recolectaban polen, de ves en cuando el perro regaba sus raíces
Ella iba y venia observándolo todo, quitaba allá una hoja seca, retocaba un brote, ponía fertilizantes y todo reverdecía.
Se sentía una diosa con manos verdes
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