Lo que se escondía detrás de ese lienzo de traslucida gasa eran unos ojos negros cautivadores, soportados por una sonrisa intrigantemente bella, una voz tan bien timbrada que hasta los ángeles envidiaban y un cuerpo todo, en el que las curvas más sensuales se habían reunido para componer el ser más lujurioso creado por la naturaleza. Todo ello, solo servía de envoltorio para el corazón más negro y frio que, vacio de sentimientos, dirige vidas e imperios.
Profesional de la seducción, te alimentas de los mejores sentimientos ajenos. Maestra de la manipulación, te diviertes dirigiendo la vida de los demás por los caminos que a ti te apetecen. Creas y destruyes a tu antojo, solo por diversión, amistades, amores y odios. Capaz de regalar las más dulces caricias con tus dedos, puedes dejar tras de ellas heridas como de afiladas cuchillas de afeitar, que desangran lentamente a tu víctima, acercándola a su momento final.
Hada que monta en escoba. Bien y mal en la misma medicina. Hoy eres triunfo y mañana derrota. Eres la bola caprichosa de la ruleta, que elige color a su antojo, haciendo que el pobre mortal confunda inconsciencia con arrojo. Das premio o castigo detrás de la más inesperada esquina, haciendo del destino una dama manirrota.
Con estos versos te describió un querido amigo, antes de ponerte en el olvido y grabar su nombre al borde de un camino. De ti me advirtió que, una vez atrapado, serias juez implacable, pues ya era condenable, el hecho de haber nacido.
Sobre todos has hecho juicio y has dictado sentencia, pero dejas a los demás que se impongan su condena.
Así eres vida. Bella, voluble, imprevisible, inalterable. Yo, como todos, me he impuesto la pena de amarte.