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El elegido

–Por acá –dijo la secretaria– el doctor los va a recibir enseguida.
Se sentaron uno frente al otro, como si después de tantos años comenzaran reconocerse.
–¿Qué tal el viaje? –dijo Hernán
Esteban sonrió y empezó a ojear una revista. –Largo –contestó después de una pausa.
–¿Hacía cuánto que no venías?
–No se, no llevo la cuenta –y cerró la revista– Quise llegar mucho antes, cuando me avisaste lo del viejo. Pero, a veces no se puede.
–Muchas veces no pudiste. Igual, no importa, ahora ya terminó todo.
Esteban se recostó sobre el respaldo del sillón y encendió un cigarrillo. Hubiera querido preguntarle al hermano qué había terminado. –Lo de ella fue demasiado rápido, –dijo–. ¿qué pasó?, era tan sana.
–Estaban muy viejitos los dos y además, vos sabés, vivían el uno para el otro. Claro qué vas a saber, si casi no te veían.
–¿Tardará mucho esto? No tengo mucho tiempo, deje un par de asuntos pendientes –dijo Esteban como si hubiera perdido interés en la respuesta.
–Y, vos sabés como son estos trámites.¿Alguna vez tuviste tiempo ,vos? Para mí por ejemplo,¿alguna vez te sobró el tiempo?
–No empieces con tus lloriqueos. Ya de chico eras insoportable cuando insistías que te llevara conmigo. Eras un pendejo de doce años y pretendías que te llevara a los boliches.
–Si ya se, tenía que crecer me decías. Después debo de haber crecido demasiado porque al final nunca me llevaste.
Esteban iba por el segundo cigarrillo y se lo notaba impaciente.
–Pero, ¿Qué más querías?, si el tiempo de todos era para vos, si la familia entera giraba alrededor tuyo. Tus horarios, tus fiebres, tus resfríos.
–Estás loco. Ellos siempre estuvieron orgullosos de vos.
En ese momento apareció la secretaria acompañando a una señora hasta la puerta y con una mirada que los envolvió a los dos dijo que el doctor los haría pasar en cuanto terminara con un llamado.
–Esta amansadora de las salas de espera me revienta –dijo Esteban– Qué se creen que a uno le sobra el tiempo.
–Otra vez el tiempo. Calmate un poco, querés. Después nos tomamos un café. Hace tanto que no hablamos.
A Hernán le pareció que el hermano se había avejentado de golpe. Ya no eran los once años que le llevaba. La madurez de ambos no había servido para nada —pensó—, seguían tan separados como siempre.
–¿Sufrieron? –dijo Esteban como si continuara una charla que en realidad nunca había empezado– los viejos, digo
–Creo que el lugar donde tuve que internarlos… ¿Te acordás que te llamé para que vinieras? No quería tomar la decisión yo solo, sabés. Me mandaste a la mierda, qué para que quería tu opinión, que lo que yo hiciera les parecería bien.
–¿Acaso era mentira?
–Acabala con esa historia de que yo era el preferido. Reconocé que era mucho más cómodo dejarme la responsabilidad a mi solo.
–Yo nada más te pregunté si sufrieron, físicamente me refiero.
–No, físicamente no. Pero preguntaban por vos. Y yo les mentía que estabas al tanto de todo, que ya ibas a venir.
Pasó de nuevo la secretaria. Esteban se paró.
–Señorita, el doctor tendrá para mucho, hace casi una hora que estamos esperando.
–Voy a ver si les puedo traer los papeles para que los vayan ojeando, así ganamos un poco de tiempo.
–Encima quiere que le ahorremos trabajo –murmuró Esteban mientras la miraba irse.
Hernán no se había movido del sillón. Lo observaba como cuando era chico y lo veía allá arriba, seguro, serio, siempre a punto de lanzar un insulto que él hubiera preferido a esa indiferencia que tanto le dolía.
–¿Sabés de qué me estaba acordando? –dijo por fin– Ese día cuando te pedí prestado el saco azul porque la iba llevar a bailar a Gladis, esa piba del normal que me tenía loco, ¿te acordás? No era solo el saco lo que quería, era contarte todo lo que me pasaba.
–Y el saco te lo presté, o no?
–Sí, claro me lo prestaste.
La secretaria trajo los papeles y se los entregó a Hernán.
–Cualquier duda me avisan –dijo con esa cortesía impostada de secretaria bilingüe.
Esteban encendió otro cigarrillo y volvió a recostarse en el sillón.
–¿Querés que lea, o lo hacés vos y yo te escucho? –dijo Hernán
–Para mí es suficiente que lo leas vos. Todo este papelerío me aburre soberanamente. No hay mucho para repartir, ni siquiera va a alcanzar para pelearnos.
–Otra vez te vas a borrar. Ya es un estilo en vos. Bueno, confiemos en el abogado, total esto recién empieza.
Lo dejó solo y fue a devolver los papeles. Esteban lo miró irse como si lo viera por primera vez. Es el pelotudo de siempre –pensó. Cuando Hernán volvió estuvieron un buen rato en silencio. De vez en cuando algún bocinazo o una sirena aflojaban el aire, después volvía la misma densidad de antes. Esteban se incorporó en el sillón parecía volver de otro viaje.
–Entonces no sufrieron –dijo.
–¿Pero, qué tenés con eso de si sufrieron? Ya me lo preguntaste dos veces, parece que quisieras que te contestara que sí.
–A lo mejor se lo merecían –pensó. –¿Se dieron cuenta de que se morían? –preguntó
–El viejo, creo que sí. Mamá y yo estábamos con él. Nos miró y dijo traten de mantenerse unidos los tres, o algo así.
–Los dos habrá dicho, vos y mamá.
–Terminá con tu paranoia de excluido.
–Y, ¿después qué paso? –dijo Esteban, y respiró profundo– ¿mamá enseguida se sintió mal?
–Esa misma noche, mientras lo velábamos tuvo un infarto. Después vivió solo tres días.
–¿Ella también dijo algo?
Hernán lo vio levantarse y llegar hasta la ventana. Ahora le daba la espalda.
–¿No era que no querías los detalles como me dijiste cuando te llamé, en qué quedamos? –Hernán hizo una pausa que parecía anunciar algo importante– no, no dijo nada. –y con una sonrisa– ¿Estás conforme ahora? ¿Esperabas algo más?
–Yo nunca esperé nada, y menos de ella.
Hernán se había acostumbrado a esas acotaciones intrigantes del hermano. También había aprendido a no indagar más allá. Esta vez, sin embargo, sintió que era distinto, que algo importante le iba a ser revelado. Por eso preguntó.
–¿Porqué menos de ella? ¿Qué te hizo, o mejor qué te hicieron para que los hayas ignorado siempre?
–A mí, nada, en todo caso a vos qué te hicieron?
–Hablá claro, terminá de una vez con tus intrigas.
Ahora los dos estaban perdiendo la calma y el duelo ya no podía pararse. Esteban tomó aire, se notaba el esfuerzo que hacía para no gritar. Tenía la cara congestionada y apenas podía dominar los labios.
–¿Nunca te preguntaste porqué esperaron tanto para tenerte?
–Bueno, yo se que no me buscaron, ¿pero eso que tiene que ver?
–No solo no te buscaron –dijo Esteban y no pudo seguir mirando al hermano– pero bueno, tenés razón a qué revolver mierda ahora. Eso fue hace tanto tiempo.
Se volvió a sentar. Se lo veía extenuado. Había llevado a Hernán hasta el borde del abismo y ahora no tenía fuerzas para empujarlo. El hermano, en cambio, había decidido llegar hasta el final y descubrir por fin porqué Esteban lo había rechazado siempre.
–Hablá, Esteban, esta vez hablá –dijo mientras lo tomaba de los hombros para obligarlo a que lo mirara a los ojos.
Esteban nunca había visto así a su hermano menor, ya no era el adolescente que reclamaba su afecto, ahora esperaba su primer trompazo. Por eso habló.
–Ellos no solo no te buscaron, sabés, hicieron todo lo posible para no tenerte. Fuiste el resultado de un aborto mal hecho, por eso después tuvieron que dedicarte la vida y así pagar la culpa.
Se dejaron de oír las voces.
Cuando la secretaria se acercó, los hermanos parecían tener la misma edad.
–Pueden pasar –dijo– el doctor los espera.

Texto agregado el 08-09-2008, y leído por 111 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-09-2008 hola collectivesoulx
08-09-2008 sí lo son, palabrejas. el esfuerzo bien sucubo
 
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