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La cabeza aún le daba vueltas cuando se levantó, las evidencias del carrete estaban a sus pies: dos botellas de Ron “Caribean”, una caja de vino y cinco envases de Báltica, en los que no quedaba ni una gota del líquido que contenían. Se tambaleaba de un lado a otro y no podía mantenerse en pie.

No aguantó más y se apoyó en el árbol que había servido de refugio y almohada durante la noche, mientras devolvía lo que parecían litro y litros de Coca-Cola con yogurt de mora. Estuvo ahí, parado, unos cinco minutos, mientras la gente pasaba y lo contemplaban con cara de asco y compasión, agradecidos de que sus hijos no eran así. Estuvo ahí, hasta que no tuvo fuerzas para continuar vomitando. Se limpió la sucia boca con la manga de la chaqueta y se lamentó no haber guardado nada de alcohol para poder enjuagar el hocico y borrar el hálito pestilente que emanaba de ella.

Finalmente despertó, se limpió las manos llenas de tierra y su chaqueta de cuero, que estaba en igual o peores condiciones. Sus pantalones, si se le podían llamar así, aún tenían las manchas de su enóloga aventura. Las “medallas” relucían a distancia de los desteñidos jeans robados hace un tiempo de la tienda de ropa americana que estaba en la calle Condell. Las cadenas colgaban como brillantes joyas, dentro de la casi andrajosa ropa.

Se acercó al árbol, revisando si había algo que rescatar: una colilla de cigarro, la cola de un pito de anoche, alguna botella con un poco de copete en su interior, lo que fuera. Se dio por vencido luego de la infructuosa búsqueda, cuando notó que algo faltaba: ¿Dónde estaba el Máquina?.

Unos metros más allá, todavía dormido y con los restos de un Vodka de $1.200 en la mano, estaba su amigo, su compañero de andanzas. Él le había enseñado todo lo que significaba la calle: peleas, rescates, carretes, supervivencia; en fin, lo necesario para no ser comido por los otros animales que habitaban las casas abandonadas y bancas de las plazas en las cuales pasaba la noche. Ya no recordaba cómo fue que se habían conocido, pero sus aventuras juntos estaban, literalmente, a flor de piel, pues las peleas callejeras ya habían dejado más de una secuela en sus brazos y torso.

Se movió, para ponerse a su lado. La cabeza todavía daba vueltas, pero al menos ya podía tenerse en pie por si mismo. Llegó a lo que parecía un vagabundo ermitaño, con el pelo desordenado, un hedor perceptible a distancia y una ropa mucho peor que la suya.

-¡Máquina!, ¡Máquina!. Despierta huevón. Ya es de día… ya po’ culeado, muévete. Hay que hacerla-. No hubo respuesta, los ronquidos eran fuertes. El alcohol aún circulaba por su organismo y la fatiga del trasnoche lo tenían en suspenso.

-¡Despierta!. Acompañó el grito con unas suaves patadas en la zona media de su amigo, pero nada, no hubo reacción.

Esta vez pateó más fuerte, hasta que los ronquidos se interrumpieron por un momento. –Arriba huevón, van a llegar los jardineros y van a mojar toda la huevada.

Por fin abrió los ojos. Eran de color pardo. Su cara no representaba su realidad y el físico menos: fornido, maceteado, el cuerpo de un ex levantador de pesas. Sus rasgos bien definidos, nariz algo respingada, labios carnosos pero no gruesos, tez blanca y una piel suave, sucia por la tierra y las largas noches en la calle. Lo único que no hacía juego eran sus dientes, algo chuecos. Toño siempre se preguntó por qué, o como pasó.

- Ya huevón, vamos. Le quitó el vodka de las manos, se echó un buen sorbo a la boca, enjuagó, hizo gárgaras para quitar el mal sabor que provoca el vómito por copete, escupió, tomó otro sorbo y tragó. Tomó al Máquina del suelo y lo levantó como pudo.

No habían pasado ni tres horas desde que se acostaron, o más bien, desde que cayeron al piso ya inconcientes, producto de la jarana del día anterior.

Se levantó, y luego de repetir el ritual de su amigo, incluido el enjuague y el trago de Vodka, el Máquina se desperezó, abrió los ojos y cachó el panorama: estaban en el parque, se debieron quedar raja y ahora era de día, tenían hambre y sed. Era martes y no tenían nada de monto para sobrevivir.

- ¿Vamos?. Dijo el Toño.

- Calmao'- respiró hondo varia veces y dijo:- Agradece el aire que respiras, puede ser el ultimo dia que veas el sol de la mañana.

Tipico comentario del huevon, pero en el fondo tenia razon. Habian visto caer a varios, y otros tantos más habian caido por ellos. Lo que le carcomia la conciencia era que no sabia si habian matado al huevon con el que se toparon hace un tiempo. El Rancio y el Negro habian alumbrado que alguien se habia echado a un flyte en la plazuela hace como dos meses, pero que no se sabía quien habia sido, los pacos no tenian testigos ni nada. “Da lo mismo, el cabron se lo buscó”, pensó para sí.

El Makina se limpio, se sacudio la tierra de la ropa, se puso el morral en la espalda.

- Vamos!. Y partio...

Texto agregado el 08-09-2008, y leído por 102 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-09-2008 a mí me gustó. jorge_jolmash
 
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