Este Texto fue enviado por nuestro compañero de página Jabbier como aporte y presencia en distancia al segundo encuentro de Voces y Ecos de los Andes ,lo transcribo, ya que lamentablemente me llegó tarde espero puedan disfrutarlo tanto como yo.
Kalanidhi
Gracias por permitirme participar a la distancia, con este tema.
Crear es amar
Es difícil creer, al menos yo no creo, que el poeta dice: "hágase el verso", y el verso se hace. Cierto es que el verso, la poesía, es creación, pero los poetas no son dioses omnipotentes, acaso pequeños dioses como dice Huidobro, pero son también mortales como cada uno de nosotros. Tan mortales que ya son polvo desde el admirado autor anónimo del Mío Cid hasta Miguel Herández, García Lorca, Octavio Paz, Oliverio Girando, Violeta y Nicanor Parra, Gabriela Mistral y ya casi Benedetti.
Tampoco creo que Pablo Neruda dijo de pronto: "Bueno, ya tengo 19 poemas para mi próximo libro, así que ahora voy a escribir el Poema 20", y tomó el lápiz y empezó: "Puedo escribir los versos más tristes esta noche...", y por ahí le siguió para completar de un tirón 32 versos alejandrinos. Vaya, a lo mejor ni era de noche, ni era el vigésimo poema, y el más conocido y celebrado, que quizá escribió en un día soleado.
Y no me convence del todo Martí cuando dice, aunque lo diga muy bonito, que sus versos son como lágrimas que salen de los ojos y como sangre que sale a borbotones de la herida. Y aunque creo que las lágrimas y la sangre tienen su propia vida y hay que darles oportunidad de vivirla, también se necesitan un ojo y una herida para que fluyan, pero sobre todo un impulso para darles cauce y unas manos para recogerlas, modelarlas y proyectarlas.
En fin, más bien coincido con Rodin, quien afirma que las musas no existen, y sugiere a los nuevos creadores "paciencia; no cuenten con la inspiración; las únicas cualidades del artista son prudencia, atención, sinceridad, voluntad", y sugiere también "ejercitarse sin descanso, extenuarse en el oficio". Eso lo saben muy bien ustedes.
Edison lo dice, práctico y avaro como buen norteamericano, en 16 palabras, la mitad de ellas monosílabas: "El genio es uno por ciento de inspiración y noventa y nueve por ciento de esfuerzo".
Tengo para mí, pues, una primera conclusión, que también es un aliento: La poesía, el arte, es fruto de la disciplina más que de la inspiración, es resultado del esfuerzo personal constante más que del hálito de las musas. Para ese esfuerzo, por supuesto, el creador tiene herramientas, la primera de las cuales evidentemente es la palabra.
Para no teorizar, y sin afán protagónico, comparto mi breve experiencia en la creación poética, aunque debo reconocer como Durero, y yo sí con modestia y más acierto que él: "Tengo a mi arte en un valor muy mediano, pues conozco mis deficiencias". Aún así, o tal vez precisamente por ello, me atrevo a compartir esta etapa en la que estoy muy cerca o muy lejos de la poesía, según se quiera ver.
En ocho versos podría resumir cómo llegué a la poesía, o cómo ella vino a mí:
Irrumpes infinita
en mi crepúsculo empolvado.
Vendimia de mis sueños primigenios,
tienes uvas de horizonte
para los siglos de mi boca
--el antiguo estanque silente y reprimido
que estalla en la mañana de tu risa guerrera.
La irrupción, por cierto, como en la abrumadora mayoría de los casos, no fue gratuita. Más bien quien irrumpió fue Alguien, y es ella la infinita y vital. Él amor es, si no el único, sí el principal móvil del artista o el aspirante a serlo. El amor incluso a sí mismo, o sobre todo a sí mismo. Es difícil que otra cosa nos mueva más que el amor, porque aun el odio que pudiéramos sentir por otro y que nos lleve a escribir una obra satírica, no es más que el reverso del amor que nos tenemos; escribir acerca de la muerte es escribir acerca del amor a la vida...
Cuando se da este estallido, dos palabras son insuficientes ara decir todo cuanto sentimos. Ya no basta un "te amo" o un "te odio" para desahogar esa fuerza que nos inunda, nos rebosa y casi nos asfixia. Aquí sí le creería a Martí cuando afirma que los versos salen como las lágrimas, pero en el sentido de que ya no caben más en el alma y tiene que ir por el mundo para informarle de nuestra pena o de nuestra alegría, para ir desparramando nuestros sentimientos, pues poca utilidad tiene escribir para guardar los versos bajo el colchón.
El verso es la risa y la lágrima del poeta, es su lanza y su escudo, su meta y su instrumento, y es, en fin, su vida. Decía Van Gogh: "No puedo, enfermo como estoy, estar sin lo que es más grande que yo mismo, sin lo que es mi vida: crear". Cuando compartimos esa convicción, vale la pena dedicarnos con alma y zapatos, mente y computadora, a la creación.
Al crear nos recreamos en todos sentidos; nos buscamos y a veces nos encontramos aunque menos veces trascendemos --que es una vocación subyacente en cada uno--y entonces el arte se vuelve vital. Para mí, la poesía lo es ahora; la necesito para que el amor no me desintegre y para que las penas no me diluyan.
Así, pues, el arte se convierte también en obsesión, en necesidad, en vida. Y creo que este es el punto culminante y más riesgoso para el artista; es cuando tiene que ejercitarse de tal manera que no sean sólo montones de palabras los que salgan de su pluma, porque para montones de palabras tenemos los diccionarios.
Las palabras están al alcance como los 102 botones del teclado. Sólo hay que saber dónde y en qué orden oprimir, saber separar el agua de la tierra para que fluya en cascada limpia y brillante. Hay que retorcerles el rabo hasta que chillen, como dice Octavio Paz, o acariciarlas para que digan lo que queremos que digan, agarrarlas "al vuelo cuando van zumbando; atraparlas, limpiarlas, pelarlas, prepararlas frente al plato, como lo expresa Neruda.
De pronto, sin embargo, parece que ya nada hoy por crear. Que todo está dicho. Pero oigamos a Benedetti:
"Cada ciudad puede ser otra
cuando el amor la transfigura
cada ciudad puede ser tantas
como amorosos la recorren"
Y el amor, la vida, la muerte y el olvido han estado siempre aquí como el mar y las estrellas, y han sido tema de todos los poetas. A la vida le han cantado todos, a la muerte le han reclamado todos, lo mismo Villaurrutia que Manrique, igual Gorostiza que Miguel Hernández: "No perdono a la muerte enamorada".
Igual nosotros. Nada nuevo hay, pero podemos describirlo de manera diferente. Cada ciudad puede ser otra, y de hecho lo es.
Para Neruda, los versos de su Poema 20 podrían ser los más tristes que escribió, pero para mí son más estremecedoramente tristes los de la Canción desesperada, e incluso podrían serlo los de los Versos del Capitán, si es que de pronto pierdo la risa de aquella quien es "para mis manos como una espada fresca en las horas oscuras".
Y aquí podríamos, un tanto forzadamente, tener otra conclusión: la temática poética es inagotable; la poesía no es del autor sino de quien la necesita, como replica al propio Neruda el cartero que utilizó los versos del poeta chileno para enamorar a una dama.
En el fondo, crear es un acto de amor, más que un acto de vanidad, que también lo es, seamos honestos. Darse para poder vivir y para que otros vivan, parece ser la meta y la divisa del artista. Cuando uno crea especialmente para alguien, y ese alguien se muestra receptivo, el verso ha cumplido el primero y más importante propósito: darse para poder vivir. Y si el verso o la obra artística es capaz de sobrepasar al autor, de desplazarlo, como dice Kundera, se estará cerca del segundo propósito: darse para que otros enamoren, para que otros mitiguen su pena, para que otros vivan; esos otros que son aquellos que nos leen y a veces hasta nos plagian.
De este lado, como lector, a uno no le importa que Nefatlí Ricardo Reyes haya sido comunista o ateo, que Miguel Hernández fuera huérfano y pasara buen rato en la cárcel, o si Pellicer, Novo o García Lorca fueran homosexuales. A uno le importan sus versos, uno utiliza sus versos porque los necesita y ya.
Pero ellos en su momento se dieron, en más de un sentido --político, por ejemplo-- y se dieron para poder vivir y en consecuencia trascender. O ¿no decía Miguel Hernández que la rememoración de su hijo "soledades me quita, cárcel me arranca"?, o Fray Miguel de Guevara y su "No me mueve, mi Dios, para quererte", o Manuel Acuña y su "Nocturno", o Machado y sus caminos...
Se dieron ellos en cada verso, y una vez que los mismos versos se convirtieron de criaturas en creadores de sus creadores, nos los legaron para el regodeo o la reflexión, que para ambas cosas sirve la poesía --aunque sea "de segunda mano", pues ya sabemos que el primero en utilizarla, mejor dicho usarla, es el propio poeta.
Crear, entonces, es darse, arrancar una parte de sí mismo; pero antes que dejarnos en la inanición mental, cada vez que damos nos vigorizamos, nos colmamos.
Y claro que se sufre, lo sabemos todos. Es todo un calvario construir un verso, enfrentar la hoja vacía, la pantalla en blanco, pelearse con las palabras que luego lo llevan a uno, cuando se descuida, por caminos distintos al pretendido. Pero el que alguien, algún día, en algún lugar, usará un verso, una metáfora, y los hará suyos para entregarlos a otro, habrá valido la pena el duro peregrinar en busca del verbo preciso, del adjetivo vivificante, del adverbio exacto.
Por eso, para mi gusto, el poema debe ser sencillo sin ser ordinario; elegante sin estridencias, delicado sin afectaciones.
Creo, por último, que la poesía es parte de cada uno de nosotros; nos da fortaleza y refugio. Y no es nada difícil entenderla, amarla; es cuestión de dejarse llevar por ella, dejarse poseer por ella, permitir que el verso, la palabra, fluyan hacia adentro o hacia fuera con toda libertad. De otra forma la poesía termina derribándonos, abrumándonos, y en el inacabable delirio de la convalecencia espiritual, en la vergüenza para confesar nuestra sensibilidad oculta, iremos repitiendo:
"Es que a mí no me gusta la poesía;
nada me dice a mí; no es cosa mía",
y mientras nos resistimos, estamos construyendo un dístico endecasílabo con rima consonante; no son sino dos simples versos que, sin embargo, nos ponen en el camino de la poesía, que es mucho mas que versitos o cursilerías.
Un abrazo para cada uno, y mis deseos por el mayor de los éxitos en esta envidiable reunión.
Jabbier
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