La paresia de un locutor
El hombre que siempre había presentado,
Que siempre había contado
Y, con citas ajenas, hacía
Moralejas impertinentes,
Llenas de falacias.
Quien con el mismo discurso
Regaba el césped de su plató.
Con la cantinela de siempre
Pastoreaba a las masas,
Rociándolas con perfume barato
El pensamiento.
El locutor al que un día,
Queriendo seguir alienando
A los perecederos vivientes,
No le llegaban a la boca
Las palabras de siempre.
Su cerebro se reveló
Decía una cosa y su boca otra.
Su conciencia se había amotinado.
Aguadulce, septiembre de 2008
José María de Benito
La paresia de un locutor
El hombre que siempre había presentado,
Que siempre había contado
Y, con citas ajenas, hacía
Moralejas impertinentes,
Llenas de falacias.
Quien con el mismo discurso
Regaba el césped de su plató.
Con la cantinela de siempre
Pastoreaba a las masas,
Rociándolas con perfume barato
El pensamiento.
El locutor al que un día,
Queriendo seguir alienando
A los perecederos vivientes,
No le llegaban a la boca
Las palabras de siempre.
Su cerebro se reveló
Decía una cosa y su boca otra.
Su conciencia se había amotinado.
Aguadulce, septiembre de 2008
José María de Benito
La paresia de un locutor
El hombre que siempre había presentado,
Que siempre había contado
Y, con citas ajenas, hacía
Moralejas impertinentes,
Llenas de falacias.
Quien con el mismo discurso
Regaba el césped de su plató.
Con la cantinela de siempre
Pastoreaba a las masas,
Rociándolas con perfume barato
El pensamiento.
El locutor al que un día,
Queriendo seguir alienando
A los perecederos vivientes,
No le llegaban a la boca
Las palabras de siempre.
Su cerebro se cerebro
Decía una cosa y su boca otra.
Su conciencia se había amotinado.
Aguadulce, septiembre de 2008
José María de Benito
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