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Un día, un herrero forjador de aceros y restaurador de armas, para llenar un poco más su escasa bolsa de beneficios, decidió comprar y vender todo tipo de armas de fuego.
Con la intención de conseguir dos nuevos clientes, aceptó la invitación de un grupo de cazadores, para tomar parte en un partida de caza mayor, de jabalí concretamente. Con esa intención y decidido a cerrar la venta, prestó una escopeta de dos cañones, a los miembros del conocido coto.
El hombre serio y responsable, les aseguró que, aunque las armas parecían usadas, ambas gozaban de una gran precisión. Algunos de los presentes se mostraron dudosos, pues la apariencia de las escopetas no les pareció nueva en demasía.
Sea como fuere, una fría mañana del mes de Octubre cuando se abrió la veda, se inició la primera tentativa de lo que ellos llamaban el “acecho.” El herrero en su puesto, situado al final de una larga y estrecha senda cercana a una cañada, sin ninguna clase de interés por la cacería, solamente esperaba el retenido retumbar de los disparos, como testimonio del buen funcionamiento de las mencionadas armas.
En tanto que seguía esperando, mordido ya por la impaciencia, llenando la atronadora montaña para sorprenderle, retronaron los primeros tiros. Poco más tarde cuando inesperadamente, el torvisco que le rodeaba se desguazó, apareció ante él un enorme jabalí, envuelto en una hiriente barahúnda.
Ante el furioso animal logró zafarse con tanta suerte, que consiguió encaramarse a una de las recias ramas de un pino cercano. En tanto que por motivos de seguridad personal, su otra arma permanecía apoyada al pié del rugoso árbol, la bestia atizó el tronco, hasta el extremo de marcar un claro navajazo mientras el esmuñido, sufría el balanceo del pino sin apartar la asustada mirada del envite fragoroso del corpulento y negro macho herido, el cual rodeaba la cepa de puro cuajo, un metro más abajo.
¡ Boom ! – oyó – al tiempo que la seca pinocha – le cubría toda la cabeza.
¿Qué había pasado ?- se preguntó. Pues que el jabalí con una `pata, había pisado sobre uno
de los gatillos de la segunda escopeta la cual, hasta ese momento, seguía apoyada sobre el tronco del árbol.
Después, rodeados de un ruidoso tropel de compañeros y perros que huyeron en persecución del cerdo salvaje, se hicieron presentes tres cazadores. Enseguida, se descolgó el herrero de la cimbreante rama, al tiempo que el grupo de recién llegados dieron en descubrir la sangre que le cubría la espalda.
.-- ¿ Qué ha pasado ? – preguntó, no sin sorpresa -el más próximo.
-- Nada... dijo el herrero - me ha disparado el jabalí...
--¡ No me fastidies !
--Ya os lo dije, la escopetas son de calidad – habló el forjador. Descreídos, aquí tenéis la prueba señaló - mientras mostraba la ensangrentada espalda.
Al día siguiente, un cazador de otra asociación de cazadores, le preguntó: ¿Qué, has vendido bien las escopetas ?
--, No demasiado. Menos mal que acerté...cuando... se me ocurrió cambiar los cartuchos de posta.


Robert Bores Luís
P. de A.-14-11-97
De “ Mis cuentos rurales “

Texto agregado el 07-09-2008, y leído por 113 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-09-2008 Buenísimo! "Se abrió la temporada de herreros"(van bien con papas). ElnegroHinojo
 
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