¿Recuerdas el tiempo en que nuestros sábados comenzaban a las 5 de la tarde? A esa hora comenzaba tu programa favorito en la TV, y jamás querías perdértelo.
Para cumplir con esa cita televisiva, fuese como fuese nos levantábamos a las 5, y mientras yo preparaba el desayuno, tú ordenabas la cama, para volver a acostarnos, esta vez para ver juntos el episodio correspondiente.
Terminada la cita, nuestro fin de semana continuaba con algún panorama a solas o acompañados de otros. Una caminata por el barrio, ir a beber algo a Lastarria, o bien, una cena con amigos. En esas ocasiones lucías tus dotes culinarias y nos deleitabas con un lomo vetado asado, que era tu especialidad.
Sin embargo, fuese cual fuese el panorama de fin de semana, siempre lo terminábamos en nuestra cama, donde nos quedábamos, durmiendo a ratos, hasta la tarde del domingo, en que solías desear estar sólo un par de horas para retomar fuerzas para enfrentar la semana. Eso me obligaba a salir a tomar once con las amigas o con la familia, lo cual me venía bien porque así nadie podía quejarse de que, por estar contigo, dejaba de lado todo lo demás.
Fueron días locos, cambiaste mis rutinas, desarmaste mi disciplina, volviste mi mundo de pies a cabeza, y me hiciste, por un instante, feliz.
|