Sus cuerpos se fueron acercando lentamente. Pregonando con su turbación adolescente, aquél preludio de pasiones que por tanto tiempo habían esperado. Cada paso era un golpe mortal a la inocencia. Cada gesto era un desaire a la cordura. Y como la aurora espera al sol, o la niña la caricia de su madre, el momento llegó… Inevitable… anheloso…soberbio cual nova que decora el universo con su iridiscencia infinita.
Y así, como deteniendo en un juego morboso el ansioso palpitar de sus labios, sus bocas se unieron lanzando sus lenguas ávidas en lo desconocido, hurgando, rasgando la tela fina de sus gargantas, perdiéndose para siempre en los revuelos apenas perceptibles de sus paladares húmedos de frenesí.
Las palabras dulces y los susurros melosos, dieron paso al lenguaje del placer, extraviando por entre las vorágines de la lujuria, sus sentidos desfallecidos de tanta excitación. Sus almas se estremecieron de alborozo, y sus corazones se ataviaron de palpitaciones profundas, envolviendo con sus suspiros mágicos, a las sílfides de la pasión. Quienes maravilladas por el ánimo y la pujanza, danzaban sobre sus cabezas el rito inconmensurable del amor.
¡Qué arrullo más delicado! ¡Qué armonización más perfecta el encuentro de dos cuerpos sedientos de sensaciones inolvidables!
De pronto la penumbra del cuarto, se vio asaltada por el estruendo de lo escandaloso. El joven, en el paroxismo del acto, clavó su puñal de afilada voz en el pecho del silencio, mientras que la doncella abandonada al embeleso del orgasmo, le arrebataba el último aliento con su grito fervoroso.
El tiempo, que se había detenido para realzar este momento sublime, exhaló nuevamente el soplo de las horas, para que el mundo continuara con su periplo de andar eterno.
No hizo falta deducir lo acontecido, no hizo falta describir los hechos, el vaivén de sus almas habían actuado por ellos. Sus cuerpos se relajaron y el aroma de la piel se fue desvaneciendo por los rincones de la alcoba.
Hasta que la lumbre de un fósforo irrumpió en medio de la escena. Y aquel episodio que con tanta devoción dictamina el ciclo de la vida, se deshizo para siempre. Una vela se encendió y unas siluetas de irreales dimensiones se clavaron en uno de los muros de aquel aposento, testificando solemnemente el encuentro de estos seres de tiernas virtudes.
El silencio que momentos antes había sido herido de muerte, volvió a renacer como el ave fénix por entre los despojos de aquel arrebato ya consumado. Pero esto poco importó a la pareja de juvenil aspecto que ahora descansaban en el suave lecho de la ternura.
El joven miró con ojos placenteros el danzar tímido de esa llamita azul y naranja que le brindaba amorosa la candela, y una profunda emoción brotó de su pecho. Entretanto ella, con la parsimonia de la satisfacción anidada en sus párpados cerrados; jugaba cual cortesana de dudosas costumbres, con los suaves y delicados vellos de su amado.
Tal vez fue tratando de retener la magia del instante o simplemente liberando un instinto travieso, que la vela chisporroteando maliciosa e indiscreta, escupió a través de su flama larga y ondulada, una sigilosa voluta de humo, cosa que al parecer incitó a la doncella. Sus gestos se fueron haciendo cada vez más explícitos, despertando con leves movimientos el susurro inmaculado del deseo. Y así haciendo caso omiso de que el silencio fuera nuevamente ultrajado, depositó sus labios anhelantes sobre los de su galán. Produciendo con burlona sonrisa, este acto fabuloso que de común acuerdo la humanidad entera consintió en llamarle beso.
Él, siguiendo con este juego creado desde los orígenes del tiempo, se inclinó dispuesto a los avances de su dulcinea y con un movimiento rápido y calculado… Apagó la vela…
FIN
Mario “Panterita” Aracena
|