hablamos de los muertos y nos lamentamos por ellos, que ya no se lamentan más por nosotros.
Nadie más abandonado que ellos.
Lo peor de todo es el vacío, ahí nos quedamos,
esperando nada. Con el nudo en la garganta.
Pero no lloremos, señores, estemos felices de haberlos conocido, porque el impacto fatal ahora es el desconsuelo de que ya no existen más;
porque es ése el golpe, su inexistencia.
Pero los inhumados señores nos perdonan, así como las memorias con más o menos polvo, con más o menos gloria que nos inundan de una nostalgia que se empantana en los inviernos de nuestras vidas y las de los más queridos.
Que si no lo superan, el telón de la muerte baja precisamente, en vida. Y ahi se terminan todas las intenciones. Las de la muerte, las de la gloria. Las de nuestro mundo que desciende hasta los pensamientos más horrendos, abandonados a su propia suerte.
Recordemos a Vargas Llosa antes de Alzar a los muertos, compañeros:
No debemos preocuparnos por la muerte, porque cuando nosotros somos, no es la muerte, y cuando es la muerte, nosotros no somos.
Así, traslademos los llantos a nuestra inutilidad para comprender a la naturaleza, y culparla justamente por eso; (qué ironía), por ser, precisamente y más que nunca, natural; y eso, señores, éso es sinónimo de vida... |