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La habitación es como una delicada campana de cristal... A ella le agradaba con fervor escuchar a Claude Debussy, cuyas melodías reverberan aún en mi memoria, con suave porfía.

La luna se acerca a mi vista, larvada en un silencio penetrante. Ella a menudo me repetía que en su fase llena, nuestro inclaudicable satélite hecho poesía, potencia las virtudes del amor; yo me sentía sobrecogido, ensimismado ante los sesgos
épicos que esa mujer a la naturaleza otorgaba. Y la veía leyendo, escribiendo a máquina, o cosiendo botones, o bien clasificando cartas, noto como un cúmulo de imágenes que se disgregan y convergen disolviéndome su efigie; ella señalando el cielo nocturno con uno de sus índices, ilustrando su rostro una sonrisa de estirpe atávica... Allí la visualizo, embadurnada de rocío, abrigada por la lumbre de una fastuosa perla.

A veces pienso o más bien intuyo que el tiempo se alía con el olvido, las fases crecientes y menguantes de la luna obran como fieles heraldos de las variaciones, las temibles anquilosis de los pensamientos, asimismo de los temores y esperanzas desvanecidas. Por otra parte, ella nada con pericia por las aguas de un río vidrioso, se va, se va; ascienden vórtices de humo de forma espiraloide desgranando polvo ceniciento, me es legítimo poner en duda su existencia. Todo me produce torpes espasmos, sueño con una viva alegoría de la muerte, valga la paradoja. Juraría que ese río es el mítico Aqueronte, en el cual se representa una esfinge fragmentada en heterogéneas apariciones, ya me es difícil verbalizar esta serie de hechos imbricados. Su cabello lacio, de vívido color castaño, vuela con elegancia; agítase asimismo el veste de nívea muselina y tierno frufrú, aquel que me brindaba caricias sentidas como hiperbólicas elevaciones al infinito.

Los sueños -infiero- son como saetas etéreas que viajan paralelas a los pasos que damos sobre la tierra. Entre sueños semilíquidos y súbitos despertares le di vehementes besos, paladeando la órbita perenne del placer, la frescura de sus labios y el candor de sus mejillas, bebía el néctar de sus lágrimas templadas, confiaba en que bajo las refracciones protectoras de la luna aprehenderíamos instantes cuya brevedad bastaría para encaramarnos en el esquife de la eternidad, cubriéndonos de besos, besos que no sé si son meras aproximaciones irreales de los instintos.

Camino a través de angustias intempestivas, trinos de ruiseñores y transtornos nihilistas de conducta, encuentro mi vida deleznable, me cuesta creer que la sinfonía de la claridad lunar pierda bríos, o que el dolor que albergo sea irremisible. Tomo su mano, que calor me proporciona, sueños variopintos o gránulos de delirios hallan un asentamiento en mi esfera afectiva... Atisbo un perentorio eclipse, es una gradual desaparición.

Exploro mis recuerdos, la alienación a mí me explora, juega conmigo. Probablemente yazca solo, siendo mi propio y desconsolado testigo, acurrucado sobre una cama, exornada con cálidos aromas de almizcle procedentes de esa mujer, sinónimo de abismo inalcanzable... Entonces... ¿Cómo es posible que su mirífica sonrisa figure reflejada en la irregular superficie de la luna?

Texto agregado el 05-09-2008, y leído por 140 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-09-2008 Las que viajan pararlelas a la luna, son tu ideas y tus letras. hermosa narrativa. Un abrazo. Sofiama
 
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