Ana había preparado la cena. Hacía mucho rato. Lo estuvo esperando pero él no llegaba, así que decidió empezar a cenar sin él. Miró los platos colocados con esmero sobre el mantel granate, suspiró con resignación, tomó el cubierto y comenzó por la ensalada. Sabía que el pescado se había enfriado del todo y lo apartó de su vista con mal genio. Mientras cenaba a solas pensaba en lo que él estaría haciendo en ese momento y entonces tuvo la certeza de que hoy de nuevo estaría con ella. De repente, la asaltó una duda, pensó que tal vez podía haberle ocurrido algo al salir de su oficina en lugar de estar con ella y empezó a ponerse nerviosa. Quería llamarlo, necesitaba llamarlo y confirmar una cosa u otra, pero también sabía que si lo hacía a él le molestaría. No obstante decidió llamarlo a la oficina. El teléfono hizo varios tonos de llamada, parecía que no hubiese nadie pero al final fue descolgado.
-- ¿Diga? - Preguntó una voz de hombre.
-- Cariño, soy yo. Te estaba esperando para cenar. Hoy se te está haciendo más tarde que de costumbre. ¿Estás con ella, verdad?
-- Ya sabes que sí, y estoy muy ocupado. Te he dicho muchas veces que no me llames mientras lo estoy haciendo porque me desconcentras.
-- Ya lo sé, pero es que estaba preocupada. ¿Tardarás mucho aún?
-- Sí, todavía bastante rato. Estoy en plena faena.
-- Entonces me voy a la cama. No te espero despierta. Te he dejado la cena sobre la mesa. Caliéntala en el microondas cuando llegues. No quiero que te la tomes fría.
-- No te preocupes, lo haré. Vete a dormir que ya es muy tarde. Mañana hablamos. Un beso, mi amor.
-- Un beso, cariño.
Ya más tranquila después de escuchar su voz, Ana deja el teléfono sobre la mesilla auxiliar del salón y exclama mal humorada, "¡maldita contabilidad, siempre lo mismo!.
Nota importante: A veces, no todo es lo que parece.
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