RECUERDOS NOSTALGICOS DE UN ADICTO CON REDIMISION FINAL
Recuerdo el día que la conocí como si hubiese sido algo importante en mi vida. Si, lo tengo bastante presente. Recuerdo que la vi entre los árboles, meando en cuclillas y poniendo esa cara tan especial que ella solía poner. Un gesto que podría definirse en estas tres palabras: Cara de boluda. Se subió la bombacha y me miró.
Creo que en seguida se dio cuenta de que yo estaba muy embriagado, seguramente eso le dio ánimos para acercarse.
Estábamos en un recital de Man Ray, grupo pop de los ochenta del que hoy nadie se acuerda porque no hicieron nada digno de recordarse. Yo solo estaba allí porque abundaba la falopa y por esos días yo era muy adicto a la marihuana. Hoy en día llamar adicción a algo tan inocente como fumarse un porro me parece una locura, y hasta una falta de respeto por las otras drogas de mayor jerarquía.
Como decía, yo no estaba drogado, hasta el momento no sabía lo que eso significaba pues lo único que había probado era el faso. Estaba tomado eso sí. En esa época me embocaba todo lo que estuviera a mi alcance. Ella se me acercó y me mangueó un trago. Lo que yo estaba tomando en ese instante era el denominado “trago del verano”, una bebida alcohólica que causó estragos en la década de los ochenta (50% ginebra - 50% vodka – no cubitos), la bebida más refrescante de la que tenga conocimiento.
-¡Ni en pedo pelotuda! –Fue mi rápida respuesta.
Ella se encabronó y me puteó de arriba a abajo. No obstante se sentó a mi lado y se quedó allí mirando el recital conmigo. Debo decir que el mismo era una cagada, melodías imposibles de tararear, letras totalmente anti pegadizas y estribillos monótonos y predecibles.
Esto ocurría en un parque cercano a casa, tocaban estos muertos y un par de grupos de mierda más. Yo estaba sentado en la raíz de un Ombú y la mina esta se quedó un poco más abajo que yo. La verdad que mientras chupaba le iba mirando cada vez más las tetas que le asomaban del escote y no estaba nada mal. La que llamaba más mi atención era la izquierda que parecía más firme y rozagante que su compañera. Al final, seguramente sintiéndome culpable por una erección inminente a su costa, le ofrecí un poco del trago del verano.
Ella empinó el codo ávidamente y exclamó en medio de un eructo.
-¡Ah... que refrescante con este calor! Gracias, no sos tan forro después de todo.
-Lo mismo dice mi Mamá todos sus cumpleaños. –Agregué.
Nos reímos un rato y luego nos pusimos a charlar de cosas menos profundas. En realidad tuve culo con esta mina “Raquel” –me dijo que se llamaba- “Pero todos me dicen Zofi. Así, con z...” Años más tarde me daría cuenta de por qué al llegar a casa temprano y verla acostada con mi Siberiano. Digo que tuve culo porque luego de que se vació de un saque mi trago del verano, y yo ya estaba por patearle la trucha, justo me contó que esa noche estaba forrada porque le había afanado el medio aguinaldo al padrastro, y estaba buscando algún boludo no muy violento para gastarlo en reventarse. Ese boludo fui yo. Los tragos se sucedieron sin pausa, obviamente, con el calor que hacía, el “trago del verano” fue la estrella. Pero también alternamos con unos whiskys, unas mentas y por qué no, unas piñas coladas. Perdón, en esa época se usaba... Se ve que la piba no estaba acostumbrada a tales mamoas porque a las dos horas la tenía vomitándome las texanas blancas. Media hora después la estaba llevando a cuestas a mi bulo, estaba totalmente inconsciente, no sé si fue por la paliza que le propiné después que me manchó las botas o por el pedo que tenía. Eso ahora no importaba, lo importante era llevarla rápido, cuanto antes, imperiosamente a la cama. ¡Yo tenía una calentura que volaba! De esa noche solo recuerdo que cruzamos dos palabras.
-Tragás o escupís –pregunté yo.
-Dbvdnmsootoue... –murmuró ella.
Luego de eso no recuerdo nada más, pero seguro que estuvo bárbaro.
Los primeros meses y tal vez años de la relación pasaron así, nos divertíamos en grande y sanamente. Como aconsejaba Bala por la tele. Nos emborrachábamos, fumábamos, inventábamos tragos, le robábamos la plata a su padrastro para comprar droga, etc...
Me acuerdo de una noche, recuerdo bien que era hacia fin de año por la cantidad de boludos que había prendiendo cohetes por todos lados. Recuerdo que a mi y a Zofi nos encantaba escondernos en los pasillos desnudos y asustar a los chicos que entraban poniendo sus petarditos con sus caras de traviesos. Lo que nos divertía era la paradoja del asunto: Los niños entraban a un pasillo oscuro pensando que iban a asustar a algún vecino que dormía placidamente, y se encontraban con dos adultos en pelotas, que los corrían gritando con sus caretas de Alfonsín y chocándose contra las paredes como dos enajenados. ¡Cómo salían llorando con sus gestos de espanto! ¡Dios... qué días! Luego llegaba la policía, los vecinos y todos hablaban de dos locos escapados de un neuropsiquiátrico que trataban de violar a los chicos del barrio... Pero ya me fui a la mierda, lo que quería contar es otra cosa, una noche de esas vimos que el farmacéutico estaba cerrando y se me ocurrió una idea. El tipo era un viejo como de 70 años. Estaba solo, los otros empleados se habían ido hacia ya más de 3 horas, el viejo se había quedado un rato más a ver si hacia unos manguitos extras. Cuando le comenté lo que pensaba hacer a la Zofi estuvo de acuerdo y en unos minutos ya estábamos listos para atacar. El viejo comenzó a cerrar una de las cortinas laterales, nosotros caminamos por la vereda y encaramos para la puerta. Luego nos metimos como si fuésemos a comprar algo y en vez de quedarnos esperando delante del mostrador nos mandamos de una para la casa. Así de fácil. El viejo seguía embobado viendo como se cerraba su cortina metálica.
Es increíble como son las cosas, si nos hubiésemos puesto nerviosos seguro que salía todo mal. Si hubiésemos entrado y amenazado al viejo, si lo hubiésemos tomado de rehén, si le hubiésemos exigido que nos de la plata o lo molíamos a palos, seguro que hubiese estado más divertido pero al final alguien hubiese llamado a la yuta. Pero esto fue perfecto. Porque fue espontáneo. Es más, los vecinos nos vieron entrar, pero lo hicimos de un modo tan natural que ¿quién iba a pensar que hacíamos algo malo? Habrán pensado: seguro que son los nietos que le van a dar una sorpresa. Para reforzar esta posible teoría fue que entramos tirándole petardos en las patas al viejo y riéndonos como retardados. El hecho es que el viejo terminó de cerrar las cortinas y se fue para dentro. Cuando lo vimos venir nos dimos cuenta, tarde, de que no nos habíamos escondido en ningún lado. Era inevitable que nos pasase por al lado, así que decidimos que lo mejor iba a ser prendernos la tele, sentarnos en el sofá y hacernos bien los boludos. Y yo no se si el tipo estaba senil, borracho o realmente ya no le importaba un carajo de la vida, porque la cuestión fue que resultó. El viejo llegó hasta nuestro lado, se paró junto al sillón mirando para la tele y se quedó allí balanceándose unos minutos mientras masticaba un chicle invisible y hacía ruido con el llavero entre sus dedos. Luego, harto, exclamó:
-Siempre mirando las mismas boludeces ustedes dos... –y se fue para su pieza sin saludar.
Era increíble, no solo porque estábamos viendo el especial de navidad de “Los Ingalls” (todo un clásico), sino porque yo nunca había creído antes en los milagros de navidad, pero ¿Se puede ser tan desagradecido como para no ver que se trató de uno? Así que me dije:
-Esté donde esté tu cadáver: ¡Gracias Papá Noel!
Terminado el capítulo de los Ingalls y después de bajarnos la generosa bodega del hombre, nos fuimos para el local. A nuestros ojos era el paraíso, nos tomamos todo lo que encontramos, aunque nuestra inexperiencia de entonces no nos hacía dar cuenta que alternábamos antidepresivos y poderosos aletargantes con pastillas de hierro y energizantes para casos de anemia. Así que tanto estábamos de a ratos tiradísimos hablando boludeces y teniendo visiones de todo tipo, como al siguiente fresquitos como una lechuguita debatiendo de la hiperinflación y de semiología Kafkaiana. Igual, la experiencia fue gratificante y aleccionadora, entre otras cosas aprendí que las pastillas de carbón y los laxantes no deben mezclarse, pues el efecto hizo que tuviese toda la semana siguiente la sensación de tener un sorete atascado entre mis nalgas que no se decidía a salir. Y es que en realidad eso pasó.
La década siguiente nos sorprendió a la Zofi y a mi un tanto hartos de todo. Era la época de los ácidos. Nos peleábamos por todo, y ella siempre tenía la misma excusa “esto acido por tu culpa, esto otro acido porque vos lo hiciste mal, esto otro acido porque no lo hiciste...” y bla bla bla. Nuestra relación se estaba pudriendo, lo único que compartíamos era la cama, pues la habíamos comprado entre los dos. La verdad es que fue una época de mierda para nosotros Todo era Rap, Djs, electro y la puta que los parió. Todo el mundo se esforzaba por verse “cool” y todos te hablaban del advenimiento del nuevo milenio, de la vida sana, del espiritualismo y de los chacras.
La dura realidad era que la Zofi y yo éramos dos dinosaurios de los ochenta que no habían podido adaptarse al cambio de onda. De ser rebeldes y respetados roqueros con nuestros pelos platinados a medio metro de altura y nuestros ojos pintados con rimel de mujer habíamos pasado a ser grasas de circo. Ya nada nos satisfacía, solo encontrábamos algo del placer en contemplar las desgracias ajenas y en saber que siempre hay alguien que está peor.
Pero eso duró poco. Finalmente la angustia y la desesperación terminó por avasallarnos, nos convertimos en lo que se dice “gente común”. En vez de estar todo el día alienados por la droga o el alcohol pasamos a estar 10 horas en la oficina frente a una computadora. En vez de alucinógenos que nos mataban las neuronas, pasamos horas viendo a Tinelli o a Rial. En vez de divertirnos en carne propia vemos a 20 boludos encerrados en una casa por tv. En vez de rockear hasta el amanecer y tener sexo maratónico ahora dormimos seis horas alternadas con pesadillas, en las que no llegamos a fin de mes, después de un polvo a las apuradas de 3 minutos. En vez de ir a recitales vemos programas como “Gran Hermano”, “Intrusos” o “Las mejores cámaras sorpresas guionizadas de la tele”. ¡Paciencia, es lo que hay y habrá que acostumbrarse! Lo único que me saca es cuando alguien que me ha conocido antes me dice con aires de saberlo todo: “Vos si que maduraste eh, sentaste cabeza” A mi me dan ganas de partirle una silla en la cabeza, en otra época lo hubiese hecho. Pero luego llego a la conclusión de que solo es un boludo más producto de esta época. A mi me hicieron mierda las drogas y el alcohol, a los pendejos de ahora los hace mierda la Internet, los celulares, los mp3, los chats, los pods, la puta tecnología de la comunicación que pretende acercar gente y lo único que consigue es alejarlos cada vez más. El gran logro de la tecnología de la comunicación es el haber construido islas. Islas en la que cada uno está solo, porque no necesita a nadie más que a un celular. “El mundo en sus manos”, pero es un mundo ficticio, de gente de mentira, que no existe. Escuchamos voces que no son las reales, son traducciones digitales de la verdadera voz, vemos imágenes que no son las reales, no se pueden tocar, oler, sentir, son solo un reflejo de la realidad. Vivimos rodeados de espejismos, no tratamos con las personas sino con imitaciones digitales de ellos mismos. Vivimos en un mundo inventado, artificial, ilusorio.... Si, igualito al mundo que yo veía cuando estaba drogado o borracho, un mundo imaginario, jamás existió ni existirá.
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