LA SENTENCIA:
Frente a Oscar, hay un cristal inmenso, un expediente, con los autos caratulados “Amalia S, contra Francisco R, homicidio en primer grado”.
Una pizarra negra abierta a la plenitud oscura de un cielo inexistente, un cúmulo de pruebas y declaraciones dudosas. Un cigarrillo entre su dedos y el humo llena el ambiente y dibuja círculos que se desvanecen.
Oscar, mira una escultura de jade que hay junto a su ventana, que parece reafirmar el color de su pensamiento. Hay noche, sólo noche tras el cristal y una decisión llamada veredicto, dictamen, fallo o sentencia.
Oscar maldice, murmura de bronca e impotencia.
Esta perdido en esa noche reflejando las luces interiores, como si el tiempo se hubiera detenido en una vía muerta y trazase la geometría negra del vacío.
El frío de la noche se conspira, traza una elipse imaginaria gélida. Él tirita.
No puede dejar de pensar en Francisco, y, que tal vez la mejor salida fuera excusarse del caso.
Pero sabe que es demasiado tarde, ya ha llegado a la última instancia, lo que hace inviable tal alternativa.
No esta seguro de poder firmar esa sentencia, si bien puede, dado a su envestidura de juez. Lo agobia la presión, el remordimiento de saber que no es correcto o justo el veredicto.
Tiene todo el poder en sus manos de resolver una sentencia firme, contra la que no se podrá interponer ningún recurso, ordinario o extraordinario.
Pero él sabe a conciencia que es un acto de injusticia.
Su semblante muy severo, hostil, ahora se ve demacrado.
Su conducta siempre fue obrar sin disimulo, como suele hacerlo quien procede bien y conforme a razón.
Su mirada se pierde en la humeante taza de café.
En lo apremiante alejado de la tiranía de su envoltorio; el rostro de una pública intimidad; el vacío de una luz encarcelada; el estreñimiento de su propio tiempo.
Ahora sabe que hay fantasmas que clavan sus uñas y atraviesan el pecho sin dejar rastro. Sabe que no dejan evidencias o marcas, se sabe perdido.
Ellos tienen un nombre “conciencia”. Maldita conciencia martirizante.
Todos sus valores, principios y ética, enlodados.
Le parece imposible que aquella persona hubiera descubierto ese secreto oscuro, que con tanto celo guardo durante años. Ese secreto que lo impulsaría al abismo, a la condena, al escarnio público, a perder todo por lo que había trabajado por años. Coaccionar a un juez de la nación y amenazarlo con destruir su reputación, poner en jaque su conducta intachable.
Hasta impulsarlo a tal acto de injusticia. Piensa en ella con aversión, con mano temblorosa firma la condena de Francisco R. Sin embargo no comprendió aún, no se dio cuenta que también esta firmando su propia condena….
Alejandra Arqués Arranz
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