TRIbruto a Les Luthiers
El perdido camino de la algarabía
El célebre compositor belga Françoise Auguste Dotremont compuso su famosa y polémica obra “El perdido camino de la algarabía” en el marco del encuentro entre integrantes de la conocida asociación colombiana “Que chévere es esta música, mamacita”, con la que colabora habitualmente. En realidad lo compuso “sobre” el marco de la ventana, porque las instalaciones del lugar, apenas disponían de una pequeña mesa, ocupada, claro está, por gran cantidad de casetes, un antiguo radio grabador y las medialunas del desayuno (de grasa por supuesto). La evidente escasez de recursos con que contaba el entusiasta grupo de músicos cafeteros no fue impedimento para que surgiese la inagotable capacidad compositiva de Dotremont, quién movido por una proverbial sensibilidad social, captó y tradujo en una obra musical sin precedentes (nadie en su sano juicio podría haberlo pensado antes) la gris monotonía de la rutina en la vida de los habitantes de las gélidas estepas rusas, plasmándolas en los alegres y vivaces compases del Cha Cha Cha.
El primer inconveniente con el que se enfrentó el autor fue su total desconocimiento de la lengua rusa, el segundo fue su total desconocimiento de las estepas, el tercero, más serio aun, el total desconocimiento de la cultura rusa y el último y decisivo escollo fue su total desconocimiento del ritmo del Cha Cha Cha. Salvados los tres primeros obstáculos mediante una enciclopedia de bolsillo, que le acercara su amigo y colaborador Freddy Ochoa, se abocó, no sin grandes esfuerzos es cierto, a lograr una rápida asimilación del ritmo caribeño, que gracias a su innata capacidad musical, sus elevadas dotes receptivas y un curso por correo de veinte volúmenes, llevó a buen puerto en el término de apenas… cinco años.
La complementación lograda entre tan antagónicas cuestiones, por un lado los depresivos ambientes esteparios y por otro la alegre y rítmica melodía centroamericana, provocó la admiración de sus colegas, o más bien podría decirse: el estupor. Apenas tres días después de su estreno, en el cual se congregaron unas doscientas personas, Dotremont fue abordado por un grupo de otras doscientas personas, … en realidad las mismas doscientas personas, que saliendo de su estupefacción y al grito de ¡Atorrante comunista! y… ¡Ve a componer merengues con los remeros del Volga!, lo tomaron por sus pies y, como una sarcástica mueca del destino, lo arrojaron por la ventana, la misma donde había sido creada la controvertida composición. La partitura de esta pieza ha sido conservada intacta hasta el día de hoy, no así su autor que fue llevado en varias piezas hasta el hospital. Gracias a la esmerada atención de los médicos pudo retirarse luego de una sufrida estadía de un año. Sufrida por los médicos, por supuesto.
El alboroto generado por la difusión, que dio la prensa, a la salida de Françoise del nosocomio, tuvo como consecuencia inmediata la difusión de la antitética canción ruso-colombiana, que, a su vez, tuvo como consecuencia inmediata la salida de Dotremont del país en un barco carguero japonés, huyendo de enardecidos grupos de colombianos al amparo de las oscuras sombras de una neblinosa noche de invierno. El buque emprendería una extensa travesía con destino final en la ciudad de Tokio, en el término de aproximadamente dos meses y medio.
La simpatía de Françoise Auguste le permitió una rápida integración entre la tripulación nipona y le brindó una gran cantidad de amistades. Ambos beneficios perdidos rápidamente luego que el capitán lograra convencerlo de que expusiera, con una vieja guitarra que tenía, los mayores éxitos de su copiosa carrera melódica. La situación no tomó carices más dramáticos gracias a la intervención de su compañero de cuarto Nakamoto, que evitó que fuera arrojado por la borda. Nakamoto sintió un profundo orgullo por su buena acción. Los últimos días del viaje transoceánico fueron terribles para el músico, se vio confinado a permanecer en la sala de maquinas, con un único menú a base de pan y agua.
La llegada a la capital del imperio del sol naciente fue un alivio. Para los maquinistas,por cierto, que habían soportado las inagotables horas de inspiración de Dotremont. Nakamoto que también era maquinista arribó al puerto sintiendo un profundo arrepentimiento por haber evitado la expulsión del músico. Luego de haberse alojado en una oscura habitación de un hotelucho de la pujante metrópolis, dedicó sus primeros días a relacionarse en los círculos culturales más destacados de la ciudad. En el término de un mes había logrado programar una veintena de presentaciones. Durante seis meses expuso su variado repertorio, siempre en su idioma natal, llegando a hacerse de un extraño prestigio. Aquellos que entendían las letras quedaban consternados y aquellos que no la entendían también. En ambos casos las melodías eran recibidas con expresiones de asco. Fue luego de estos seis meses cuando se hizo habitual entre los japonés el uso de la expresión, luego de escuchar las estrofas de una obra de Dotremont, “esta canción es una belga” .
Mientras residió en Tokio, a pesar de sus repetidos traspiés, que no terminaron en tragedia gracias a la paciencia y el respeto de la cultura nipona, Françoise nunca perdió su entusiasmo. Aunque sí perdió su visa de trabajo y fue invitado, siempre en un marco de respeto, a retirarse del país. La noticia no desalentó a Dotremont, aunque se vio un poco afectado, luego de que fuera rechazado su pedido de visa en la trigésima segundo embajada que visitó. El destino jugaría aquí un papel fundamental, gracias a que el embajador ruso había recibido la letra del Cha cha cha, ¡Sí, solo la letra!, fue aceptado su solicitud para ingresar a Rusia. El célebre compositor belga Françoise Auguste Dotremont recorrió durante algunos años toda la geografía rusa siendo visto por última vez en las gélidas estepas rusas. El embajador fue depuesto de su cargo y condenado a pasar el resto de sus días junto al músico belga, exigencia que consideró excesiva, solicitando al tribunal que tuviera clemencia y que, considerando sus largos años de servicio patrio, redujera su pena a la de un simple fusilamiento. |