Siempre llego tarde a clases, así que da lo mismo donde me siente, jamás escojo el lugar. Siempre es lo mismo: me quito el bolso, busco mi cuaderno y los tres lápices más el corrector y la goma que no dejo de utilizar en ninguna asignatura y que mantengo obsesivamente ordenados sobre el cuaderno mientras escribo, siempre tensa. Los títulos van con rojo, también los números; el desarrollo del tema en azul y los ejemplos en grafito. Mientras los profesores hablan organizo la información alternando los colores sobre las finas rayas del papel. A ratos observo el desastre del vecino: sus dibujos al margen del cuaderno, rozando los espirales: ojos, flores, espadas. Todos dibujan, yo no. Los desprecio un poco por eso, me encanta dibujar pero no me lo permito, no en mis cuadernos perfectos, no durante este tiempo que no es ocio.
Para mí en la U ningún momento es ocio, los recreos los utilizo para corregir mis apuntes y si tras corregirlos una y otra vez me queda tiempo, lo siguiente es analizar la vestimenta de mis compañeros: Primera y única víctima del día: Chaqueta y pantalones de jeans ajustadísimos y de un color azul claro que no la estiliza demasiado; botas negras, un delineado grueso en los ojos y mucho rimel. Conclusión: La chica jeans no puede ser más rasca, se le sale un rollo, es obesa y siempre sonríe. Es cínica y se jura irónica e interesante. Es fome, loser como yo, pero al menos yo lo tengo asumido y me ocupo de mis imperfecciones. La chica jeans se sacó un uno punto dos en la primera prueba y reprobó literatura igual que yo. La chica jeans es de un pueblo en el sur e hizo el show más grande que le permitió su idiotez para no venir a estudiar al puerto. La chica jeans es inmadura como yo pero parece que es más feliz.
Me carga ser tan antisocial y mala.
Hay tres razones por las que jamás hablaré con la chica jeans: Por que es gorda, porque es mal vestida y porque su ironía me da pena y no risa.
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