Dolor… ¿Es Dolor?, o quizás es miedo, el miedo al dolor, no lo sabes, no sabes si quieres saberlo porque, claro, puede dolerte. Decides que lo mejor es cerrar los ojos y tratar de ignorar el verde de tu encierro, pero no puedes, ese verde invade tu mente, tu alma, él está ahí, mirándote, sintiéndote, leyéndote, sentenciándote. ¿Por qué?, ¿te mereces esto?, antes no, pero ahora si, ha sido tu error y debes pagar por ello.
¿Es esto agonía?, agonía… te lo preguntas una y otra vez, atrapándote tras tus propios barrotes, ya no sabes que es peor, el encierro de tu mente o el encierro de tu cuerpo. ¿Correr?, ¿huir?, no, ya está dentro de ti, no hay salida. Abres los ojos, miras a tu alrededor, en busca de algo de esperanza, de vida. Ahora que lo vez con tus ojos, la habitación es blanca, si, blanca. ¿Qué sucede ahora?, puede ser redención, perdón, o alguna de esas cosas por las que nunca luchaste. No, no es nada de eso, no te lo darían a ti.
Empiezas a mirara tu alrededor, a sentir con los ojos, pues los ojos no pueden ver el miedo, a menos que este decida manifestarse. Y lo hace. Lo sientes detrás de ti, giras rápido, no está. ¿A tu derecha?, ¿debajo de tu cama?, ¿detrás de ti, de nuevo?, ¿en el clóset?, no está, no está, no está. ¿Arriba de ti?, no, tampoco. Entonces, ¿dónde está?, lo sientes, sabes que está ahí, acosándote otra vez, gritas, gritas muy fuerte, tomas tu cabeza y miras al techo, cierras los ojos con fuerza y gritas más alto, te tiras al suelo, respiras muy hondo, varias veces, te calmas.
Parece que ya ha terminado, que te ha dejado en paz, no, no lo ha hecho, sólo está descansando para volver a empezar dentro de un rato, mientras que te deja sufrir en la incertidumbre de cuándo será su próximo ataque. Pero tú sabes que hacer, sabes como controlarlo, justo en este instante en el que te ha dado un momento, éste ha sido su error, darte un tiempo para pensar.
Intentas recordar dónde las dejaste, mientras vez sus pies colgando de tu cama. En la cocina, justo al lado del horno, ahí están. No lo piensas dos veces, te levantas, corres hacia la cocina, tomas el pequeño frasco amarillo, lo abres con dificultad, y tomas una pastilla. Esperas un rato, luego, vas a tu cuarto, sin miedo, sabes que se ha ido. Al ver tu cama lo confirmas, arreglas tu cabello delante del espejo que cuelga de la pared, tomas tu abrigo y te vas a trabajar, como todos los días, mientras piensas en que nunca más volverás a participar en nada parecido.
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