El hombre
Este día, nuestro amigo, comenzó su día como cualquier otro de los que le toca trabajar fuera de casa, que son más de nueve meses al año.
A las seis y treinta sonó el despertador, encendió la televisión del hotel, y, a casi un mes en este cuarto; ya se había aprendido el número del canal donde salen las noticias de Loret de Mola.
Diez minutos más en la cama para despabilarse, y se levantó. Trató de hacer un poco de ejercicio antes de meterse a bañar. Un par de sentadillas, un par de lagartijas, un poco de estiramiento… solo un poco, para no estar tan frío al entrar a la regadera. Abrió la llave del agua caliente y se asomó al espejo. No estaba buscando señales de vejez, porque seguro se las hubiera encontrado, simplemente era parte de la rutina, tener algo que hacer mientras comenzaba el agua a calentarse, que a éstas horas, siempre eran más de cinco minutos.
Salió del baño y sacó la plancha. En las noticias: mas sobre los huracanes, que en ésta época siempre cubren buena parte de los noticieros.
Mientras planchaba su ropa y se vestía daba un repaso mental a lo que llevaban de progreso en el trabajo, si bien lo que venía haciendo no era tan difícil, no podía dejar de reconocer que cualquier otro en su lugar aprovecharía estos viajes para tirarse a la flojera y hacer en tres meses lo que se puede hacer en solo dos. Esta ciudad le gustaba, tenía su encanto de provincia, tierra de Jalisco, muy cerca de Guadalajara, y mujeres hermosas, no como Zamora, que aunque también las tenía; había que buscarlas con más atención. Con todo y eso, esta era su última asignación del año, y terminando se regresaba para México, si todo salía bien se iba a pasar en casa casi todo diciembre.
A las siete y treinta ya estaba en el restaurante, ya había probado todo el menú de desayunos, y lo que más le molestaba era la falta de variedad, a estas alturas; unos frijoles fritos con queso de su casa, se le hacían más apetecibles. Esta vez comería huevos divorciados, y así se lo indicó al mesero mientras le traía su jugo de naranja y su plato de papaya con lo que iba a comenzar, dio su último sorbo al café, dejó de lado la taza, y ahora, mientras desayunaba, repasaba lo que hablaría con su familia. Al ser una persona que casi nunca estaba en casa, entendía lo importante de tener cubiertos todos los detalles en éstas pequeñas conversaciones.
A las ocho y treinta terminó la llamada, y agradeció a Dios que no hubiera malas noticias. Tomó sus cosas y salió de su cuarto rumbo al trabajo, uno de los secretos de que todo saliera bien, era la puntualidad, si él comenzaba a llegar tarde, pronto era una costumbre para los demás y se volvía imposible quitársela.
Faltaban unos minutos para las nueve, ya estaban empezando a agarrar ritmo en sus tareas, pero se lo podía notar a todos, cada figura que se movía afuera de los vidrios los distraía, y es que, era la hora en que las muchachas de los alrededores entraban a trabajar, y cuando alguna de ellas pasaba, era un desfile de miradas y comentarios, que el no veía mal, era parte de la rutina del día, algo que les daba ánimos, que los sacaba de la rutina. Entonces, escuchó, –“¡mira, mira, mira! ¿Ya viste a la vecina?” –Oiga inge, ya le quieren pedalear su bicicleta. ¡–Iralos, pónganse a trabajar, ya no se distraigan! –Trató de sonar serio, una cosa era haber hecho un pequeño comentario aquel día que la conoció, pero; los muchachos no perdonan nada.
Entonces: puso un poco más de atención, le tocó verla mejor porque tuvo que esperar a la luz del semáforo, ahora entendía el por qué de los muchachos tan revoltosos, venía más guapa de lo normal, ésta vez traía falda, cosa que se hacía cada vez menos común en éstos días, con su ropa obscura que seguido acostumbraba y una bufanda para el frío, con su pelo, ahora negro que no dejaba de moverse ni pavonearse al paso de las caricias del helado vientecito que estaba haciendo –¡Quién pudiera ser el viento! –Pensó con un suspiro. Entonces fue cuando se dio cuenta: el lobo quería su lugar, le pedía acción, lo trataba de cobarde, de bufón, de fanfarrón.
El lobo
El lobo, que así lo llamaba; era algo que él tenía más o menos estudiado. Era una especie de animal, que siempre andaba detrás de él, y que a veces podía controlar durante meses, aunque, no estaba seguro de si era él quien controlaba al lobo, o era el lobo el que decidía retirarse para mantenerse al acecho y tomar su lugar cuando se le pegara la gana. Este lobo era una especie de espíritu, eran los instintos puros y sin control, era algo que lo poseía en cuerpo, y que lo dejaba a él como una especie de espectador de lo que él mismo se veía hacer, fuera de toda lógica; que lo convertía, cuando poseía menos control sobre sí mismo, solo al nivel de una vocecita débil, sin ningún poder sobre su propio destino, que el de un consejo, o a lo más, un regaño, y que algunas veces echaba a perder lo que le había costado trabajo formar, pero como ejemplo lo que a continuación sucedió.
Pasó las siguientes horas luchando con el lobo, no cuerpo a cuerpo, eso hubiera sido fácil, si bien es cierto que el lobo es más fuerte y salvaje, él era un ser inteligente, y en todo caso, si no había posibilidad de ganar; ni siquiera se hubiera puesto en el camino del lobo, hubiera encontrado la forma de distraerlo, o con árboles y cercas hubiera encontrado la forma de huir. Pero éste no era así, lo atacaba desde su mente. Le aconsejaba morder, le aconsejaba a cazar, le provocaba hambre, sed, desasosiego, y como en la guerra de las galaxias le hacía crecer esos sentimientos que lo invitan a pasar al lado oscuro.
Otra de las armas que hacían al lobo tan fuerte, era que poseía un elíxir, que después de provocar la imaginación de nuestro amigo lo hacía creer lo que sólo podía ser en sus más desquiciados sueños: un conquistador irresistible a las mujeres, un bondadoso ser que se dedicaba a satisfacer a las pobres, que en su vida jamás soñarían con merecer ni siquiera una sonrisa dirigida directamente hacia ellas, trabajo que él se tomaba con gusto, sólo por hacer una buena obra.
Su primera batalla perdida, se dio después de tratar de concentrarse por más de 3 horas sin conseguirlo. Se inventó el pretexto de que necesitaba comprar una ficha, dio unas indicaciones aquí y allá, y se dirigió a la tienda de la muchacha. Salió fingiéndose distraído, como si no tuviera prisa de llegar, como si no tuviera ningún plan.
Llegó a la tienda como si fuera cualquier cliente, la muchacha se levantó y le correspondió a la sonrisa, la contempló moverse arrogante en su porte, pero, amable en su trato al tiempo que se ponía a sus órdenes, esforzándose por no parecer desesperado le pidió la ficha, ficha que no necesitaría por lo menos en una semana. Trató de pensar en un buen tema para romper el hielo, y el frillito de la mañana fue lo más inteligente que pudo articular, no puso atención a lo que ella le contestó, porque estaba preparando su siguiente jugada.
–Oiga, que guapa se vino hoy. –Dijo poniendo su mejor sonrisa, como para que ella entendiera que lo que le estaba diciendo era de lo más natural. En su pequeña borrachera causada por el elixir del lobo: no notó el tipo de reacción que sus raras palabras provocaban en el objeto de sus halagos, y continuó: –Ahí nos tenía a mí y a los muchachos, viéndola pasar.
–Ah, ¿Sí? gracias, que le valla bien.
Salió del local, y regresó a su trabajo, y para no dejar de ser congruente: hizo una última reverencia a modo de despedida antes de perderla de vista. Dentro de la embriaguez de su posesión lobínica se pasó el resto del día convencido de su encanto, que si bien sabía que no era físico; siempre había creído poseerlo en su actitud.
Los siguientes días pensó varias veces en ella, se veía tan sola, si bien no desesperada, estando solo él también, si bien no desesperado… sería algo bueno para los dos si la invitara a cenar, además, que no podía pasar por alto que dicha muchacha no era de malos bigotes. Bien podía apartar un lugar en su agenda para hacerle compañía a la joven mujer y alegrarla en una velada, y si todo salía bien: dos o tres más antes de volver a su tierra y dejar un buen recuerdo en éstas tierras alteñas.
Su última jugada, tan largamente planeada; resultó por demás vergonzosa. Los detalles de la conversación no los cuento por no despertar malos espíritus de las memorias de lo ridículo, a fin de cuentas ésta crónica sólo trata de explicar lo traicionero del temperamento del lobo, que al ver sus esfuerzos ridiculizados por las palabras de la joven mujer, que resultó ser casada, y, aparentemente poco comprensiva con las palabras necias de un hombre embrutecido por el mazo de la belleza; acabó por abandonar a nuestro pobre personaje en medio de semejante y embarazosa situación, pero ahora ya no ebrio, ni enervado, ni embrutecido, sino que completamente conciente y en sus cinco sentidos, parado ahí, en el ruedo, frente a frente con el toro, y sin más defensa que un metro de distancia.
El hombre comenzó a sentir el control de su cuerpo, junto con lo helado de sus dedos como sudorosos, pero fríos, un pequeño temblor en las piernas, medio de frío, medio de miedo y vergüenza. Juntó todo su talento histriónico para fingir una sonrisa de: “entonces no pasa nada” y se concentró en mover las piernas con sumo cuidado de no tropezar para no hacer más ridícula la situación, si es que esto era posible. Se retiró, con su sonrisa congelada en el rostro, al tiempo que se lamentaba haber perdido otra batalla más con la bestia impía, con la que habría de batallar varias veces más por el resto de sus días.
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