Dicen que todavía huele a sangre. En ese lugar maté a mi hermano. Recuerdo perfectamente cuando empezamos a pelear: era la primera pelea para ambos; él inmediatamente clavó uno de sus puñales en mi muslo izquierdo, pero yo no presté atención, para eso fui entrenado, para vivir en el dolor. Lo acuchillé, sin que pudiera evitarlo, en uno de sus costados y la sangre empezó a brotar rápidamente. Cuando pequeños fuimos separados y crecimos en lugares totalmente diferentes pero con una misma misión incuestionable: matar.

Aprovechando un descuido lo apuñaleé en la cara haciendo que el contenido de uno de sus ojos se derramera casi por completo en el suelo. No le afectó más que momentáneamente y siguió peleando fieramente y sin reservas y consiguió acuchillarme en el pecho pero sin muy graves consecuencias, mi sangre también abonó la tierra. En un frenesí de estocadas, en un último intento de matar o morir, nuestros puñales se entrecruzaron haciendo ruídos de carnes que se desgarran y, entre vítores de mis partidarios y gritos de euforia de la muchedumbre, cayó mi hermano al suelo, casi sin vida. Entre pataleos y convulsiones de agonizante, la vida se le iba a otra parte en forma de coágulos escarlatas que escapaban de su boca casi al mismo tiempo que su último aliento. Con una de mis armas había atravesado su hígado y con la otra, simultáneamente, había partido en dos su corazón. Murió como nuestro padre, en combate.

Ahora descanso, me cuidan, curan mis heridas y me alimentan tan bien o mejor que antes. Me preparan para el próximo y el próximo y el próximo y el próximo combate. Si sobrevivo a todos, si otros mueren antes que yo, si mato lo suficiente antes de ser muerto y no huyo antes de morir o matar (me matarían si me atreviera a huir), entonces tendré una vejez tranquila, tendré todas las hembras que pueda, veré crecer a mis hijas para parir asesinos y veré a sus hermanos crecer para continuar el legado de su padre y talvez mancharse con la sangre de alguno de los suyos.

Maté a mi hermano y no me siento orgulloso pero tampoco siento ningún tipo de remordimiento por ello: matar es la razón de ser de los gallos de pelea...