NO LLORÓ
No lloró. Simplemente se me quedó mirando con una tristeza infinita, que tomó toda la habitación.
Ella, que lloraba por cualquier cosa baladí, estaba con mi celular en la mano mostrándome la fotografía de Claudia.
Pero no lloró.
Con voz indiferente, casi en un bostezo, preguntó.
-¿Quién es la chica?
-No sé, no la conozco- fue mi infeliz respuesta.
Y era verdad. No la conocía personalmente, pero sí había hablado con ella y chateado por teléfono.
Una carcajada amarga salió de su boca.
-Claro, esta foto vino caída del cielo.
Se dio la vuelta y preparó las pocas ropas que tenía en el dormitorio.
Esperaba que los sollozos me dieran la oportunidad de pedirle perdón, como tantas otras veces había pasado. Pero no lloró.
Ella, se iba. Y sabía que eso le rompía el corazón en dos, que el dolor le cerraba la garganta y que se moría por dentro. Yo la conocía muy bien. En las bodas, cuando oía una música romántica, cuando se tocaba el himno nacional, hasta el de otros países. Como en la entrega de premios a los atletas por televisión, cuando se entonaba el himno de los vencedores y se les ponía las medallas, ella lloraba también, como si los conociese y compartiese el triunfo. Pero ahora que el dolor era suyo, no lloró.
Quise abrazarla, pero ella no me dejó.
-Te quiero, en serio te quiero, perdoname.
-¿Cuántas veces te perdoné?
Bajé la cabeza. Era curioso, unos días atrás quería tiempo libre para poder hablar con Claudia, en este momento ella parecía una extraña cuya importancia se había evaporado en un instante. Ahora temía perder a mi novia.
¿Pero por qué no lloraba? Cuántas veces me perdonó liberando a los sollozos de su garganta, mientras la estrechaba entre mis brazos y le decía que la quería sólo a ella. Y decía la verdad. Y mientras ella preparaba sus ropas para llevarlas en una mochila, descubrí algo horrible, se iba y no podría soportarlo, porque sí la amaba.
Mis ojos se humedecieron y le pedí que se quedase, que la quería. Ella me miró por última vez y se marchó. Jamás la volví a ver.
Pasó el tiempo. En la rutina de mis días sin ella, pienso que soy feliz. Y hasta a veces sonrío, como si fuera cierto.
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