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Siempre me han gustado las reuniones sociales. No soy muy exigente en cuanto a la compañía o a la comida. Lo único que define mis ganas de asistir o no es el alcohol y la música. Cuando me llegó la invitación supe que la fiesta la estaba organizando mi gran amigo Carlos, excelente bebedor y eximio guitarrista. Sólo vi la fecha y el lugar antes de empezar con mis preparativos fiesteros, ya que por algún motivo a Carlos se le había ocurrido citar para el día siguiente. Viernes en la noche, como corresponde a un personaje de su calibre. Esta sería una despedida que daría que hablar por mucho tiempo.

Cuando llegué me recibieron con moderada alegría. Había muchas personas que no conocía, y que al parecer tampoco estaban enteradas de las fiestas legendarias que se habían vivido allí, bajo el mismo techo que esa noche nos cubría a todos. Me acerqué a un grupo de rostros familiares alrededor de una mesa un poco alta: dos de las hermanas de Carlos, uno de los ex-integrantes de nuestra banda y mi ex-mujer. Al cabo de varias botellas de vino ya nos encontrábamos con ánimo para festejar como corresponde. Felipe, el primer bajista que incorporamos a la banda, comenzó a tararear una de nuestras canciones. Muy despacio, como si no se diera cuenta de lo que hacía. Lo siguieron las hermanas de Carlos, haciendo la segunda voz. Mi ex, aunque un poco sorprendida, sonreía. Poco a poco, los otros personajes presentes en la fiesta se fueron uniendo al canto colectivo, y lo que partió como un murmullo, muy pronto se transformó en un clamor generalizado. Sin darme cuenta al principio, comencé a seguir el ritmo del tema, primero con el pié en el suelo, justo en el lugar donde el pedal de mi batería debería encontrarse. El canto general muy pronto me llenó de entusiasmo. Comencé a seguir el ritmo con mis manos golpeando la mesa alta alrededor de la cual nos encontrábamos reunidos. Me dejé llevar por la melodía. Cerré mis ojos, y casi podía ver mi batería al frente. La altura de la mesa era ideal para hacer más verídico mi sueño, potenciado además por los vapores etílicos y por la energía que manaba de decenas de gargantas al unísono. Recordé aquel concierto en que, junto a Carlos, hicimos bailar a unas 300 personas en el gimnasio del colegio, ya serían unos 15 años atrás. Ahí estaba yo, la misma canción. Carlos golpeaba con su guitarra uno de los platillos, mientras yo sacaba ritmos mágicos con aquellas baquetas que todavía conservo colgadas en la pared de mi cuarto. Mi primer solo frente a tantas personas. En el momento cúlmine, cuando sólo me faltaba marcar el último compás, abrí los ojos. Los asistentes a la fiesta me miraban en silencio, algunos sorprendidos, otros con risas en la cara, otros escandalizados. Lentamente, uno de los asistentes a la fiesta, completamente vestido de negro, se acercó a mí y me dijo al oído:
- Señor, ¿podría dejar de golpear el ataúd de Carlos, por favor? Creo que a su madre no le parece muy adecuado su homenaje.
La señora me miraba con furia, sentada en una silla al otro lado de la casa.
- Disculpe, padre. Creo que me dejé llevar un poco.
Avergonzado, caminé hacia la salida, con el típico paso de los derrotados, arrastrando los pies, pero lo suficientemente rápido como para hacer menos embarazosa la situación. A medida que me acercaba a la puerta, escuché aquel sonido para el que vivimos nosotros los artistas. El aplauso empezó lentamente, tal como había comenzado el canto. Cuando me decidí a enfrentar nuevamente a la multitud, el elogio era generalizado, con la excepción de la señora que todavía me miraba con fuego en los ojos desde su lugar de honor. Demoré medio segundo en decidirme. Corrí nuevamente al ataúd, y con gesto triunfal marqué el último compás con un sonoro manotazo en la cubierta. Antes que alguien menos entusiasta y más sobrio que yo tratara de agarrarme, corrí nuevamente a la puerta y me alejé lo más rápido que pude. Ya a salvo, miré nuevamente la invitación. "La despedida de Carlos". Las risas provocadas por mi estupidez se mezclaron con la tristeza que sentí al darme cuenta que, esta vez, la despedida era para siempre.

Texto agregado el 29-08-2008, y leído por 296 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
20-01-2010 Bien. Yo soy de las personas que no sabe qué decir o hacer en un funeral. Muy bueno. Saludos. Azel
07-10-2009 q pasa compañero!! cuanto tiempo!!! jejeje... aiiii!!! un abrazo muuuy grande!! LaMillan
17-09-2008 Cuestión de enfoque; la encontré buenísima,sorprendente,fin inesperado como sólo tú nos sorprendes. (¿Si hubieras llevado una trompeta...habrías tocado:¡"TENEMOS SED!!"? pantera1
31-08-2008 Bien, hay fluidez y sabes acapar la atención del lector... auiles
30-08-2008 no es pa tanto mi comentario, si me caes re-bien jiji ji ednushka
30-08-2008 ¿puedo decirte lo que verdaderamente pensé?, me parece que describiste la historia sin ocuparte del escrito como una obra literaria. O pa que me dé a entender: me hubiese gustado esta historia contada de otra manera, salvo la última línea. ednushka
 
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