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Cuando los hombres se dieron cuenta de que la velocidad podía matarlos, comenzaron a crear sucedáneos de sí mismos, extraños remedos articulados y sin expresión.
Los hicieron primero en goma y madera, luego en plástico y látex. Los estrellaban en sus carcazas de metal contra árboles y postes, contra casas y muros, para probar la resistencia de los coches y también de sus propios humanos cuerpos, cuyas imitaciones imperfectas se desmembraban cada vez, quedando esparcidas y solitarias por el suelo.
Los construyeron de todas las tallas, de todas las razas y apariencias. Les dieron ropa y arrugas de expresión bajo los ojos, cabellos canos, uñas de acrílico, pestañas unidas una a una a los párpados, lunares y rubor en las mejillas, eternas muecas de llanto a los bebes que salían despedidos por el parabrisas, mientras sus padres se derretían lentamente dentro de los autos en llamas.
No contentos con eso crearon un órgano biomecánico capaz de generar recuerdos, reflejos y convulsos movimientos y rellenaron sus espaldas con un cordón nudoso que las hacia de espina dorsal por donde se conducían al cerebro pequeños y veloces corpúsculos de conciencia y dolor.
Midieron el tiempo que se tomaba el cuerpo en tensarse antes de ser destruido, la fracción de segundo en que el terror se apoderaba del cerebro transparente, el minuto preciso en que la memoria implantada terminaba por enloquecer, y no era extraño verlos, callados y serios, tomando notas, trazando gráficos en un cuaderno mientras sus botas chapoteaban incesantemente sobre el mar de fluidos y cables chamuscados.
Y por último se buscaron un tiradero de chatarra para abandonarlos uno a uno, cuando no pudieron re usarlos o cuando no pudieron apagarlos del todo, cuando no pudieron borrarles de las pupilas de cristal esa inquisitiva expresión de desasosiego.
Y allí se quedaron los muñecos, siglo tras siglo, deseando haber sido tan parecidos a los hombres como para poder morir, o simplemente deseando que entre todo lo humano que los humanos les implantaron, les hubiesen dado al menos, cuerdas vocales para poder gritar.
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Texto agregado el 29-04-2004, y leído por 363
visitantes. (3 votos)
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Lectores Opinan |
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18-07-2005 |
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Bien Inima.Partis de una idea,la desarrollas y esperas paciente el remate.Por fin algo duro,entre tanta mermelada,entre tanto adjetivo sin sentido..Esta linea tuya me gusta,quizas podrias intentar hundirte un poco mas en este registro a ver que pasa,es mi opinion. chiche |
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04-05-2004 |
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Fe de ratas: dice "estos mismo", debe decir "estos mismos". Ecifitra |
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04-05-2004 |
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Está muy weno oye!!
Me gustó el contraste entre la frialdad de los hombres, que sólo se dedican a medir y probar cosas, y la sensibilidad de los muñecos sucedaneos, que a pesar de envidiar las condiciones humanas, resultan más humanos que estos mismo.
Derrepente te falta una que otra coma por ahí (creo yo), pero fuera de eso esta muy bien.
Chao saludos!!! Ecifitra |
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01-05-2004 |
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mmmm.....triste bastante triste , pero muy bueno en realidad y es cierto muchas veces creamos cosas para despues botarlas.(entre nos yo huviese preferido las cuerdas vocales)beshos y cariños Tao Tao DANIEL_IVAN_PEREIRA_PA ILLALEF |
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30-04-2004 |
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mmm... tus cuentos Inima son tan buenos que siempre creo que el siguiente no lo va a superar, pero zaz! arremetes con otra temática y te metes de lleno el en submundo del sentir, porque graficas en sí, con maquinarias, la misma vida humana. Cuántos hay que no tienen voz. El subrealismo cuasi realismo mágico queda magestuoso en tus manos. Me encanta, siemplemente me pareces genial. Felicidades, agradecimientos y estrellas. CaroStar |
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