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Inicio / Cuenteros Locales / albertoccarles / Breve historia de flores y abejas

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Le gustaba soñar, y como era muy chiquita, tenía sueños maravillosos. Pero sus compañeras, ya adultas, con el afán de trabajar el día entero, no se lo permitían. Y le encargaban una serie de trabajos que, según ellas, debían cumplir las abejas más pequeñas -como dar de comer a las larvas y construir nuevos cuartos con cera para agrandar el panal. También recibía el néctar que traían las mayores, lo ingería y luego lo devolvía para depositarlo en los sitios donde se guarda la miel. Todo esto lo hacía bien, pero no se conformaba. Sentía la necesidad de conocer algo más, de vivir de otra manera que no fuera tan maquinal. No amaba su trabajo, pues quería realizarlo para algo o alguien en especial, y no simplemente para cumplir con un deber impuesto en el panal. Soñaba con encontrar una flor; una flor muy hermosa, con cuyo néctar ella fabricaría la miel más deliciosa del mundo. Y así sería su miel, pues la crearía con una sola flor, a la cual querría toda su vida. No deseaba tener trato con cientos de flores, como lo hacían las demás abejas, pues de esa manera jamás llegaría a conocer a ninguna. Pensaba en todas estas cosas, y deseaba compartirlas, pero las mayores no le daban importancia, e insistían en que trabajara sin perder el tiempo con ensoñaciones que, según ellas, sólo servían para distraerla de sus ocupaciones.

Un buen día, sin autorización, decidió salir con las demás abejas para visitar a las flores. Pensaba que solo así llegaría a encontrar la flor con la que había soñado. Deslumbrada por su belleza, las contempló largamente hasta que fue sorprendida por la noche. Temerosa, regresó al panal. Traía las patitas vacías, pues no había recogido néctar para la miel. Cuando llegó, las abejas grandes se indignaron con ella. Había descuidado el trabajo en el panal, abandonando las larvas a su suerte, y además había perdido todo el día admirando lo que ella definía incomprensiblemente como “la belleza de las flores”, sin juntar ni un poquito de sustancia para la miel. Avergonzada, la abejita no supo qué decirles. Se sentía acechada, acorralada por sus compañeras. Entonces solicitó autorización para alejarse del panal. Las mayores estuvieron de acuerdo con que se fuera, pero le impusieron que no regresara nunca más, ya que si las más pequeñas seguían su ejemplo, ninguna trabajaría y todas morirían de hambre en el invierno.

Sin saber hacia dónde ir, la abejita voló lejos del panal. No conocía ningún refugio ni sabía cómo encontrarlo. Anduvo largas horas, y como era de noche, se extravió. Cansada, bajó para buscar algún sitio donde poder dormir resguardada. Pero al llegar al suelo, todo le pareció inmensamente grande, oscuro, aterrador. Las sombras de los pastos, agitados por el viento, la hacían temblar de miedo. Deseó fervientemente volver al panal. Se sentía tan sola, que se largó a llorar sin consuelo. El viento arrastraba sus gemidos entrecortados, cuando una flor, que ya dormía, despertó al escucharlos, y asombrada la llamó. La abejita se le acercó y comprobó que de esa flor emanaba una perfume muy especial. Como era de noche, no podía distinguirla bien, pero imaginó que era muy hermosa. La flor la acarició con sus pétalos, y le pidió que le contara lo que le ocurría. Entre sollozos, la abejita le relató todo, su vida, sus anhelos, sus penas, hasta que, ya calmada y abrumada por el cansancio se durmió sobre los pétalos de la flor.

A la mañana siguiente, la abejita despertó muy temprano. Nunca había contemplado un amanecer tan lindo. El rocío, que se había depositado sobre los pétalos, la refrescaba. Comprobó que los colores de esa flor eran maravillosos, y se combinaban armónicamente. Sintió hacia ella una inmensa ternura, la besó con suavidad, y luego, feliz, salió a volar por los alrededores. El sitio era recóndito y diferente a cuanto ella conocía. Lo protegían enormes árboles, de tupido follaje, y el pasto era alto y muy verde. No encontró otras flores tan grandes como su amiga y, temerosa de perderla, volvió a su lado. ¡Qué hermosa era! ¡Qué pétalos tan delicados y fragantes tenía! En cuanto la flor despertó, la abejita le expresó emocionada que deseaba quedarse a vivir con ella. La flor, como única respuesta, le dijo que ese era el día más feliz de su vida.

Agradecidas por el encuentro casual que las había unido, se hicieron muy amigas. La abejita comenzó a construir un diminuto panal dentro de la flor. Destinó un sitio para dormir, y otro para guardar su futura miel, que sería la más deliciosa del mundo. La flor, que conocía los secretos de su fabricación, le daba indicaciones: Debía recoger el néctar con las patitas, llevarlo hasta el panal, comerlo de a poco, y finalmente devolverlo para depositarlo, ya transformado en miel.

Al principio, la miel tenía un sabor común, y se parecía a cualquier otra. Pero con paciencia, constancia y una delicada elaboración, la abejita repitió muchas veces el procedimiento, hasta lograr una altísima purificación. Mientras, su amiga le confiaba los secretos de las flores, indicándole los sitios que conservaba intactos, adónde podía encontrar el néctar más preciado para fabricar la miel. Le contaba que todas ellas disimulan esos escondrijos, pues generalmente las abejas se les acercan sólo por interés. Únicamente desean explotarlas, sin importarles el resto. Las abejas no advierten que las flores desean hacerse amigas de ellas. Y por ese motivo, éstas mantienen en secreto lo más exquisito y preciado de su esencia. La abejita se dio cuenta del don que su amiga le hacía, y se comprometió a quererla siempre.

Pasó el tiempo, y ambas amigas eran cada día más felices. Se comprendían y ayudaban en todo momento. Y la abejita fabricó, tras muchos intentos, una miel sin par. Poca era su cantidad, pero incomparable era su calidad.

Un día en que estaban conversando animadamente, oyeron los lamentos de una abeja. Poco a poco, éstos se intensificaron, hasta que distinguieron que se trataba de una abeja que volaba sin rumbo, dando vueltas en el aire, como perdida y quejándose continuamente. Preocupada, la abejita la llamó. Cuando llegó hasta ellas, comprobó que se trataba de una de sus compañeras. Se reconocieron mutuamente y se abrazaron, llorando de alegría. La abejita le contó a su visitante las vicisitudes que había sufrido luego de abandonar el panal, cómo había encontrado a la flor, cuánto la quería y lo feliz que era ahora con ella. La abeja no la comprendió, pero se alegró de encontrarla bien. Entonces le contó el motivo de su tristeza: La Reina estaba muy enferma. Todos los métodos conocidos para curarla habían fracasado, incluyendo la jalea real. Pronto, ellas quedarían sin su reina madre, y habría una enorme congoja en el panal. Esta noticia entristeció mucho a la abejita, ya que ella también era hija de la Reina. Luego del relato, la abeja se despidió y se alejó volando, algo más reconfortada por el inesperado encuentro. Pero la abejita, en cambio, quedó apesadumbrada ante la noticia, y fue a llorar sobre los pétalos de su amada. Esta, que había permanecido callada desde la llegada de la abeja, la consoló con palabras muy suaves y dulces, y le pidió que juntara toda la miel que habían fabricado juntas. Que llenara bien el buche y las patitas con ella, y que se la llevara a la Reina. Estaba segura de que se restablecería si le daba de comer de esa miel. Delirando de entusiasmo, la abejita cumplió con la sugerencia de la flor, y se preparó para partir. Se despidieron sin tristeza, pues pronto estarían nuevamente juntas, y la abejita emprendió emocionada el vuelo hacia el panal natal. Era noche cerrada cuando llegó a sus alrededores. Una gran nostalgia la invadió cuando comenzó a reconocer los sitios donde habían transcurrido los primeros días de su vida. El aroma típico de la miel del panal la estremeció de alegría. Al llegar, las abejas la recibieron con gran entusiasmo. Su presencia les daba una nueva alegría de vivir. Inmediatamente, la abejita preguntó por la Reina, y al verla, agonizante, casi se echó a llorar delante de ella. Pero se contuvo, y se le acercó para ofrecerle la miel que traía.

Día y noche permaneció junto a su madre, dándole a cada rato de la preciosa miel. Y la Reina comenzó a reponerse. Poco a poco, fue recuperándose; se la veía más fuerte y se sentía de mejor humor. Hasta que un día, completamente repuesta, pudo levantarse y salir a pasear. Al ver a la Reina nuevamente sana, la alegría de toda la colmena fue indescriptible. Bailaban y cantaban las abejas, felices de que ya hubiera pasado el motivo que las entristecía. Entonces, la Reina decidió que la abejita permanecería con ella, pues sería su mejor sucesora. Todas las abejas aplaudieron la decisión como la más acertada, y no dejaron de felicitar a la pequeña por la sabia elección. Pero ésta no estaba nada conforme con esa providencia. Extrañaba enormemente a su flor; no imaginaba otra vida que no fuera junto a ella, y no deseaba otra cosa más que regresar. Ni aunque la designaran sucesora de la Reina quería seguir en el panal. Pero pensó que si expresaba sus deseos, las abejas volverían a enojarse con ella, la llamarían desagradecida. Y ser la futura reina era un honor y un deber que no podía eludir fácilmente.

Cuando la Reina demostró estar completamente recuperada, la abejita aguardó la oscuridad de la noche y que todas sus compañeras durmieran, y sin despedirse y confiando ciegamente en su instinto, emprendió el vuelo de regreso. El deseo de encontrarse con su amiga la impulsaba y voló rápidamente. Desde lejos percibió la fragancia de su compañera, y se colmó de dicha al acercarse a ella. Fue indescriptible la alegría de ambas al reencontrarse. La separación había aumentado la fuerza de sus sentimientos, y comprobaron que se amaban intensamente. Ya no tenían miel, pero la fabricarían de nuevo. Y la próxima sería aún más rica que la anterior, que había demostrado la eficacia de sus propiedades al curar a la abeja reina.

A partir de entonces, ambas continuaron su vida de trabajo y amistad, combinando las labores con el afecto, en perfecta armonía.

Pero, pronto aparecieron mensajeras del panal, pidiéndole a la abejita que regresara con ellas. Era la elegida, y no podía rehusarse a la voluntad de la Reina. Ella intentó explicarles que no deseaba ese honor; que simplemente quería vivir en paz con su flor y dedicarse a fabricar esa miel sin par. Las súplicas y los ruegos de las abejas fueron en vano. Nada ni nadie la haría cambiar de opinión. Entonces, las mensajeras regresaron cavilosas al panal. Allí, en secreto conciliábulo, decidieron raptarla, para luego encerrarla en el panal.

Sin comunicarle la decisión a la reina, se preparó un grupo de ellas, y una noche salieron todas juntas a buscarla. Exploraron la zona hasta el amanecer, pero no pudieron encontrar la famosa flor. Regresaron al panal, contrariadas y agotadas, y no tuvieron más remedio que confesarle a la Reina el motivo de su frustración: La abejita se había ido para siempre del panal. Al escuchar el relato, la Reina comprendió el deseo de la abejita, y ordenó que no volvieran a molestarla. Y acto seguido designó a otra sucesora.

A la mañana siguiente, al despertar, la abejita comprobó que su amiga se había cerrado. Sin extrañarse, la despertó como siempre, acariciándole los pétalos con la trompa y las patitas. La flor se desperezó con un lento movimiento de apertura, ofreciendo su interior a la luz del sol, que inundó a ambas amigas con su alegría. Le contó entonces a la abejita que la noche de la víspera habían llegado muchas abejas revoloteando por la zona, con la intención de raptarla. Ella unió herméticamente los pétalos, y logró pasar desapercibida. Al desconocerla, siguieron su camino. Era una vieja treta que había heredado instintivamente, para evitar ser comida por los insectos nocturnos. Ambas festejaron la idea, y continuaron luego con sus tareas cotidianas.

Nunca más volvieron las abejas a molestarlas, aunque alguna pasó fugazmente de visita, compartiendo las novedades y llevándole a la Reina, como regalo, un poco de la miel sin par de la pequeña.

Vivieron mucho tiempo juntas. Y se amaron; se amaron como solo saben hacerlo una abeja pequeña y su flor

Texto agregado el 27-08-2008, y leído por 1246 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
01-09-2008 Que bello cuento. Me encanto. Es una belleza de historia.5* carolina52
27-08-2008 ¡Qué hermoso cuento, Alberto! Lo he leído de un tirón y al hacerlo le ponía voz a la abejita y sonidos al vuelo, colores a la flor... Cuando me hagan abuela, a mis nietos les voy a leer el cuento de mi amigo Alberto. maravillas
 
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