Si los pajaros fuesen aviones, y los pasajeros pichones grandotes en el nido, las hollas estarían al día, y el precio del pollo dejaría de aumentar.
Cuando murió mi padre, soy un hombre,
dejó para nosotros un cofre de perlas,
puesto que cuando joven estuvo naufrago en una isla del caribe pudiendo juntar una buena cantidad.
Pero sucedió que un buen día, por causa de la gran salinidad que deparó el efecto invernadero,
que las perlas de los oceanos del mundo comenzaron a flotar, escapaban de las conchas (como naftalinas que se salen de dentro del tapado de zorro) hasta quedar en la superficie de los mares a la suerte del viento.
Por este motivo es que hoy día este tipo de joya ha
dejado de serlo no valiendo nada, por ende avandonando su cotización en los mercados,
todo esto hasta el extremo de arrojarselas a la basura cuando alguien por casualidad se topa con una de ellas.
Esta historia viene a cuento, pués estoy viendo en la tele, una matanza de mil ballenas,
que luego de ser sacrificadas para después ser comidas, quedan con sus panzas blancas apuntando hacia el cielo.
Aún conservo el cofre como una fuente de recuerdos, mientras que mi hermana Cintia,
las utiliza puestas dentro de una pandereta dada vueltas: para leer el futuro, para provocar un sonido extraño creando melodias al ritmo de las perlas golpeandose entre ellas (más el repiquetear de los platillos propios del instrumento) y para concentrarse al escribir cuentos... |