El seis de la victoria.
Escrito para mi memoria
A: Mi abuelo Eldo. Supongo que en algún lugar del cielo te estarás riendo de mí; viejo embustero no te rías tu ayudaste en esta felicidad!
Ojalá todos los días pueda sentir la alegría que hoy siento, en lo más profundo de mi pecho. Bien adentro, una emoción que no se compara con nada de lo vivido, es distinta a todo, es la satisfacción de “hacer bien las cosas.”
Hoy escribo, y comienzo contando el final de una etapa. Hoy 11 de agosto de 2008 quiero despegarme de una imposibilidad, de una atadura, de un pensamiento negativo, de un malestar diario, de un creer en cualquiera; menos en mí.
Ese final del que hablo es del haber tenido un buen resultado en un examen, esa imposibilidad duró 2 años, cargada de frustraciones, tristezas, desilusiones y así, paulatinamente durante el transcurso de 2 largo años, me iba desgastando, iba dejando de creer en mi, iba perdiendo las esperanzas.
Escribo para mí, para mi memoria, para esos días en los que estoy triste desesperanzada, para cuando necesito una palabra de aliento, quiero acordarme de este momento.
Busco desesperadamente mi nombre entre todas las hojas, me busco y veo a su lado un garabato: era un 6, el seis de la esperanza, el seis que traía a mi vida la posibilidad de volver a creer en mi, el 6 que venía a cerrar mucho tiempo de esfuerzo, esmero, constancia, el seis que me daba la ilusión de ser quien quiero ser; una persona que se supera día a día, que le deje a sus hijos sólo un legado, no importa la naturaleza, no importan los genes, con orden y constancia, todo se puede.
Quisiera lograr sólo una cosa, y es poder transmitir mi alegría, esa que me inunda en el pecho, poder plasmarla en la hoja, y cada día que me encuentre entre tinieblas, releer y saber que hay una emoción que es la que quiero sentir 20 veces más y es la de... ¡rendir bien!
Este es el momento en el que debo archivar todo lo estudiado, el que debo, ordenar y guardar, el momento para disfrutar de una victoria solamente.
Tomo el libro de 706 páginas lo miro, veo miles de papeles, con distintas cuentas, algunas sobre la hipotética nota que me podría sacar, otros calculando la cantidad de páginas que tengo que estudiar para llegar a la fecha estipulada, conceptos anotados en lápiz y recuerdo, una cábala a seguir: desde hoy prometo no firmar con mi nombre ningún libro, prometo dejar marcadas mis huellas, pero no garabatear mi firma en su primer hoja.
Abro la carpeta, donde ordené todos mis apuntes, la veo ordenada, limpita, la veo bien, la desarmo separo mis apuntes de los que debo devolver y comienza el ritual más hermoso del mundo, voy en búsqueda de la bolsita más linda, esa que se depositará el libro y mis apuntes, el programa y las preguntas del examen guardaditas en un sobrecito que tiene la misma bolsita. Deposito la bolsita negra, y allí quedará archivada, la emoción que se va con esa bolsita, salvo que pueda plasmar aquí, allí quedará, sólo me resta esperar un reto más y con mayor dificultad, el doble de hojas, el mismo tiempo... ¿lo podré alcanzar?
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