Después de liberarse del fino cascarón que le cubría, la pequeña arañita salió corriendo de allí. El instinto le decía que su madre estaba cerca y también sabía que de ser vista por ella, sería inmediatamente devorada. Tendió un fino cordón de seda desde una pequeña rama y se dejó caer por él. Soplaba el viento y el hilo se combó como si de una delgada vela se tratase. El final de éste se soltó de su anclaje con lo que araña y seda salieron volando por el aire a merced de los destinos del viento. El viaje cesó cuando al calmar el aire el animalito descendió lentamente como si estuviera enganchado a un fino paracaídas. Nada más aterrizar miró a su alrededor, su naturaleza le decía que debía elaborar una tela que cumpliera a la vez la doble misión de ser casa para ella y trampa feroz para aquellos infortunados que tuvieran la desgracia de caer en la red. Se encaminó hacia una planta cercana cuyos largos tallos estaban a punto de florecer. Viendo que el sitio era propicio y dado que ella era una araña bien educada lo primero que hizo fue subir hasta lo más alto de un tallo donde una joven flor empezaba a asomar al mundo:
- Buenos días, flor…
- Hola araña
- Verás, he visto tu hermoso tallo y me he preguntado si tendrías inconveniente en que tendiese ahí mi red. A cambio yo te libraría de esos pulgones que chupan tu savia.
- Me encantaría que lo hicieras porque estos bichos son insoportables. Además así tendría a alguien con quien hablar, habrás visto que mi tallo sobrepasa en mucho al resto de las demás flores. Por cierto, habrás de tener cuidado para que mis espinas no te pinchen.
- Gracias, flor. No te preocupes por las espinas, aunque todavía soy muy pequeña pronto creceré y sé cómo cuidarme.
La pequeña araña tendió su red entre el tallo y las ramas del rosal, pues el lector ya se habrá dado cuenta, de que de un rosal se trataba.
A partir de ese día araña y flor crecieron juntas. La araña limpiaba de parásitos a la planta, cuidando de que sus hojas no se doblaran y de que entre sus pétalos no se acumulase el polvo. Con mimo eliminaba las gotas de rocío formadas al amanecer sobre la flor pues la humedad favorecía que la planta tuviese hongos. De esta manera y merced a sus cuidados pronto la flor destacó por su belleza entre todas las demás del jardín. También la araña había crecido porque la comida era abundante y la planta le proporcionaba el cobijo necesario. Ambas conversaban sobre los “chismes” del jardín, comentaban el nacimiento de una nueva abeja reina, la eclosión de una semilla desconocida o la muerte de un viejo geranio. Un día, la flor viendo que su amiga estaba triste le preguntó:
- Araña amiga estás muy seria. ¿Qué te pasa?.
- Nada, solo que por mi culpa la gente no puede admirarte bien. He visto cómo los niños se acercan a ti maravillados por tu hermosura. Tienden sus manos para acariciar tus pétalos pero en cuanto me ven salen chillando asustados por mi feo aspecto. ¿Es que nadie les ha dicho que no voy a hacerles nada?.
- Bueno, no te preocupes, yo soy feliz con tu amistad y con tus cuidados.
- Si pero para mí no es suficiente. Voy a tender mi tela en un lugar apartado. Podré visitarte al salir el sol, cuando todavía no hay gente. De esta manera seguiremos juntas y todo el mundo podrá verte sin asustarse por mi culpa. Eso hará que me sienta mejor.
- No creo que sea una buena idea pero si así vas a ser feliz… Pero prométeme que me has de visitar todos los días.
- Te lo prometo.
La araña se mudó ese mismo atardecer. No se fue lejos. Colocó su red a poca distancia, aprovechando un agujero en una pared de ladrillo, justo debajo del alféizar de una ventana sobre el que descansaban algunas macetas. Esto le proporcionaría una fresca sombra al mediodía y podría ver a su amiga sin dificultad.
Apenas se hubo trasladado vio como un niño se acercaba a la flor. No tenía miedo y la araña se alegró de su decisión. El niño acercó la nariz a la corola y aspiró su intensa fragancia. De repente la araña miró sobrecogida el gesto del pequeño que agarrando con fuerza del tallo y con el suficiente cuidado como para no pincharse dio un fuerte tirón que arrancó la flor. La araña miraba sin creer lo que estaba pasando. De buena gana le habría pegado un picotazo a ese bárbaro. El niño con la flor en la mano se dirigió hacia la ventana debajo de la cual se encontraba ella, colocó la flor en un vaso con un dedo de agua. Puso el vaso sobre el alféizar y salió corriendo dando voces. Era lo que ella estaba esperando. Rápidamente subió por la pared hasta ponerse a la altura de su amiga. Se dirigió a ella con la voz entrecortada por la emoción:
- Me parece que no he tenido una buena idea y esto te va a costar la vida.
- No te preocupes, la intención era buena.
- puedo hacer algo por ti?…
- Ya has hecho mucho, durante estas semanas me has cuidado y has sido mi mejor amiga. ¿Te parece poco?…
- Bueno, la verdad es que…
Fue lo último que dijo y esta vez fue la rosa la aterrorizada que vio como el niño, con una piedra, aplastaba contra la pared a la pobre araña que ni siquiera tuvo tiempo de darse cuenta de lo que le sucedía. El niño volvió a salir corriendo mientras gritaba:
- ¡Mamá, he matado a una enorme araña que estaba en la ventana!, ¡casi me pica pero la he aplastado con una piedra!…
- ¡Bien hecho, nene!, ¡otro bicho asqueroso menos!
Esa misma noche la flor murió, todos sus pétalos cayeron yendo a cubrir el cuerpo de su amiga caído justo debajo de la ventana. Pero la vida en el jardín debía continuar…
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