Vuelvo a mirar tus ojos como otrora con la emoción de aquellos juveniles años y hoy arañando treinta abriles sigues siendo tan bella y seductora. Y vuelvo a revivir aquella aurora de nuestros besos arduos y febriles y tus pechos, aún casi infantiles nunca podré olvidar, bella señora. Cuánto cuesta decir que la aventura no es posible a pesar de que perdura la atracción juvenil de los quince años. Y aunque todo mi cuerpo clama: Goza! debo, perdón, decirle que a mi esposa nunca voy a pagarle con engaños.
Texto agregado el 24-08-2008, y leído por 310 visitantes. (4 votos)