Si no dudamos de la ciencia, el universo tendría unos 15.000 millones de años. Y si no dudamos de la Biblia, tendría unos 6 días. La tentación de calcular es grande: 1 día divino representaría 2.500 millones de años de los nuestros, aproximadamente.
Y si acordamos que 1 día de Dios se divide en 24 horas, cada una de ellas equivaldría a unos 104 millones de años.
Además, demos crédito a la Biblia: el Hombre fue la finalización de esta compleja tarea creativa, y luego de semejante esfuerzo el Creador descansó. La agotadora empresa nos faculta, con justicia, a utilizar la única acepción posible del vocablo descansar: reposar, dormir.
Consideremos, asimismo, las palabras del Mismísimo, quien dice haber pensado al ser Humano a su imagen y semejanza. Podríamos suponer entonces que su descanso sería similar al nuestro: unas 8 horas divinas (o lo que sería lo mismo, 833 millones de años).
Y como el punto culminante de su labor (o sea, nosotros) se dio hace apenas 5 millones de años, esto nos lleva a una irremediable conclusión: Dios todavía duerme.
Y duerme para los que aman y asesinan, oran y blasfeman, para los esperanzados y los resignados.
No es que no exista o que le resulten indiferentes nuestros pedidos. No es que no escuche o prefiera mirar otros universos.
Es que duerme. Y según nuestros cálculos, por los siguientes 700 millones de años. |