Se conocieron de una manera alterada, mismo estado que les acompañaría durante su transitar juntos hasta el final. Ambos sobrepasaron la dosis normal de un juicioso drogadicto, y en camas contiguas inicio la tra(u)ma. Largos y penosos meses juntos en la clínica de rehabilitación. Pudo ser mas dura la ausencia de la hierba preciada, que los continuos abusos y maltratos a los que estuvieron sometidos, es difícil averiguarlo. Una vez en el exterior(¿Por qué llamarlo exterior?¿Exterior a que?), la antigua vida renovó sus estribos. Perdidos en ese otro mundo, en ese paraíso, transmutándose de a poco a la nada. Viajes iban y venían: tan perdidos se hallaban, que ya les era imposible separar un estado de otro. No se deprimían, el continuo uso de boletos les garantizaba felicidad permanente. Entre sexo, drogas y rock and roll, se concibió el mito llamado vida, arrastrando poco después al hombre a la leyenda llamada muerte. La mujer milagrosamente resucitó de entre el vomito, las colillas y el hedor, tal como el ave fénix, si la memoria no traiciona. Su embarazo, tortuoso, en los ocho meses y algo mas que duró. Lagrimas suficientes para llenar el vacío dejado por el hombre, se vertieron una tras otra, y en una especie de oscuro ritual y herencia, el recién nacido, continuó con esta desagradable labor. Un día, cansada ya la mujer del llanto de su bebe, recordando el amor(si a lo que hubo pudo llamársele amor), y al parecer, bastante avanzada de locura(o de sanidad), decidió terminar con esta historia, tomó al bebe entre sus brazos, le acarició, regaló una profunda mirada de cariño, y luego lo lanzó por la ventana del cuarto piso donde ella habitaba.