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Matatitlán.

Todo comenzó en Arandas, un día caluroso de mayo pero con un cielo nublado, que hacía agradable el viaje en el carro. No había mucho trabajo y me había tocado hacer cobranza. Varios lugares que visitar, aunque todos rápidos; ver si había cheque o esperar a que lo hicieran y al siguiente. Fue por eso que se vino conmigo mi familia, también tocó, que era día del maestro y los niños no habían tenido clases.

La cobranza en Arandas había quedado terminada poquito antes de las 2 P.M. A duras penas convencí a los niños que nos viniéramos sin comer, yo conocía un lugar en San Julián “birria y carnitas las palmas” a donde los quería llevar, pero; ellos ya conocían la “taquería Arandas” que les había gustado. Por suerte mi esposa me apoyó, y teniendo yo el voto de calidad en caso de empate… partimos hacia San Julián.

Para llegar más pronto, agarré el mapa; me venía a la mente una brecha que nunca había recorrido, con suerte no sería muy entretenida y llegaríamos más pronto que rodeando hasta el crucero, y aunque las brechas son más lentas, un camino directo Arandas-San Julián son como 40Km menos.

Y sí, así parecía, una como brecha entrando por Manuel Martínez Valadéz, aunque se veía como mocha me animé porque el mapa ya tiene como 10 años conmigo, y desde entonces algunos caminos que están marcados como brechas, ya están pavimentados.

El camino comenzó casi normal, lo único que recuerdo como raro, fue el comentario de mi mujer, que me dijo que ya estaba oscureciendo, y aunque tenía razón, acabé convenciéndome que aquello que se veía como oscuro eran más bien nubes de las primeras lluvias de la temporada.

-Ojala no nos agarre el agua, porque ni siquiera conozco el camino -pensé-.

Después de unos 6 Km. de pavimento, sí, comenzó una parte de brecha descuidada; yo había conocido ése camino nada más hasta la fábrica de tequila El Charro, y un poco más adelante, según el mapa fue donde nos tocaba desviarnos. Poco a poco se fueron acabando los paisajes azulados con rojo de los campos de agave sobre la tierra colorada. Seguimos entre una especie de bosquecitos de roble, que también desaparecieron casi al momento de que tomamos la desviación. Ya con un suelo más estéril, a ratos tepetatozo y a ratos de barro gris con huisaches y nopales.

Haciendo cuentas con el tiempo, nos íbamos a tardar como 10 Min. más que si hubiéramos tomado el camino normal; pero, al menos los niños tendrían con que distraerse en el camino, que no era tan aburrido como andar sobre pura carretera.

Comenzó de nuevo el pavimento, y como corre a un niño al que dejan salir de un cuarto donde platican los adultos, así me dio por un momento la necesidad de acelerar un poco, para desempolvar el carro, para desentullir los pies, o para que circulara un poco de aire fresco adentro de la caseta; con el pretexto que haya sido, un minuto más tarde de iniciar el pavimento, ya íbamos a 110 Km. por hora.

Y comenzó a entrar el aire con olor a tierra mojada, se veían correr los riachuelos que se forman a los lados de la carretera, la lluvia acababa de visitar ése lugar a lo mas hacía 15 min., mas o menos lo que llevábamos de camino. Ya comenzaba a envolvernos esa oscuridad, que al principio creí que era por lo nublado, pero; ahora que lo pienso, parecía mas, como si hubiéramos entrado a un pedazo de noche, que por accidente se quedó atorado en la víspera. Porque fueron segundos después de la curva en lo que ya estábamos con ella envueltos.

Torcí el volante de repente, al tiempo que mi mujer daba un grito de susto. Solo alcancé a ver un bulto tirado en el piso después de haber entrado a la pendiente. – ¿Lo atropellaste? -Me preguntó. –No, pero creo que le pisé la mano.

Bajé la velocidad lo más pronto que pude, pero sin arriesgar a derrapar. Jalé el botón de los faros, pero no encendieron. –Bonita hora para quemarse un fusible –pensé-. Encendí entonces las luces preventivas. Ahora que lo pienso, ya no sé si encendieron, o eran los destellos de los relámpagos con lo que lograba ver. Por el otro carril, se veían otros bultos, cosas regadas por la carretera, y un carrito volteado, de esos que hacen con llantas de bicicleta, como los que usan para vender guasanas o papas fritas. Tal vez eran de algún ranchito de por ahí. Necesitaba revisar el mapa.

Más abajo cerca de un arroyo iba otro vehiculo, parecía un camión de volteo y se estaba saliendo del camino. –Pobre amigo, en la que se metió. –Dije para mis adentros-. Me hubiera salido detrás de donde él; si mi carro fuera mas alto. Además era muy fácil que ahí me quedara atascado. Al irlo pasando oí que algo nos gritaba, saqué la mano y le hice señas para que supiera que sí me iba a detener a ayudar, tuve que llegar hasta la parte alta para encontrar donde salirme sin peligro, parecía que había unas casas, me bajé del carro y les dije que me esperaran, alcancé a oír el ruido del volteo acelerando, ahora iba de regreso, además iba por el carril donde yo había visto los cuerpos, debió haber pisado a mas de alguno, pero, no se escuchaba ningún grito, ningún quejido, ningún lamento, solo una especie de vacío de fondo al sonido del volteo. Mi mujer me rogó que no me tardara; que se estaba poniendo nerviosa. Agradecí en silencio haber quedado lejos de aquella cosa; era un espectáculo que no necesitaban ver los niños, que por suerte se habían quedado dormidos. Subí a la parte más elevada para que no fallara la señal; traté de marcar.

– ¿Y ahora que?-

La luz del celular tampoco encendió, eso ya me había pasado una vez; uno de los niños, cuando lo agarran para jugar, lo había puesto en modo ahorrador de energía, lo bueno es que no iba a marcar un número difícil, el número de emergencias de Arandas es el 066.

Alguien iba pasando y le pedí que no se fuera, no sabía si iba a poder enlazar la llamada o que datos me iban a pedir con los que me pudiera ayudar, además; cuando hay más gente para una cosa así, como que se disuelven los nervios entre todos.

Tal vez me equivoqué con alguna tecla, porque la primera vez que me acerqué el teléfono al oído no se escuchó nada; la segunda vez estuvo normal. El teléfono sonó dos o tres veces. –Buenas tardes… y luego ese sonido de cuando se termina la llamada.

Me concentré para explicarle las cosas lo más pronto y claramente posible: Los cuerpos, el volteo, tratar de que entendiera que no había podido ver casi nada por lo rápido de todo y por lo lejos que ahora me encontraba. – ¿Cómo se llama aquí? –Pregunté a mi vez a la persona que poco antes había detenido. Nadie, miré hacia todos lados. Sin emitir ningún sonido, ésta persona se había desaparecido. Al tiempo que trataba de entender hacia donde se había ido. Intenté la llamada nuevamente. -A ver, dimos vuelta a la izquierda, como 5 km. hacia acá-… entonces; al pié de la carretera pude ver un letrero, bajé y leí, -Matatitlán, parece que aquí se llama Matatitlán-. La llamada se había cortado, definitivamente no había señal.

Regresé a donde había hecho la llamada y volví a marcar, asterisco y ok para desbloquear, el botón verde dos veces para repetir la última llamada. Al otro lado comenzó a sonar una, dos veces. –Emergencias ¿En que puedo ayudarle? Silencio nuevamente. Remarqué varias veces; pero, ahora no pasaba nada. Parecía que me había quedado sin batería. Cuando los astros se alinean todo puede salir bien, o todo puede salir mal. Esta vez estaba saliendo todo mal. Traté de pensar ahora que hacer, alcancé a distinguir lo que parecían ser dos casas, pero parecían de adobe, viejas, como abandonadas.

Los atropellados, la oscuridad, el silencio, la única luz era la que daban los relámpagos lejanos, el aire húmedo y frío de recién llovido, la persona que me ignoró sin importarle mi cara de preocupación, y ahora; estas imágenes de pueblo fantasma. Comencé a sentir escalofríos.

Regresé al carro, si yo me estaba poniendo nervioso no quería imaginarme lo que estaban pasando ellos.

-¿Que pasó? –Preguntó mi mujer.

–Pues no hay señal–. Respondí.

–No, allá.

–Pues parece que el volteo los atropelló, además cuando se regresó parece que volvió a pisar a alguno de ellos; ha de haberse vuelto loco.

– ¿Entendiste lo que nos dijo cuando pasamos?

–No, aunque; me pareció asustado.

-Y ¿Qué vamos a hacer?

-Pues tenemos que conseguir ayuda, pero; aquí no hay señal, y tampoco parece haber gente.

-Pensé que estaba alguien contigo.

- ¿Tu también lo viste? Pensé que me lo había imaginado. Una vez lo vi, y; a la siguiente, ya no estaba.

-Mejor vámonos, me estoy poniendo nerviosa; además aquí no podemos hacer nada. Hay que regresarnos, y si no agarras señal, a lo mejor nos encontramos a alguien.

Antes de encender el carro traté de poner atención a algún sonido que nos indicara algo, gente, tráfico, máquinas. Es increíble cómo se vuelve asfixiante el no escuchar nada, se me vino a la memoria el sonido que escuchaba cuando de niño, metía la cabeza a una cubeta vacía.

Con el desconcierto de tantas cosas raras al mismo tiempo, tomé el camino de regreso, despacio para no empeorar las cosas, para ver mejor y ver si ya no había nada que pudiéramos hacer por alguien, y, para satisfacer al morbo, que nunca falta; por muy tenebrosas que encuentre uno las imágenes.

Comencé distinguiendo la escena, eran tres cuerpos: El primero con el que nos íbamos a encontrar, parecía boca arriba, aunque un poco deforme, unos metros más arriba la carreta volteada, y aún más allá el cuerpo al que yo había pisado una mano, y junto a él otro que parecía como alguien agachado.

Siendo los relámpagos la única luz que nos guiaba, la escena parecía iluminada con estrobos de muy baja frecuencia. Como si estuviéramos viendo una proyección de diapositivas que se iluminaban de repente en una sala de cine sin más espectadores que mi esposa y yo, ya que; aunque en ese momento no lo había notado, los niños, a todo esto, no se habían despertado.

Pasamos el primero de los cuerpos y sólo pude notar que no podía tener vida, parecía partido por la mitad por las llantas del camión, y el agua que todavía rodaba por la carretera, cambiaba a un tono más oscuro al salir del otro lado del cuerpo, no le puse más atención porque no era de mis imágenes favoritas. Pasamos el resto del desastre un poco más rápido y en silencio, no sé que tanto alcanzó a ver ella, pero; ninguno de los dos comentó nada.

Al llegar a la cima me orillé nuevamente, ésta vez, quedamos mucho más cerca de la macabra escena, envolví un par de piedras en bolsas de plástico blancas que traía en el carro y las puse en la carretera a modo de señal preventiva. Volví al carro para seguir en nuestro camino para buscar ayuda, antes de subir al auto eché una última mirada hacia el accidente, agucé la vista ante algo que terminó con lo que me quedaba de tranquilidad; el que estaba al lado del que habíamos atropellado, ya no estaba. No me dio ni tentación de investigar mejor, al entrar al carro pensaba si contarle lo que vi a mi mujer, que me miraba con los ojos más grandes que le hubiera conocido, lo que le alcancé a entender fue: -¡Nos estaba mirando, cuando pasamos, nos estaba mirando!

Recuerdo ese frío que recorre las piernas y entume todos los dedos, el tiempo nunca corre tan lento como cuando uno trata de desaparecerse de un sitio. Los pensamientos que se me venían a la cabeza en los momentos que tratábamos de alejarnos no son algo digno de presumir. Ahí iba yo, el que nunca había creído en espantos, el que se burlaba de las historias de fantasmas brujas y aparecidos. Yo, el de las explicaciones lógicas ahora sin poder articular razones ni palabras que me regresaran al mundo real que yo comprendía.

Con el revoloteo de mis neuronas perdí la noción de a dónde íbamos, y a que horas se compuso el paisaje, recuerdo que noté raro el carro, y aunque ya no había ninguna razón, tuve que pensarlo dos veces antes de decidir detenernos para revisarlo.

Tuve que cambiar una llanta, momento que nos sirvió para platicar y tratar de armar el rompecabezas de lo que habíamos visto, tratábamos de encontrar cómo asegurarnos a una realidad escurridiza y resbalosa con cualquier tipo de explicación que sonara creíble. Y es que no teníamos ninguna prueba, la llanta ni el carro tenían alguna huella de sangre de aquel desgraciado recientemente manco, las luces sí funcionaban y mi teléfono marcaba media batería, aunque sin señal aún.

Tuve ganas de demandar a mis oídos, cuando una voz me hizo saltar del susto, y es que no oí a nadie acercarse.

-¿Dicen que un accidente?

Parece que un ranchero de por ahí, a falta de algo más entretenido: nos había estado escuchando, o tal vez lo despertamos de su siesta vespertina de debajo de un roble.

Hice grandes esfuerzos para que sonara real lo que le estaba contando, y me solté a hablar con una esperanza que no me había abandonado desde hacía unos minutos: “Una explicación lógica por el amor de Dios.”

-El loco de la colina- Fue lo que dijo, y no tenía nada que ver con los Beatles.

-Así le dicen, mire: hace como cinco años los atropellaron a él y a sus papás, el tendría unos doce años entonces, pero era un chavalo normal. Parece que agarró aire por el accidente, porque ya no está bien, y como sus papás sí se murieron, lo estaban cuidando unos tíos que viven en Lagos de Moreno. Ya se les había escapado una vez, pero cuando supieron que andaba por acá se lo volvieron a llevar, y dicen que le da por hacer monos de barro o arena, así como usted me cuenta, como para recordar a sus papás, y los acomoda así, como quedaron en el accidente.-

Ya, poco a poco se me estaban decantando los pensamientos, era tranquilizante saber que no le había hecho mal a nadie. Estaba ya buscando el modo de cortar la plática para despedirme y seguir la jornada cundo el hombre continuó: -Pero ese camino que usted dice: pos no. Está el rancho, y el arroyo, pero ni carretera, ni camino. El rancho está enjaretado entre barrancas y no hay modo que entren carros, menos el de usted, es cierto que los atropellaron, pero fue cerca de Lagos, un borracho en las fiestas de agosto, y es que se iban en esos días a hacer su vendimia, ya ve, pos hay que buscarle para acompletar pa’los avíos.

Agradecí al señor su plática, me despedí, -vamos a seguirle- le dije. Y me disculpé porque seguramente por algo me había confundido.

Ese día comimos en la “taquería Arandas”. O más bien: los niños comieron, mi esposa y yo nos alimentamos ese día con un agua de horchata.

Texto agregado el 23-08-2008, y leído por 244 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-09-2008 Buen relato uisart...salpicado de palabras que deben ser de uso común en México. 5* sugonall
 
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