Felipe era un hombre humilde, que trabajaba en su pequeña herrería.
En el pueblo era marginado por su situación social.
Cansado de los desprecios, un día confió a su amigo, Pedro, con la condición de que guardara muy bien su secreto, que había heredado una gran fortuna, que seguía con la herrería porque le gustaba el trabajo, y que nadie debía enterarse de su herencia, puesto que todos recurrirían a él por su dinero.
Pedro, esa misma noche, se lo comentó a su esposa, pidiéndole, antes, discreción.
En pocos días, todo el pueblo lo sabía, pero nadie decía nada porque era un secreto.
Felipe comenzó a ser invitado a las fiestas del pueblo, pero se negaba a concurrir. Finalmente, por pedido de un grupo representativo y del propio Alcalde, comenzó a participar de las distintas reuniones.
El trato que le daban, distaba mucho del que recibía el humilde herrero.
Más tarde, fue elegido para integrar el Consejo del pueblo.
El banco le dio un préstamo para modernizar su taller, sin pedirle garantías. Cada vez tenía más trabajo y, como llevaba una vida sencilla, llegó a ser una persona adinerada.
El tiempo lo hizo tan importante, que se convirtió en Alcalde.
Un día, en una conversación entre amigos, con las personalidades más importantes del pueblo, uno de ellos se animó y le confesó:
- Debo ser sincero con vos, todos conocemos tu secreto, sabemos de la fortuna que heredaste.
- En honor a tu sinceridad, les diré la verdad. Nunca existió dicha fortuna.
|