En ese momento Marcos, al mirar al elegante insecto contra el piso de cemento, algo vio en él que lo llevó a comprender el sinsentido de la condición humana, escencia que se le antojaba cuasi teológica, por lo que simplemente la desechó. Pese a sus cortos 10 años vio las cosas con una claridad incontrastable con el resto de su vida. Comprendió dónde estaba, nada más que un eterno devenir, inpermanente, y se comprendió a si mismo con una inocencia que iba más allá de toda moral. Ese insecto era un creador.
Que es la última transformación del espíritu.
El sonido de su canto se expandió en la noche.