Me agrada caminar, obstinado a mi extraño juicio sigo un camino sin rumbo, miro placidamente la gente deambular de un lado a otro, con sus rostros fríos, apáticos, indiferentes, insulsos de sentir la tenue frescura de la nada, corren exasperados, con la aprensión de su rostro reflejan su incertidumbre, con horror ven el futuro y con sobresalto descubren el presente, el pasado los lastima, las heridas ya son parte de la piel, la sangre la costumbre y padecer es comprender. Pero siguen caminando, caminan bajo la presión de una sociedad, la moral que los tortura, la vergüenza que los reprime, el prejuicio que los define. Creen en su libertad y la observan con el manto negro que cubre sus ojos, extraña voluntad que los habita insegura y predecible, no rompen normas porque les aterra ser distintos, siguen la misma senda, de la misma industria y del mismo destino, la fábrica humana los toma los elabora, los vende y elimina, son un producto de mercado, números y códigos.
Los observo cansado, triste, apesadumbrado por el peso de sus culpas, la experiencia y la vejez sólo se han encargado de acumular su cansancio, su pena, su rabia, y las injusticias de esta vida han puesto el sello de un destino.
Destino inconsecuente, destino mentiroso, libertad con leyes, juicio inconsciente, razón extraviada que no me encuentra y no encuentra a mi martirizada libertad, en el abismo de las falacias trato de crear mi mundo donde pueda caminar en el verdadero universo de diversidad, para poder golpear a la moral sin sentido, condenar a la vergüenza y la culpa por el hecho de existir, para disfrutar de mi simple libertad y vagar con mi mente desnuda, con el sólo fin que este mundo vuelva a fascinarme.