Cansado y agotado, sus manos partidas. Nunca nadie le regaló nada. Víctima de una rara enfermedad fue discriminado, condenado a vivir en soledad.
Solía madrugar para buscarse la vida. Recogía lo que podía, comía de lo que tiraban. Nunca le dieron una oportunidad, nunca recibió ayuda. Así, se le fue la vida. En sus últimos días, conciente de aquello, se esmeró en recordar lo que había sido tener una familia, sentirse abrazado, querido. Esto le devolvió las fuerzas, decidió mirar su cara en el río y nuevamente sonreír, pensó que quizás lo suyo no había sido tan malo, que hay a quienes les tocan cosas peores. Sintió algo que ya casi no recordaba, era algo que le devolvía las fuerzas y le iluminaba la mirada, miró al cielo y lo recordó:
- Felicidad-Dijo.
Durante días anduvo feliz de la vida, feliz de sentir eso, feliz de estar vivo.
Pero la naturaleza es así.
Días después fue encontrado muerto bajo el árbol donde solía dormir, estaba sentado, con la mirada fija al cielo, parecía que el sol trataba de devolverle la brillantez a sus ojos, ahora opacos. En su cara había una expresión que delataba que aquel hombre solitario, a quien nadie quiso, al menos había muerto feliz.
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