Su mundo era particular. Su vida también lo era. Como cada ser del universo, vivía una rutina; pero a diferencia de ellos, ella convivía con millares de hermanas y lo hacía en el mismo hogar, a todo momento.
La particularidad de su existencia la incomodaba. Todo esto, desde que cierto día, despertó de su encantamiento. Comenzó a preguntarse ciertas cosas. Pero el problema no estaba en sus preguntas, sino en las respuestas. Absolutamente nadie respondía alguna de sus preguntas. Lo único que decían era: “De esas cosas no se habla, olvídalo”; “Esos temas son sagrados en nuestra raza”; “Que nadie te escuche hablar de eso” y la ultima respuesta, la mas la molesto fue: “Definitivamente, estas loca”.
No terminaba de entender lo que estaba pasando. Era increíble que nadie se preguntara lo mismo. Todas tenían derecho a conocer detalles a su existencia, pero nadie se preocupaba por saberlo.
En su inmenso y celeste hogar, ya todas comentaban sobre ella. Las conservadoras la criticaban, otras simplemente la ignoraban. Sobresalir en su mundo era imposible, por que todas eran iguales; Pero como toda regla tiene su excepción, ella ya tenía hasta un apodo: “La que colmó”.
Colmó de preguntar a todos la misma cosa, todos lo días. Esto del apodo era muy raro, por que ellas no asumían nombres diversos, se conocían simplemente como “gotas”.
La vida de las gotas de agua era larga. En la mayoría de las veces cumplían un ciclo. Todo comenzaba en las nubes. Cuando se condensaban, sentían una fuerza que las estiraba hacia abajo y caían sin control, ni dirección. Solían acumularse así en lagos, ríos, mares, o simplemente en charcos. Con el pasar de los días se calentaban y se evaporaban. Este último cambio, las llevaba de nuevo a las nubes, volviendo así a su hogar, para repetir el mismo proceso.
Lo agotador de esa rutina, fue lo que llevó a “la que colmó” a crear un juicio crítico sobre su existencia, a preguntarse: “¿De donde provengo?”, “¿Cuántos años tengo?”, “¿Morimos?”. Lo extraño era que absolutamente nadie respondía a sus preguntas, no tocaban el tema. “Parecen zombis que viven por que el aire era gratis” solía pensar, a pesar de saber que las gotas no respiran.
Como “la que colmo” no era una gota conformista, se propuso a resolver este misterio. No seria tarea fácil, estaba rompiendo la tradición de millones y millones de ancestrales.
Durante todo su periodo de condensación pensó la forma de resolver el misterio. Todo debía estar fríamente calculado, porque no quería morir en el intento. Debía averiguar las respuestas a sus preguntas, y luego volver a alguna acumulación de agua para poder ser evaporada nuevamente.
Cierta noche, todavía ordenando sus ideas, sintió que una fuerza, parecida a la que un imán ejerce sobre un metal, la estiraba con gran magnitud hacia abajo. El pánico penetró en sus moléculas. Aún no se encontraba totalmente segura de su plan. Pero no era momento de dudas. Tenía que decidirse. Resolver el gran misterio de su vida o seguir su interminable rutina.
La gravedad que estiraba a la gota no ceso. Salio de la nube y comenzó a caer. Aprovecho una ráfaga de viento para impulsar su pequeño “cuerpo” hacia cierto árbol, el cual, desde la altura en la que se encontraba, parecía un punto verde. No era lo que planeó, pero ya no pudo volver atras.
La velocidad que alcanzan las gotas cuando caen es tremenda. La ayuda que había tomado con esa ráfaga, no fue de las mejores. La descolocó del albo. A cada metro que disminuía con relación al suelo, el árbol se alejaba más. Lo que tenía debajo en esos momentos, era el patio de una casa, donde había una mujer de rodillas mirando al cielo.
Le parecía raro, porque la mujer miraba al cielo oscuro. Tenía una expresión triste, movía con fuerzas los brazos y los labios, articulaba palabras que no alcanzaba a oír No pudo evitarlo. Golpeó con fuerzas la cabeza de la misma. Su liquida molécula resbalaba por negros cabellos.
Trataba de entender la situación. La mujer había entrado a su casa y miraba una especie de aparato luminoso. Donde aparecían personas. Una hablando y otras tiradas en el suelo.
El hombre que hablaba señalaba a las tiradas. Decía habían tratado de salvar a un niño que se había perdido en el desierto, pero en el intento, también se habían perdido, quedando varios días en el árido lugar sin una gota de agua. Lo que les había llevado a la muerte.
“Lugar árido, sin una gota de agua” pensaba “la que colmo”. Su cuerpo comenzó a temblar levemente, era una sensación rara. Nunca la había sentido. Después de unos segundos cesó. La gota trataba de aferrarse por los negros cabellos para no resbalar.
La mujer en ese momento caminaba hacia una habitación. Tenía en la mano un papel, en el que estaba su imagen y la del hombre que había aparecido en esa pantalla luminosa tirado en el suelo. Ella se lamentaba amargamente, miraba el papel y se lamentaba aún más. Cuando hubo llegado, se acerco a un vidrio raro que reflejaba su imagen, la gota también alcanzaba a ver su reflejo.
La gota quedo sorprendida al mirar a la mujer. Su cara demostraba mucha tristeza, sus facciones estaban húmedas. ¿Será por la lluvia? se pregunto. Pero en ese mismo instante la respuesta surgió. De los ojos de la mujer, ¡brotaba ella misma!, brotaban sus hermanas. Eran gotas pero no exactamente iguales ella, sino que estas brillaban más. Eran transparentes pero cargadas de una tristeza que hasta se podía sentir en el ambiente. Su cuerpo volvió a temblar pero esta vez no cesó.
No dejaba de temblar, sentía como sus moléculas se movían. Toda esa situación la había entristecido mucho también. Y como un haz de luz el conocimiento divino la colmó.
Como si un candado hubiera sido abierto, una ola de información, prohibida para su raza, la invadió. Comprendió por que la mujer estaba en el patio, que el hombre de la televisión estaba muerto por no haber tomando una gota de agua, dedujo que eran pareja, que hay lugares del mundo donde ella no cae, que hay personas que mueren de sed, y muchos otros conocimientos.
Las respuestas caían como bombas, entendía por que las gotas no piensan, por que solo viven su rutina. Entendió el secreto que guardaban sus ancestrales.
Sus moléculas no paraban de moverse. No dejaba de temblar. Sintió una inmensa tristeza, ya no podía sostenerse de los negros cabellos. Volvió a observar la imagen de la mujer, de sus ojos caían más lagrimas. “Así se llaman mis hermanas tristes, ahora lo sé” pensó.
Comenzó a ver una rara transparencia en su “cuerpo”. Sus moléculas temblaban violentamente. Ya no pudo sostenerse y cayó.
La caída parecía eterna, veía como sus tristes hermanas caían también. Trato de esbozar una leve sonrisa por que lo entendió todo. Su cuerpo ahora tenía el mismo brillo extraño que haba observado antes en las gotas que brotaban por los ojos.
“La que colmo” se había llenado de tristeza, había dejado de ser una gota de lluvia, para convertirse en una gota triste, una lágrima. Pero había conseguido sus respuestas, estaba satisfecha.
Como todas las lágrimas, se secó. Pero dejó de ser la que colmó para ser la que entendió. Paso a la historia.
|