Cuando los cañones suenen.
Cuando un sentimiento de libertad se apodera del corazón de los hombres y éste se combina con el amor a la patria, no existe fuerza, ni adversidad que detenga el impulso de estos hombres.
Nadie, absolutamente nadie debiera intentar cruzarse le en el camino a estos iconos de la libertad, salvo que deseen ser aplastado sin contemplación por la dignidad, el arrojo y el valor.
Estos sentimientos se habían escudado en el corazón de Antonio Jiménez y su hijo Pablo desde hacía un mes, cuando el traidor de Santana anexionó la isla a la madre patria.
- Pablo, hijo, levántate, que me parece que hoy es la señal. Ayer Juan vino por aquí y me dijo que cuando escucháramos los cañones, esa era la señal.
- Pa… yo estoy listo desde temprano, no he podido dormir. Anoche retoqué los machetes como me dijiste.
Si que los había retocado, los filos relucían como si fueran rizos de Apolo mientras se desplaza en su carruaje de fuego.
- Entonces, todo está listo, solamente tenemos que esperar a que suenen los cañones.
- Pa… y el conuco ¿quién lo va a cuidar?
- No te preocupe, ya hablé con Secundino.
Como él no puede ir a pelear contra los españolitos por el parto de su esposa, nosotros pelearemos por él, y él nos cuida el conuco.
- ¡Y si nos matan!
- No nos preocuparemos más por cuidarlo.
Se hizo un silencio sepulcral en el bohío mientras cortaba una porción de tabaco de su consumo para macarlo, se la pasó a su hijo y cortó otra para él.
No volvieron a dirigirse palabras, Antonio pensaba en las cicatrices que llevaba en cima de cuando peleó contra los haitianos. Y Pablo pensaba en el puerco cimarrón que lo tuvo al matar hace dos días. Eran dos espartanos que se sacrificarían como Leónidas en las Termópilas, por la libertad.
Se escuchó un sonido que los hizo salir de su ensimismamiento, se pararon, se ataron los machetes a la cintura y se dirigieron hacia donde está el valor, la gloria y la inmortalidad.
Sandy Valerio. 19-08-08
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