De pronto, un fuerte olor, que de seguro proviene de un aire acondicionado, copó el ambiente dejando una desagradable sensación en los cuerpos de los que allí estabamos presentes.
Hubo entrado como un polizón un indijente sin pedir permiso, eso sí, impregnando la atmofera de esos gases típicos que emanan producto de tanto avandono.
Además la noticia de que calló un avión en barajas dejó a los usuarios mudos. Pareciamos estar en el velatorio de un perro muerto hace varios días en un cementerio plagado de flores silvestres.
Después informaron que había un niño perdido y largaron otro chorro de ese desodorante no apto para la vida.
Para ser más precisos tendríamos que hablar de que esto sucedio en un sector del aeroparque; pero a los pocos minutos comenzamos a tener las primeros síntomas de mutación de la salud.
Como a la media hora, yo miraba a lo lejos con la mirada perdida, por sobre la cinta de plástico del vallado; por adonde más tarde entraron las ambulancias hasta estacionar de cola en la galería.
Las demás personas, aún por sobre las cuestiones de obvias diferencias entre las razas, se veían rosagantes, en cambio los damnificados estabamos hechos muñecos.
En un momento, tal vez para levantarnos un tanto la moral desecha, dijeron prometiendo, que mañana nos otorgaran una indemnisación para cada uno, entonces por vez primera hechamos alunisonos a reír a carcajadas.