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Inicio / Cuenteros Locales / akenaton18 / \"Verano o el erotismo de la brisa\"

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Verano





La brisa que circulaba con insinuación de sopor por la habitación de Circe, era la culpable directa de que su piel lisa de durazno, tuviera un brillo deslumbrante, que, junto con ese sudor, incansablemente escurría de sus poros. Acostada, con la mirada perdida en ese ventilador que giraba monótono en el techo de su habitación, atónita del ruido que desprendía ese chillido que dejaba el accionar de su motor, como un pretexto vil para no pensar en nada. Es que aún, además, no podía creer que estuviera allí, con una bolsa enorme tirada en el sofá atiborrada de vestidos, ropa y “cosas” que ni el año cósmico de los chinos con sus 200 años alcanzaría a verlos puestos, sola en ese deliciosa clima, que humedecía la piel en el día y oscurecía el sopor por las noches; pues la decisión que había tomado, era lo más difícil de la aventura que, al final de su vida, le daría la mejor soltura a sus piernas y brazos, jamás imaginada, en esa cama ancha. Estaba cansada, y se sentía con mucha suerte, y aunque la compra había sido exitosa, lo que más le emocionaba era haber encontrado esa posada tan lejana del estruendo de la ciudad pero lo suficientemente cercana para no estar aislada; la comida era exquisita; nunca se preocupo, en lo absoluto, por cocinar en casa, pero ahora la sola idea de que alguien le serviría el desayuno y todas las demás comidas, le confirmaba ese aire de libertad que sentía tan luego de haber bajado del avión. La joven que atendía el modesto y confortable lugar de huéspedes era muy amable con ella; y aunque Circe no había dado detalle alguno sobre el motivo de ese time back que la hacía dejar su hogar a lo lejos, esta mujer esbelta que ahora le daba la habitación, le entendía al pie de la letra; lo que ambas no sabían era que mucho ayudaba que eran mujeres con situaciones parecidas, con maridos que con el paso de los años, habían dejado de querer, paradójicamente no por la panza, que no obstante descuidaban a diario, sino por esa falta de chispa que carcomía la vida con la monotonía irreversiblemente.

Ya en la habitación, ella podía sentirse segura de andar tan fresca, sin ropa interior de la cama al balcón, del balcón al mecedor, y de su sofá-cama que era bien amplia, sus paredes que amontaban mucha luz, lo que la hacía tener un aspecto blanco todos los días, con una cama con la misma blancura, pero con más aroma bello, tan bello como el aroma que desprendían esas almohadas finas que servían de descanso a sus níveas mejillas en las noches. Sólo un vestido claro, con los adornos suficientes, cubría su desnudez, que de vez en vez miraba, al dejar la puerta abierta del baño para reflejarse en ese bello espejo con marco color carmín. Esa misma comodidad le hacía optar por andar descalza todo el tiempo, pues el piso no era nada brusco con sus pies finos y breves, que proporcionaba la textura suficiente como para poder andar a brincos sin lastimarse. Ahora no sabía que hacer con tanto tiempo libre, había hecho lo deseado por una mujer de su edad, hasta brincar en la cama la primera noche; a esas horas de la tarde parecería absurdo repetirlo pero… las cosas son tan inesperadas que ahora esa idea la enloquecía y pronto, se encontraba brincando en la cama, de nuevo, y con cada salto además de la soltura de sus pechos su cabello volaba como gaviota en la costa. Bruscamente se detuvo, oyó un ruido, no, una voz, de varón, que se mezclaba con la de la mujer del albergue. Sigilosa, corrió descalza a abrir la puerta y acercarse, para enterarse, así sea un poco, de lo que se trataba. Ella no tenía pensado estar con hombres, o hacer el amor con cualquiera, le parecía mala idea estar ahí sólo por una noche de locura; sin embargo la voz gallarda del hombre le impresiono un poco, no por la tonalidad, que empero era áspera y muy amable, educada, sino también por el porte blanco que le hacía tener bien puesta su hombría, y que ella miro con buena precisión al acercarse cuidadosamente.

-Es el 207- dijo la mujer del hotel- es temporada baja y no tengo muchos inquilinos. Mañana sale la pareja de suizos que tenía desde hace una semana; ahora solamente me queda…

Ella no quiso advertirle de la presencia de Circe, pues ella un poco también, por qué no, luego de 3 años de separada, se sentía atraída por ese hombre alto que decía venir de Europa a bucear por los mares de ese lugar, que mucha fama tenía.

-… ¿Qué? ¿Quién?- repuso asombrado, el hombre que no tenía más de 40 años en los hombros- ¿Iba a decir algo más?

- No, decía que sólo falta decirle que habitación le daré- repuso con mucha calma.

Ella iba enfrente, subiendo las escaleras, hablando generalidades del lugar. Él en cambio poco caso hacía, sabía del lugar todo lo que esa mujer ahora le recordaba, miraba los adornos de la casa, una casa abierta, sencilla y toda de blanco. No espero a que la vieran ambos, Circe cerró su habitación con la velocidad de fax, con una fuerza que no midió y que hizo que el sonido fuera todo, menos discreto. Él viro, lo hizo con una fuerza de sorpresa. Se puso alerta. No, no es nada, dijo la dueña. Me había dicho que no había nadie, le reclamo a ella. Cierto, pero son los que ya se van.

Circe, después de alejar el peligro, se apaciguo, mirándose al espejo, pensó: “es guapísimo”. Aunque no era exacta la sentencia, porque la atraía algo más que su apariencia, era quizá esa calma a la hora de caminar y que lo hacía proyectarlo, esa ropa discreta que no opacaba la buena figura que ella rápidamente noto, era su voz acaso, que se esparcía como incitación a ser embriagada por adulaciones alucinantes y cosas exóticas e interesantes; o quizás ese recuerdo que le vino a la cabeza cuando aludió a su entrepierna que miro por más de 4 segundos, cuando éste se disponía a subir por las pequeñas escaleras. No lo sabía. Se sonrió, ese espejo le quedo como marco perfecto para esa hermosa sonrisa de Alcíone. Abrió la ducha y con ella el agua tibia comenzó a caer sobre ese azulejo que era como perla a sus pies. Se ordeno bañarse. En realidad no había ningún motivo puntual. Previamente, agarró la silla, la acerco a donde la televisión, en ella se sirvió para acercarse y ponerla encendida, eligió un canal, buscó música, justamente la ajustó en el canal que programaba canciones que ella canturreaba en las mañanas antes de salir del trabajo. Se deshizo de los listones que sostenían su vestido ligero y lechoso. Camino, sintió el agua por sus pies y no dudo en sumergirse en esa pequeña cascada. Se soltó el cabello, se empapo. Cantaba inconscientemente, porque lo que ahora no podría salir de su mente eran esas manos de aquel hombre que sujetaba el barandal al subir. Cerraba los ojos pero sin ganas de dejar de cantar. La música era el ambiente idóneo, pues al ir por una limpieza fina, sus manos recorrían su cuerpo, que el espejo al principio reproducía fielmente, pero que ahora empañado, sólo dibujaba en una silueta lejana. Ella comenzó a fantasear.

Miro la puerta abierta, como rehaciendo escenas. Lo imaginaba entrar. Con su cabello húmedo, largo, escurriendo de sal del mar. Con ese traje de buzo que le adivino cargar en su maleta. Aquel traje que veía oscuro y que ahora solamente le cubría de la cintura hacia abajo, lo demás estaba desnudo, con aspecto mineral, con un pectoral que era respetable, sus manos nervudas, hacían armonía con esa figura perfecta de músculos de iba de sus hombros a su bíceps. Ya casi había olvidado que había hombres de “verdad” con un abdomen plano. Pero no fue eso lo que le había excitado, aunque era perfecto, no era eso. La disculpa, era seguir esa gota salada de mar que se le escurría por su cabello largo y castaño, hacia su demás cuerpo. Goteaba el agua en su cuerpo que era semejante a una escultura neoclásica de una fuente italiana. No tenía una erección firme, pero con esa ropa ajustadísima, pudo notar como su pene iba agrandándose (¿o así era siempre?) como caía con su peso a la gravedad, como se le dibujaba, y muy atrás unas esferas se dejaban notar. Era como una serpiente que guardaba reposo, con una cabeza bien definida, gruesa, con ganas de matar, con ganas de amenizar y responder cualquier tacto. De paso los muslos que eran perfectos para soportar un peso como el de ella, imaginando que podrían sostener una penetración, fácilmente, de pie. También estaba descalzo, caminó despacio, con una sonrisa como estandarte, su sonrisa a ella la contagio. Era nervios quizás de sentirse sorprendida, desnuda, con el sexo exhibiéndose de ella, que era bien definido, sin vellos que lo ocultaran a la vista, pues comprobó que era tan bello que fue lo que él primero pudo mirar al tenerla de frente, entre nubes de vapor. Inicialmente recorrió con un dedo el cuerpo de ella, al momento, ipso facto, ella se inmovilizo, sólo alcanzo a cerrar los ojos. –Shhh… el viento no dice nada, pero no hay que confiarnos, no hay que darle motivos, calla, siente- le susurro al oído, como cantándole.

No reparo en que los pezones de ella se hallaban bien erectos, que su piel de todo su cuerpo además, estaba por las mismas condiciones. Daba por hecho que él lo besaría. Somos tan simultáneos, le dijo, que ahora estamos hipnotizados, en el mismo tiempo y, lo más importante, en la misma dimensión. Su voz retumbaba por todo el cuarto de baño. Y ese dedo índice que al principio sólo se paseaba por el cuello logró inexorablemente llegar por atrás de las nalgas de ella, fingía que era un gourmet, que su dedo era el inquisidor del paladar, que probaría los manjares, con finura y prestancia, se sumergía por los lugares más recónditos de su piel. Las nalgas se abrían pasivas a su paso, no se demoro mucho en el comienzo de su ano, no así en sus muslos, debajo de las piernas, a donde la saliva hallaba su punto más lejano, pero no por eso dejaba de estar humedecido el sitio. El índice comenzó a temblar, como tocando sonatinas de piano, de lira. Con un paso lento, llego al monte Venus, que húmedo, lubricado, dejaba circular a quien se atreviera a jugar a rasparse tiernamente. No tenía tiempo de sorprenderse, pues ella en ese momento advirtió que su dedo se hallaba en una situación semejante, pero en la humedad de su boca de aquel desconocido, de su aliento fresco. Al principio era difícil que él llevará el ritmo de su índice por los lumbrales de su sexo y la mano de ella; pero con el tiempo esto se había facilitado, pues ella ahora tomaba con relativa independencia su exploración excitante por el cuerpo de aquel hombre de cuerpo olímpico. Con paso mórbido, sus dedos (ella con todos) no tuvo prisa en ir a su sexo, que empero ya ansiaba tocar, sentir su textura, su jugo que acaso estaría saliendo de su verga grande y gruesa, le dio mucha emoción sentir como su mano era usada como herramienta para que él se hiciera bajar ese traje que se cedía el paso a su desnudez completa y magistral.

Y al caer, como si fuera un dardo, su verga salio majestuosa, limpia, fresca, con un rotundo cuerpo que hacia antojarle, no sólo por los caminos conocidos donde éste suele introducirse, sino, también, en otros tantos que ella ahora se exigía a si misma para ser tocados por el monstruo: sus muslos, sus pezones, que alternarían el calor de la punta que se inflaría con cada caricia puesta en acción; además de que ella, como ahora él lo hacía, tomaría esa carne que le colgaba a su gusto, lo domaría para sujetarlo y rozaría con su sola punta su clítoris, que ahora se inflamaba gustosa con solo pensarlo. Pero el paso era muy apresurado ahora. Pues ella al deambular su pulgar por sus nalgas atléticas de él, se darían ambos un beso, que no quedaría mal para estos tiempos que, por muy extraño que parezca, era una necesidad de dosis de ternura para hacer más digerible el momento. Su lengua se movía con mucha soltura por dentro de ese recinto tibio de Circe. Y aunque su boca, era como monopolio casi absoluto de los sonidos de ella y que se hallaba ocupado por la saliva de él, ella no dejaba de emitir gemidos casi guturales; el motivo estaba en que la destreza de el, había logrado llegar desde atrás, uno de sus dedos, el más largo a la entrada de su sexo. Estaba excitada, no había duda, ese liquido místico que le fluía, le daba tal seguridad. Esa simultaneidad, era un poco completa al principio: él con esa vibración de su dedo que jugaba a meterse y no, y ella con su puño que inexplicablemente habría llegado a aprisionar su verga caliente, y que le hacia creer, sólo a su pene, que era un previo a la presión que pronto sentiría por sus paredes vaginales, por esa sujeción de una hendidura que estaría energética para comerse centímetro a centímetro la extensión de éste. Después fue imposible seguir, ella rompió en un ritmo torpe ese buen inicio que había tenido con su polla; no era la culpable, ese dedo inquisidor ahora jugaba a ser como el clítoris, escurridizo y suave, que frotaba como un hambriento a un mango. Seguía gimiendo, con soltura con discreción, nunca creyó que un dedo fuera el culpable que ella contuviera su respirar por momentos, en pequeñas muertas, que con esos gemidos principescos opacara las canciones que escupía difusa la TV escandalosa. Su pérdida de control era tal que ella correspondía ese mar de placer con una caricia tosca a los pesados testículos de él, que a veces se enredaba con sus vellos finos de zorro. Al fin cumplió lo que en no en mucho había pensado, por que él hombre mudo inesperadamente, acaso para darse un respiro, ceso esas pequeñas caricias artesanales, para dar paso a un solitario, y algo delicioso, beso a sus pezones.

En honor a la verdad lo tenía planeado todo, ella entendió el mensaje prontamente, tomó la iniciativa. Se demoro a propósito en abandonar esa caricia que le daba a sus huevos y subir a tomar de lleno su falange; habría de agregarse, esa discreta caricia que Circe propinaba a su espalda romana, con cierto ambigüismo para llegar a morder con los dedos sus muslos y sus nalgotas. De cualquier manera ella pudo tener el control suficiente para adiestrar a su pene para que éste la satisficiera. No le servia para colocarlo dentro de su húmeda vágina, que no obstante lista se encontraba, sino para engañarla. Esa punta era dura como madera, pero lo suficientemente suave como para no lastimar, con más suavidad que la del dedo, que por muy cuidadoso que éste estuviera, no daba competencia con éste ultimo. La caricia era indescriptible por ella, pues ni siquiera ella podría precisar que decirle en esos momentos en que el buzo le dejaba soplar en palabras a sus oídos: “más bella que un faro buscando a quien salvar, tan bella como una sirena del barco que deja escapar toda su alma; porque mi cuerpo está diseñado a tu deseo, soy tu juguete favorito que gustoso quiere vivir para morir contigo” No decía nada inteligible. Es que el juego seguía su ritmo inicial: tomar como a un puñal o una lanza su verga que se expandía con cada roce, y hacer movimientos sencillos, circulares por su abertura ávida de dureza, pero únicamente por afuera; y que, como dejamos sentado, si bien era más delicioso que la caricia de su mano que no fallaba mucho en dulzura, si era muy preciso y con la velocidad que ella, esta vez, si disponía a su libre goce. Su elasticidad de su sexo daba la libertad necesaria, primero para realizar el tacto sexual con suavidad, que ella casi notara, mediante los nervios de su vulva, la leve abertura que tiene el sexo de él, y luego, con rapidez, porque así lo requería el deseo de ella que la enloquecía, le hacia abrir esa boca, y no para pedir beso, sino para dejar escapar diásporos gemidos emergentes, como atizando leña al fuego, haciendo cebar un pepino, con la misma fuerza y velocidad con que se frotaba con las manos su clítoris en aquella noches de soledad exagerada con el objeto de darse placer a sí misma. Pero es que era tan parecido, ¿o sería lo mismo?; lo confirmo cuando él dijo, con una voz confusa y algo dulzona: ¿Vas a bajar a comer? Habrá arroz blanco y jugo de naranja. Tan similar a la voz de la mujer que despachaba el hotelucho…

Despertó. Se miro como el agua seguía cayendo por su cuerpo, pero él no estaba ya. Se rehizo, se sostuvo un poco, de espaldas, en las paredes de la ducha, para tomar aire y dejar fluir ese chorro de orín que le tenía su vejiga sujeta desde hace tiempo. Gimió, conforme, y se lamento que no fluyeran más caricias, aunque sean así, irreales. Cerró los ojos, otra vez, pero el aire espeso del que había respirado, del que había vivido por grandes momentos, ahora, para su mala fortuna, no estaba ya, desaparecido estaba como los amaneceres en el mar, bellos, pero intocables, simultáneamente.

Texto agregado el 20-08-2008, y leído por 140 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
19-12-2008 hola benevolas
20-08-2008 solo un sueño jodido, esperaba mas, pero ... bueno te dejo las 5* elements
 
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