Gusia sintió ruidos; se acercó a la puerta cerrada, abrió un poco y atisbó por la rendija…
Un pequeño cuarto de no más de 2 metros por dos metros de superficie, completamente blanco: encalado, se mostraba ante sus ojos.
En la pared del fondo hay un pretil y en la pared izquierda una alta ventana pequeña. Debajo del pretil hay una cama hospitalaria con sábanas blancas. Sobre el brocal se encuentran colocados muchos instrumentos ginecológicos y hospitalarios: pinzas, espéculos, jeringas de varios tamaños, hojillas de bisturí, agujas de punción, sondas, bandejas metálicas, tijeras, fórceps, alcohol, gasas, algodones, cucharas, raspadores, aspiradores y todo un arsenal dedicado a la práctica abortiva.
Sobre la blanca cama, sentada en el borde, con las pequeñas piernas colgando, hay una niña, mejor dicho el feto de una niña recién nacida de entre 5 a seis meses de gestación ¡Viva! ¡Ha nacido viva! Mide unos 30 centímetros, no pesa más de medio kilogramo y el color de su piel es negro, pero no es el color de ninguna raza humana… ella es ¡negra como el azabache! tiene el pelo largo hasta los hombros… Cuando la ve a los ojos nota que ella también la está mirando… Gusia sigilosamente quiere escabullirse y cierra bien la puerta cuando oye su voz con carácter imperativo que la llama.
- ¡Mujer!
Gusia extrañada ante esa voz entra y cierra detrás de sí…
La niña la señala con el índice, le mira de frente y la acusa:
- ¡Yo Soy la Hija de Dios que no ha nacido! Porque Tú ¡Mujer! ¡No lo has permitido!
- ¿Yo? ¡No tengo nada que ver con el aborto!... ni siquiera estoy de acuerdo…
La negrita comienza a transformarse y se convierte en un agraciado y hermoso Serafín recién nacido: Rubio, de ojos claros, con una bellísima mirada, le sonríe y suavemente le dice:
- ¡Y Yo Soy el Hijo de Dios que no ha renacido porque Tú, ¡Mujer! ¡No lo has permitido!
- ¿Yo? – repite - ¡No tengo nada que ver con el aborto!... ni siquiera estoy de acuerdo, he salvado niños y niñas que querían ser abortados y lo he impedido, ¡He actuado bien por amor a Dios!
- ¿Has actuado bien por amor a Dios? ¿estás entonces preparada para irte con Él?
- ¡Claro que lo estoy! ¡en este mismo instante podría irme!
- ¿Te dejarías conducir por mí?
- ¡Por supuesto! Solo El Hijo de Dios puede llevarme a Él
- ¡Vente pues! – mientras le tendía los brazos para acogerla.
Del pecho de Gusia comenzó lentamente a desprenderse una especie de sábana que parecía venir de todo su cuerpo, era su alma que se dirigía hacia el corazón del angelito, la sábana estaba ¡totalmente negra!
El niño sonrió en forma macabra y se fue poniendo blanco, como de yeso, comenzó a resquebrajarse mientras con voz ronca le decía:
- ¿Y estás segura de quien te está llevando hacia Él? ¿Soy o no Soy El Hijo de Dios?
- ¡Noooooooooo! – gritó.
De un tirón el alma le volvió al cuerpo golpeándola fuertemente. Gritó guturalmente:
- ¡Agggggrrrr! – y se puso ambas manos en el pecho del inmenso dolor y respiró profundamente.
En la sala de cuidados intensivos el monitor comenzó de nuevo a mostrarse monótona y acompasadamente Tic… Tic… Tic… Tic…
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