Tenía algo que decir pero el silencio agujereó mi soledad… tenía tanta sed de amor que fui a la calle y grité al cielo, pues sabía que en la tierra no existía, una poca… nada, las estrellas seguían tintinando, en paz, incoherentes, niñas engreídas.. partí hacia mi cuarto y ya dentro empecé a escribir sin parar. De todo. Un poema, un dibujo, un garabato… La vida se me hacía graciosa y reí como nunca antes… Me gustó que la gente entrara a mi cuarto. Nunca antes lo habían hecho. Sus ojos y sus bocas tintinaban como las estrellas en un cielo pegoteado de carne y sangre… Era mi vida. Sólo mía. Cogí una banca y abriéndome paso, salí de aquel cuarto. Ya en la calle y perro de ojos del color de las estrellas aulló. Seguí caminando y ya a más de veinte cuadras vi a otro animal mirándome. Este me habló en mi lengua, pero era como si ladrara… no entendía nada. Quizá sea que estoy denudo. Quizá sea que me ama… Sí, pueda ser, pero veo sus ojos y también brillan como las egoístas estrellas. Partí de aquel lugar y con unos cuantos cartones fui directo a la mar. La vi frente a mis ojos y ella mi vio, sacándome su lengua de agua salada… ¡Te amo!, grité. Ella seguía estirándome su lengua. Me tiré en sus brazos y supe lo que era el amor, y, algo que mataba mi respiración y mi conciencia. Muerto. Muerto. Muerto. Algo ocurrió mientras mi cuerpo se hundía, dejándose arrastrar por sus poderosos brazos de agua salada. Ya en el fondo un ser como yo me miró a los ojos, y vi, con sorpresa, los ojos del perro, del hombre, de toda la gente, de todas las estrellas en aquellos ojos de agua salada…
San isidro, agosto de 2008
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