Todos tus fines de semana empiezan con un par de ojos que te gustan. No sabes como vas a hacer para explicarle a la chica del bus que puedes contarle las mil y una noche hasta que se duerma. Eres tan aburrido como todos. Vas por una cerveza y de pronto ya te has tomado tres de la marca que no te gusta. Tienes que hacer algo porque es viernes y estás en el país de la fiesta; pero a ti en cambio solo se te ocurre pensar en lo que tendrías si hubieras marcado astronauta en vez de jardinero en el test de personalidad. Aprendiste a partirte de la risa y entonces ya nadie supo recetarte las calles correctas. - Ahora ya vamos a divertirnos - dicen. Caminan por la avenida en grupo. Te sientes como en manada y no te gusta que todos griten como lobos porque sabes bien que pasada la medianoche no serán mas que búfalos en pánico. Bailarás nuevamente Tempo Perdido y las otras canciones de Renato. Terminarás tirado en el sillón pensando en que diablos haría él los fines de semana. Llevar a Baudelaire y a Rimbaud en el bolsillo del jean solo te hace sentir como Pecos Bill en una guerra química. Los lanzas a un tacho de basura y sabes que ahora ya no te perdonarán. Ninguno de los bandos te quiere de su lado. Ni los malos ni los peores. Ni Dios. Ahora solo te queda rezarte a ti mismo y esperar que tu propia fe atraiga al menos ratones. Las velas rojas no te durarán hasta que el teléfono suene. Tenías grabado un video de unas niñas vestidas de abejas que bailaban sobre una colina. Y era un video muy alegre hasta que contaron que el vocalista se había suicidado. Te han enseñado demasiado bien a engañar la maquinita detectora de mentiras. Sabes aguantarte la cólera y la cojera. Sabes palpitar setenta veces por segundo si te observan. Sabes morirte nueve veces por noche sin hacer bulla.

Eres tan hermoso como un gato callejero y todas las amigas de tus padres se morían por ti. Las hijas y sus muñecas también. Luego alguien te mostró el espejo equivocado y te crecieron cachos y garras que no tenías. No sabes como vas a hacer para decirle que sabes convertir un ombligo en un lago artificial y que no suene estúpido. Lo que pides es un tanque de guerra inmenso para que así todos quieran ser de tu bando. Te hiciste amigo de las lombrices y ya no quisiste pescar. A una chica se le pegó una servilleta al zapato y se la pisaste para quitársela. Ella te sonrió pero te dijo que eras demasiado bueno para andar de su lado. Alguien le había ido con el chisme de las lombrices. Decidiste entonces quemar todos tus dibujos bonitos pero cuando los buscaste alguien los había escondido y supiste entonces que ibas a seguir siendo tú por unos siglos más.

A las cuatro ya no soportas nada y puedes matar a alguien que intenta ligarse una chica mientras baila Ramones. Pagas la cuenta y te tiras al sillón. Los de seguridad te miran feo y tú los mandas a parir desgracias para ver si te arman bronca y los golpes te distraen de la confusión. Sales del lugar. Son las cinco. Vas al supermercado, te compras un porta-jabones y la cajera te mira raro. Te echas a la cama. No sabes como vas a hacer para explicar esta noche y todas las noches desde tus catorce. Tu futuro bajará del barco y querrás poder explicarle todo pero sabes que no lo recordarás. Le dirás - Tengo algo para ti - pero habrás perdido la llave de la gaveta. Querrás decirle – yo salía los viernes y era un asco – pero habrás olvidado los detalles y la descripción general será tan divertida que no te creerá. Le querrás enseñar las marcas pero ya se te habrán borrado. Apoyas la cabeza en la almohada. Estás casi dormido. Ahora lo único que pides es que alguien esté apretando el botón de record. Que alguien se acuerde de todo. Que todos tus amigos perdidos te estén sacando fotos preciosas en blanco y negro. O que el mundo entero te vea como en uno de esos videos que grababas. Pero esta vez contigo saltando del puente.