para Kalanidhi, de Dr_Truman

Las cortinas entreabiertas de la habitación dejaban ver el desorden propio de la vida de soltero. Allí, tirado en la cama, yacía el cuerpo inerte del modelo, luego de una extenuante jornada nocturna que requirió su mejor desempeño en meses. “Mientras el pago sea bueno, hay que darle”, solía decirse.
Ella era una mujer mayor, pero con los gustos y la forma de ser de una adolescente. Risueña, juguetona, había sabido sacar enseñanzas de los embates de la vida, y ahora era capaz de sonreír frente a la más terrible de las noticias. Sin embargo, y pese a su constante sonrisa, tenía una pasión que la descolocaba: sus fotos. No había nada en el mundo capaz de hacerla sentir más cosquillas que sus fotos. Eran su vida. Durante años se dedicó a recopilar momentos únicos, especiales, íntimos. Esa noche no sería la excepción.
Buscó aquella única sesión de fotos que le faltaba para su pronta exposición, aquella con la cual después podría vanagloriarse frente a los otros fotógrafos y sus arpías amigas.
Llamó al modelo, al de siempre. Aquel que, sin saber el porqué, siempre terminaba llamando para fotografiarlo. Sentía que esas fotos tenían algo especialmente atractivo que le era indescriptible. Aquella noche, cuando él llego, sencillo, e inclusive tímido, ella lo esperó en ropa interior, como sugiriéndole una nueva actividad. Estaban en su estudio, ubicado en un departamento en Providencia.
Él, al principio titubeó, pero acostumbrado al mundo turbulento y sexual propio de su trabajo, prosiguió estoico en su labor. La jornada duró horas, y fue agotadora. Ella no se cansaba de sugerirle fotos en distintos ángulos y poses, o recreando escenarios. Ese día estaba particularmente quisquillosa. Sin embargo, todo transcurría en el más puro de los silencios. Parecían bailarines de tango, fusionados, coordinados, poéticos, cuya melodía la daba el lente de la cámara.
Él notaba algo extraño, sin cuestionarlo. Era una de sus principales clientas y, pese a su corta edad, lo trataba como el más experimentado de los modelos. Solía por ejemplo, enviarle un libro con las fotos impresas directo a su departamento la semana siguiente de la sesión, generalmente con algún regalo incluido. O solía, como en este instante, agasajarlo con buenos tragos y comida, para hacer el rato más ameno. Pero, lo que a él más le impresionaba de ella, era su talento innato para el arte.
Terminó la jornada sin palabra alguna. El yacía dormido, desnudo, sobre la cama, extenuado, inconsciente. En la mesa de noche dos vasos con restos de whisky acompañaban a la coqueta lámpara de lava en su fulgor. Allí, en un espacio libre de la mesa, ella aprovechó de depositar el dinero pactado antes de partir.
Salió, con su abrigo de piel y cruzó la calle. Saludó al conserje y entró a un departamento. Miró por la ventana, y sonrió.
Buscó su cámara. La sesión estaba a punto de comenzar…


*copyright 2008. Derechos de Autor Pablo Aravena Cereceda.